viernes, abril 19, 2024
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El Submundo del Metro: Historias Recónditas

Crédito Foto: Patricio Muñoz Moreno

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El miércoles 4 fue un día muy especial, no por la fecha en sí misma sino porque fue el primer día de clases 2020 de mis pequeñas hijas. La de 10 años de edad pasó a sexto básico y, la de 5, a kinder. Dado el permiso correspondiente en mi trabajo, acudí a este verdadero ritual, anualmente único, de ir a dejarlas.

La mayor estuvo en prekinder en 2013 y, desde entonces, cada inicio escolar de ella y de su hermana tiene una impronta especial: las llevo en automóvil desde la casa en compañía de su esforzada mamá y esposa, las dejamos en sus respectivos colegios, viene un espontáneo set de fotografías de rigor y nos despedimos. Simple pero intenso a la vez. Por organización horaria familiar, el resto de los viajes de ida y de vuelta de ellas son, de ahí en adelante del resto del año, responsabilidad de su madre y de la tía del furgón escolar, lo que por cierto en un caso u otro es siempre es muy importante. Y se agradece.

No obstante aquel miércoles no sólo fue especial por eso. Como tuve tiempo a mi favor (el permiso involucraba una media jornada matinal para una actividad que no duró más de media hora) posteriormente al ritual, dejé el vehículo en mi casa y emprendí el traslado vía locomoción colectiva a mi trabajo con una diferencia no menor: hice el ejercicio de ir en Metro en distintas líneas en un lapso de alrededor de dos horas.

No me extenderé en detalles: tras bajarme de la micro recorrido 113, cerca de las 10:30 horas, entré a la estación Cerrillos de la línea 6 y me desplacé en el tren urbano hasta la estación Los Leones, terminal de la misma extensión, a fin de hacer el trasbordo respectivo en un carro de la línea 1 y volver de nuevo al oeste hasta otra combinación: Los Héroes, lugar donde tomé la línea 2, cuya máquina que me transportó llegó hasta el terminal de La Cisterna.

Hice el cambio de andén y regresé en la misma línea pero en dirección contraria: hacia el norte hasta llegar a la estación Franklin, combinación con la línea 6, a fin de subir nuevamente a un carro de esa extensión, el que iba en dirección al oriente, tal como al principio del viaje. Pero decidí bajarme en la estación Irarrázaval para subir a un tren de la línea 3, llegar hasta el sector Diego de Almagro y finalizar mi viaje antes de llegar a mi trabajo. El viaje fue bastante agradable, básicamente porque el calor todavía no era excesivo y había menos gente que en las horas punta. Eso, sumado a un control adecuado de los tiempos, explica el relajo y la serenidad circunstanciales.

Origen de un interesante diálogo

La descripción no es jactancia pura: ocurrieron allí una serie de situaciones que, pese a su intrascendencia mediática, no dejaron de ser significativas para mí y, además, me sirvieron como poderoso argumento en el marco de un interesante diálogo que tuve con mi hija de 10 años ya de vuelta en casa y a la hora de once.

Consultada María José acerca de cómo vivió su primer día de clases, la pequeña dio a entender que fue todo muy descriptivo por parte de las profesoras, que les hablaron de hacer algo parecido a una representación teatral con lectura y que, al margen de los recreos, el resto de la jornada no fue demasiado entretenida. Mi esposa, la más pequeña, Rosarioy yo prestábamos atención. Rosario, sin duda, tiene en María José su referente como hermana.

Acto seguido le describí a María José mi periplo por distintas estaciones del Metro para luego detallarle lo que más me llamó la atención de todo aquello que observé en el variado trayecto, como simple ciudadano más que como usuario.

-María José: vi a un joven y una joven veinteañeros –probablemente universitarios ambos- sentados en el suelo de una de las máquinas conversando muy animadamente, mientras él sacaba una atractiva melodía en guitarra acústica. Se me ocurrió ver a una versión de Roger Hodgson, antes de ser famoso con Supertramp, o de nuestro Patricio Manns en formato veinteañero. Y en ella vi a alguien así como Vilma, la muchacha matea que aparece en la serie de dibujos animados Scooby Doo.

Detecté que María José se distraía un poco, por lo que le exigí amablemente que me prestará atención. Proseguí.

