Analista político y sociólogo.
Nadie dijo que fuera fácil, algunos vaticinaron que no se podía, pero se logró un acuerdo transversal sobre la distribución del poder en la nueva Constitución. El arco de los gestores de este consenso básico va de izquierda a derecha.
Quienes vencer más obstáculos para posibilitar los acercamientos son quienes más méritos tienen y, en este caso, la derecha encontró protagonistas de esta convergencia política. Cristián Monckeberg y Hernán Larraín cumplieron una labor que fue reconocida por sus pares.
El grado de dificultad que se ha tenido que vencer ha sido muy importante. La mayor resistencia la encuentra cada actor político en su propio sector. Para llegar al acuerdo, la derecha tuvo que vencer a la derecha.
Todos quieren llegar a acuerdos, pero nadie desea quebrar su propio bloque, lo que, en un lado del espectro, implica tener presente al sector más duro, la UDI.
Por eso el pase para un acuerdo general fue dado por RN y Evópoli, pero sin caer en estridencias. De un modo que ya se está haciendo habitual, los líderes de estos partidos en la Convención no firman el acuerdo (para no exasperar al gremialismo), sino que lo hacen posible al no vetarlo.
¿Muy rebuscado? No, al revés, muy apropiado porque se evita el inicio de la polarización que siempre parte con la humillación pública de un actor que genera una respuesta agresiva, iniciando la espiral de conflicto su camino ascendente.
Lo mejor de este acuerdo, en cuanto a los procedimientos empleados, es que aleja el dramatismo que implica jugarse todo en el último instante. Si se hubiera fracasado, quedaba todavía una frenética labor de búsqueda de acuerdos mínimos y, sobre todo, apostar a que la comisión “de armonización” pusiera orden en medio de una confusión creciente.
Queda claro que apostar al fracaso de la Convención es una muy mala opción porque se trabaja para una polarización que se dice querer evitar, reemplaza un genuino espíritu constructivo por la promoción de la sospecha y deja para mañana los acuerdos que deben empezar hoy.
El que apuesta al fracaso se queda mirando desde la galería. No se puede ser alarmista de centro, ni avisar que se viene un peligro mayúsculo cuando lo que llega es un acuerdo fatigoso, pero tranquilo. Pedrito gritó y el lobo no vino.
Se opta por el presidencialismo moderado, aunque las discutibles figuras de vicepresidente o ministro de gobierno fueron eliminadas, previendo su falta de apoyo en el plenario. Por razones similares se mantuvo el bicameralismo, siendo la Cámara de las Regionales la sucesora del Senado.
Las decisiones se van acumulando: el Presidente puede ser reelecto por una vez, las regiones elegirían tres representantes cada una para la segunda cámara; los parlamentarios podrán presentar (con requisitos) proyectos de ley que impliquen gasto; se repone el voto obligatorio para los mayores de 18, etc.
Lo relevante es que estas decisiones son consistentes unas con otras, no nos evitarán problemas institucionales (algo imposible), pero se está decidiendo tener el tipo de problemas de los que queremos hacernos cargo. Falta mucho por discutir y decidir, pero la incertidumbre va en retroceso y eso importa mucho.
