Analista.
Una vez más, el Presidente de la República convoca a resolver los problemas en La Araucanía. Un Amplio Acuerdo Nacional, dice, para poner fin a la delincuencia, el terrorismo, el narcotráfico y otros males.
La idea es entrar en ese escenario, premunidos todos, porque están convocados todos, de voluntad de diálogo y disposición para la paz, la concordia y el restablecimiento de la normalidad.
En la zona, las reacciones han sido diversas. Lo predominante es no creer nuevas promesas y nuevos anuncios. Los afectados, las grandes madereras, sus transportistas, y los agricultores, le faltan el respeto al Presidente y le piden que se ponga los pantalones con medidas de fuerza, eficaces y concluyentes, sin más promesas, con demostraciones públicas de amplia cobertura medial.
Los grupos integrantes de la CAM (Coordinadora Arauco Malleco), Weichan Auka Mapu, ORT (Órgano de Resistencia Territorial) Lavkenche y otros, actúan hace mucho tiempo desarrollando una actividad de extrema violencia por medio de incendios de propiedades, maquinarias y cosechas de madera. Violencia terrorista se la ha calificado y a los weichafes (combatientes) como terroristas
Lo preocupante es que, en ese escenario, podrían las soluciones decantarse por la vía de la violencia y la militarización. Ello constituiría un grave error y un retroceso grave en el camino a la pacificación y la normalidad.
Ese diagnóstico estrecho que se ve como prevaleciente, puede inducir a la necesidad de equiparar las medidas de fuerza. Eso significa realizar operaciones de copamiento territorial, despliegue de fuerzas militares. El mismo Director de Carabineros ha pedido que las Fuerzas Armadas “hagan uso de todas sus capacidades”. Ello podría incluir medidas de excepción constitucional como toques de queda o estados de sitio y generar condiciones para la ocurrencia de enfrentamientos, varios casos Catrillanca, muertos y heridos.
El despliegue para los efectivos sería complejo. Todo este último tiempo los atacantes no han sido habidos, algunos detenidos pero ello no ha mermado su capacidad operativa. Al revés, el uso de armamento ha sido creciente en cantidad y poder. Actúan en su propio territorio, reciben apoyo de algunas comunidades, se desplazan con rapidez, atacan dónde y cuándo quieren. No quisiera escuchar que alguien dice, como expresó un general en la guerra de Vietnam refiriéndose a los guerrilleros del Vietcong: “los vamos a destruir y aniquilar apenas los encontremos”.
La introducción de fuerza se daría en una situación de mucha tensión y presiones de todo orden en busca de resultados rápidos, eficaces. Las acciones las definirán decisores debilitados políticamente, si es que disponen de capacidad para imponer criterios, lo que se ha visto ausente en el caso de las policías. Todo ello puede inducir a errar gravemente.
La acción militarizada generaría respuestas obviamente. Esa acción debería darse en una dimensión que busque equiparar o superar el balance de fuerzas y las condiciones específicas del teatro de operaciones e intentar superar las actuales falencias. Entre ellas, tomar la iniciativa operativa que hoy está en manos de los weichafes. Los enfrentamientos serían inevitables, o deseables, generando muertos y heridos. Ese despliegue que podría ser importante con las consecuencias indicadas, les proporcionaría a los “terroristas” vías de legitimación: “nos matan luego nos defendemos”, “no hay propuestas ni diálogo sino represión letal” , “nada de lo ofrecido se cumple, solo nos quieren aniquilar”, “nuestros territorios deben ser defendidos”, “nos quieren aniquilar como pueblo nación”, por ejemplo, frases que ya se han escuchado.
Esa dinámica de acción-reacción genera siempre una escalada difícil de controlar. El adversario puede crecer en vista de la presión y contraatacar con eficacia lo que generará una respuesta aún más dura y así sucesivamente.
La ansiedad por demostrar eficacia y respuesta podría dejar en segundo plano las rutas de solución política, dialogante, de amplia convocatoria que permita apuntar a los factores desencadenantes de la violencia, factores que se han estado eludiendo todo este tiempo, sobre todo aquel determinante y de fondo: la tenencia de la tierra, la restitución, el debate y el imperio de la legalidad de ese factor.
Es deseable que esta sea la ruta elegida por las autoridades, un camino que puede descomprimir el escenario, apaciguar la violencia y crear condiciones para la búsqueda honesta, para la buena fe. Evitar que la mención del terrorismo, la delincuencia, el narcotráfico, el robo de madera, la pura maldad, sirvan para ocultar los contenidos sustantivos que pueden abrir el camino a una paz verdadera.
