miércoles, mayo 8, 2024
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La Increíble y Triste Historia de un País Prendado de una Abuela Desalmada

Crédito foto: captura web TVN.

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Las abuelas son seres angelicales, pacientes, tolerantes, cariñosos, claves en el desarrollo de las historias familiares. Ellas aportan experiencia y sabiduría y, en el caso de las abuelas maternas, un 25% de la carga genética a sus nietos (no así las abuelas paternas que aportan su cromosoma X a la formula XY de sus hijos y éste no alcanza a llegar a las hijas o hijos de este; a través de la abuela materna si les llega a sus hijas porque la mujer lleva el cromosoma XX y una de esas X es de su abuela. Curiosidades que ha descubierto la ciencia…). En fin, se trata -junto a los abuelos- de personajes entrañables, que aportan lo que los padres no pueden por su rol. Son empáticos, no castigadores sino perdonadores, comprensivos con los horarios y el desorden de sus nietos, relajados en lugar de estrictos. En fin, unos seres adorables y armónicos.

Sin embargo, en Chile se ha instalado la imagen de una “abuela” -que se autoproclamó como tal por estrategia de marketing político y quien bautizó a todos los chilenos como sus “nietitos”- que representa la antítesis de esa abuelita que todos conocemos y que hemos disfrutado a lo largo de maravillosos periodos de nuestra vida, especialmente aquellos de la niñez. La abuela chilena -que hace dupla con su cónyuge, el también llamado “abuelo” de los chilenos- es descentrada, explosiva, altanera, agresiva, descalificadora, camorrera, intrigante, descariñada, ácida y amarga, ambiciosa, entre otras características muy lejanas a la abuelita que todos tenemos en nuestro imaginario.

La “abuela” de Chile no es jubilada ni está desempleada, tiene un buenísimo trabajo por el que gana 7 millones al mes, es heredera de un imperio textil y usa llamativos atuendos color fucsia. Contesta las preguntas cuando quiere y aduce como motivación de su conducta, el inmenso amor por sus “nietitos”. Estos, al parecer se encuentran entre las clases más desposeídas del país porque es allí donde la abuela obtiene la mayor parte de sus puntos en las encuestas, que hoy lidera ampliamente.

Extraños fenómenos se dan en nuestro país. Por largo tiempo se especuló que tal vez lo que hizo popular a Pinochet entre el pueblo chileno de los años 80 eran sus “ojitos azules” y su aspecto de abuelito. Ese abuelito hizo fusilar, desaparecer y torturar a más de 3.100 compatriotas, también exilió a otros cientos de miles y encarceló a millones en sus largos 17 años de Dictadura cívico-militar. Se las traía el abuelito…

La “abuela” chilena está en campaña -también su marido- para lograr algún nuevo puesto de poder en las contiendas que se avecinan. Por ahora, busca ser Presidenta de Chile. Quizás más adelante confiese que primero quiere ser senadora. Lo que importa es ganar.

Y para ganar no hay frenos que valgan. Sin embargo, lo que llama la atención es ver como un país se hipnotiza de alguna forma con un personaje que hace todo lo opuesto a lo que se espera a partir de su caracterización. ¿Empatía, bondad? Cero. La abuela le dice a sus colegas de la tele que “no hagan preguntas tontas”, que “están tan livianitos” como siempre, provocando de paso la cesantía de dos de los profesionales que dirigían el matinal televisivo que la entrevistó. A uno de sus colegas en la pega del Congreso lo trató burlescamente de “candado chino”, al parecer porque el diputado confundió un “zapato chino” con un “candado chino”… Hay otros que hablan de alusiones sexuales. En fin. La abuela no lo aclara. Y sigue portándose más bien como la madrastra de Cenicienta que como la abuelita de Caperucita.

Qué está pasando con la psiquis de nuestros compatriotas que caen rendidos ante tamaño travestismo electorero? ¿Qué hace que una abuela bastante desalmada, en lugar de la abuela clásica que todos añoramos, se gane las simpatías de los chilenos? ¿Qué hace que nadie se percate de la diferencia o, peor aún, haga como que no la ve?

La abuela de nuestra familia, y de nuestro imaginario, es alguien que nos cuida, nos arropa con dulzura, nos mima y nos aguanta con paciencia. También que juega con nosotros y nos cuenta cuentos. ¿Sera en este último rol que hemos enganchado con la abuela chilena? ¿Será que nos ha gustado el juego infantil en que nos ha envuelto (algo no muy difícil luego de un año donde hemos sido completamente infantilizados por las autoridades a causa de la pandemia), ese juego de creer que podemos transformar a Chile en un paraíso mediante una varita mágica? ¿Será que nos ha hecho bien, luego de un año de difícil sobrevivencia, lleno de dolor e incertidumbre, que nos cuenten cuentos donde la princesa y el príncipe se casan y son muy felices para siempre? Sabiendo que es justamente después de casarse cuando empieza la batalla por la felicidad…

Será, en definitiva, que la pandemia ha hecho tanto estrago en nosotros que ya solo queremos que alguien nos ofrezca salvavidas monetarios periódicos (¡no importando incluso que sean con nuestro propio dinero!), que nos hagan jugar a ser abuelas locas y a creer que la vida es como los cuentos infantiles, donde todo se resuelve en forma mágica y voluntarista?

Tal vez sean estas las razones por las cuales una abuela atípica –de esas que se comen al lobo del bosque, algo físicamente imposible en todo caso, por muy desalmada que sean- ha convencido a buena parte de los chilenos más abandonados y desesperanzados a creer en ella y sus cuentos, y a decir que están dispuestos a darle su voto en noviembre próximo. Es de esperar que las abuelas reales hagan su pega, nos abran los ojos y nos protejan de la impostora…

Patricia Collyer
Patricia Collyer
Periodista y Psicóloga.

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