Analista político y sociólogo.
Lo importante de hacer un llamado a un acuerdo nacional es que le otorga centralidad a la iniciativa política. No se trata de una convocatoria entre muchas, sino de la superación de la agenda cotidiana, aunque sea la propia.
Si el que da la señal es el Presidente Boric en materia de seguridad, los ministros han de ser los primeros en entender que no pueden seguir diciendo y haciendo exactamente lo mismo que el día anterior. Tienen que amoldarse a las nuevas condiciones. No se renuncia a nada, pero se reordenan las prioridades, de otro modo no tiene sentido la iniciativa del mandatario.
El espacio político y comunicacional que da viabilidad a un acuerdo muy amplio depende de la atención que concite la iniciativa presidencial, acompañada de una suspensión de anuncios laterales y secundarios. No debiera competir con la entrega de mensajes paralelos de los demás miembros de su gobierno.
Esta es la condición para que el Ejecutivo pueda concentrarse en su propia convocatoria. Es lo mismo que debe hacer la oposición en su ámbito. También en su caso se trata de suspender las polémicas de trinchera a las que se estaba acostumbrado en el último tiempo.
La apertura a un diálogo extraordinario implica abstenerse de ponerle obstáculos, agregando precondiciones para participar de los primeros contactos directos. Todo puede ser conversado ya instalada la mesa de negociación, para no enredarse en establecer una constante medición de fuerzas.
El pedir la rectificación de las políticas del gobierno en cumplimiento del su programa es una forma de hacer fracasar la búsqueda de un acuerdo.
Así que la primera dificultad que encuentran los dialogantes en su intento proviene de las filas respectivas, tanto de los más sectarios, que se sienten cómodos en la polarización, como de los que están tan obsesionados en sus funciones que no atienden a las consideraciones de bien común.
Los más peligrosos son los segundos. Los sectarios son personas que entienden, pero que difieren de la decisión tomada. Se puede esperar que obedezcan una llamada al orden, al recordarles que no tienen la última palabra.
En cambio, los personajes obtusos, cegatones incapaces de ver más allá del metro cuadrado en el que están personalmente involucrados, pueden provocar los mayores estropicios sin siquiera percatarse de los efectos de sus acciones. La inocencia irresponsable es más dañina que el sectarismo controlado.
Cuando se busca un pacto nacional por la seguridad ciudadana, lo que marca toda la iniciativa es el carácter “nacional”, es decir, su llamado a superarlos egoísmos sectoriales. Ninguno de los convocados puede estar buscando conseguir ventajas tácticas de corto plazo, no se intenta que la contraparte salga perjudicada o pague costos unilaterales. En eso consiste la buena fe.
Lo bueno de realizar un llamado en la materia de mayor preocupación ciudadana es que nadie puede dejar de estar a la altura de la convocatoria. El repudio sería tan resonante como la percepción de la lógica mezquina con la que estaría operando. Demasiado público como para terminar defraudando a los propios y ajenos. Es una oportunidad que nadie se puede dar el lujo de desaprovechar.