-Lo que más me conmovió fue una mujer ciega, de unos 60 años de edad, quien vestía muy modestamente, cantó temas aparentemente religiosos y otros de Camilo Sesto. También estaba vendiendo… no recuerdo si parches curita, pero algo vendía. La voz no era precisamente digna de un programa de talentos: más bien, por su agudeza poco fina, gritaba. La gente escuchó con respeto entre una docena de estaciones de la línea 2. Fui el primero en regalarle algo de plata. Después varias personas se le acercaron a brindar su solidaridad monetaria.

María José miraba con mucha atención, al igual que Nieves, mi cónyuge y madre de ella y de Rosario. La más pequeña ya se había tomado la leche y jugaba con su muñeca regalona.

-Lo del canto, hija, si es bueno o si es malo, es algo irrelevante. Da casi lo mismo salvo por una cosa: esa mujer se está ganando la vida con eso. Con esas monedas está llevando el pan a su hogar, por decirlo de una manera metafórica.

María José siguió prestando atención porque mi relato no se detuvo allí.

-Al entrar a otro carro me di cuenta que un muchacho, a varios metros de distancia respecto de mí, tocaba un saxofón. En el trayecto del siguiente trasbordo vi a un hombre de unos 40 años, en esos sectores que la empresa del tren urbano ha tipificado como legales para hacer música, interpretando una hermosa pieza en su arpa. «No debe ser autodidacta, debe tener estudios», pensé.

Noté que María José estaba más atenta. Continué.

-Luego descubrí en otro de los lugares autorizados a una pareja, ante quienes no quise detenerme a escuchar. Creo que él tocaba la guitarra y ella cantaba. Quizás Canto Nuevo, quizás folk… Lo dejé para la imaginación.

Tras observar que mi hija mayor seguía atenta pero con cierta ansiedad de retirarse para salir a jugar con sus amigos de la cuadra (cerca de las 20 horas todavía hay algo de tibieza veraniega en el aire), le comparto una conclusión a modo de reflexión:

-En tan sólo dos horas observé muchas cosas, pero aquellas que más me llamaron la atención fueron las que hacían esas personas. Eran todos, de uno u otro modo, artistas que se ganaban la vida. También había vendedores de bebidas, comestibles u otros productos. Pero, ¿qué te quiero decir con esto, hija? Que en dos horas pueden pasar muchas cosas en lugares donde aparentemente todo es rutina. Y, en una mirada más profunda, estamos hablando de personas que en su mayoría desafían las disposiciones legales de la empresa Metro (que en la letra prohíbe que los vendedores ambulantes y músicos hagan su trabajo dentro de los trenes) y que, en síntesis, hacen algo tan noble como ganarse la vida a través de la música o vendiendo ciertos productos de consumo o uso corrientes. Y vaya saber uno las historias de esfuerzo que hay detrás: qué motivó a cada una a hacer un trabajo que es claramente informal.

Pero antes que ella se pare de su silla, cierro mi conclusión con algo asociado a su entorno colegial.

-Cada día tú estás siete horas en el colegio y,  aunque la jornada pueda ser larga y los tiempos de recreo y de colación escasos allí, el hecho en sí mismo tiene varias ventajas: la riqueza misma de aprender gracias a lo que te enseñan los profesores y profesoras,  un universo de conocimiento que te sirve para desarrollar tu mentecita y progresar en la vida, los talleres temáticos y, a veces, hasta jugar con lo aprendido en clases… Eso no puede tildarse de aburrido. Si en dos horas yo logré observar en el Metro todo lo que te detallé, imagínate el valor que tiene el contenido de cada materia impartida en clases. En síntesis, siempre ocurren cosas.

En ese momento faltaban un par de días para el primer «Súper Viernes 2020» post Protesta Social y cuatro paras las marchas del Día Internacional de la Mujer en Santiago y en regiones, donde evidentemente iban a pasar muchísimas más cosas y con mayor repercusión en comparación con las relatadas párrafos arriba, pero la conversación con María José me dejó con la satisfacción de haberle aportado una mirada distinta respecto de cómo tomar el ámbito cotidiano. En resumen, con sentido crítico y descarte de la abulia.

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