jueves, abril 25, 2024
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No Sea que Nadie lo Vea Venir

Crédito foto: Marco Machuca Bezares

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Es cómico que la discusión sea, nuevamente, por la narrativa. En los días previos a este lunes 18 de octubre conmemorar, celebrar o recordar esta fecha era la polémica más importante, demostrando una vez más el tipo de dilema que reina en las cabezas hoy día: el de las formas.

Por supuesto que esto es una exageración para iniciar la columna. Aunque no olvidemos que los periodistas, líderes de opinión, académicos y políticos todavía no se ponen de acuerdo si lo que ocurrió aquel día fue estallido, revuelta, revolución, vandalismo, o lo que se le venga a la cabeza, dependiendo del sector político o de la élite en el cual se instala usted.

Porque lamentablemente, una vez más eso es lo que ocurre. Es en las editoriales de los diarios, las columnas de opinión y las declaraciones de televisión y radio -y en ninguna de ellas escuchamos necesariamente a los ciudadanos de a pie- donde se escucha una discusión u otra respecto de cómo se debe llamar el hecho histórico. Pero las causas o contextos continúan ahí, y las soluciones siguen pendientes. Más que pendientes.

Está claro que la Convención Constitucional cumple un doble rol: por una parte, siendo sinceros, fue la forma en que las fuerzas políticas clásicas encontraron para encauzar aquello que la ciudadanía no organizada pero movilizada, era incapaz de bajar a un papel y amenazaba con perdurar sin concluir en nada. Por otro, fue la apertura de una puerta que parecía pared y que permitió soñar con una Nueva Constitución para un país cuya estantería ya no era la adecuada para la sociedad que se había edificado, para bien o para mal.

A dos años seguimos atrapados, sin embargo, en la dictadura de las formas y de las contingencias. Mientras amplios sectores siguen empeñados más en reemplazar a la vieja “clase política” por una que será más nueva, más joven, pero probablemente igual de enclaustrada, otros persisten en la búsqueda de cómo clasificar semánticamente lo que ocurrió hace dos años y que dio origen a lo que vino después.

Pero en las calles más allá del barrio alto, o del barrio cívico (otro barrio excluyente, aunque por distintas razones), la vida continúa y hombres y mujeres mantienen la necesidad de trabajar, alimentarse, transportarse, educarse y mejorarse, aunque pueda sonar la perogrullada más grande que pueda escuchar.

Mientras resuenan los acordes de la discusión sobre el cuarto retiro, que millones de personas pobres ya no pueden sacar; la cantinela sobre la tolerancia a la violencia de candidatos que son candidatos, en vez de la incapacidad en materia de seguridad de quienes están a cargo de la seguridad; o los tonos de una campaña a la cual le quedan 30 días y que se visten de una ferocidad que no habíamos visto, la gente continúa asustada y aterrorizada.

Los saqueos y turbas observadas el lunes llevan una vez más a lo mismo: la ausencia del Estado en ciertos barrios. Mientras al subsecretario del Interior, al vocero de Gobierno y a cuantos les hayan repartido la minuta de echarle la culpa a los candidatos y candidata por la violencia siguen acumulando piedras en el empedrado, la gente sigue observando que hay pocos Carabineros en sus calles. Así de simple. En la gran mayoría de los barrios el control es bajo o inexistente. Mientras autoridades del Ejecutivo le echan la culpa al poder legislativo por la falta de leyes o por el anuncio de otros proyectos, lo que la gente observa es que si se llama a Carabineros llegan tarde; que se prioriza otros lugares más críticos; o que se llevan a efectivos policiales los viernes en la tarde para cuidar la base de lo que queda del monumento a Baquedano y sus alrededores en vez de la esquina de mi barrio.

Y por supuesto que mientras escribo esto la pelea por la narrativa continúa. La del que grita más fuerte, dice la frase más rimbombante o es mejor para el ángulo de la cámara. Mientras la gente se muere de miedo, como diría en su momento Norbert Lechner. Y mientras, los simplistas de extrema derecha continúan azuzando a los fanáticos del orden que siempre existen con el discurso de la fuerza como única forma de solución.

Así empezaron varios. Y nadie los detuvo. No sea que nadie lo vea venir… de nuevo.

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