Analista político y sociólogo.
Ha empezado a funcionar la Comisión Experta y de inmediato aparecen los temas principales a resolver en este proceso para lograr una buena Constitución.
En lo referente al sistema político, hay consenso en que el mal mayor es la fragmentación política, cuya expresión práctica es la superabundancia de partidos y su más nefasta consecuencia, la multiplicación de las dificultades para llegar a acuerdos que aseguren la gobernabilidad de la democracia chilena.
Este acuerdo, amplio y transversal, se explica por la constatación empírica de lo que ha pasado con nuestro Parlamento, agravado en los últimos años.
El diagnóstico deja implícito un objetivo a alcanzar con la nueva Constitución: terminar con las micronegociaciones de corto alcance, acompañada de la búsqueda de compensaciones inmediatas, a cambio de apoyar las iniciativas gubernamentales. Hay que reemplazarlas por negociaciones de gran calado, pocas, pero centrales, con foco en las demandas prioritarias de la ciudadanía.
El acuerdo amplio que se perfila parece alentar la conformación de mayorías políticas, con un número limitado de partidos, capaces de alcanzar acuerdos trascendentes, evitando así el pirquineo constante de votos para cada ocasión.
Proceder de esta manera tiene la gran ventaja de que favorece el cumplimiento de los programas de cada gobierno, asegura un mayor respaldo político, tiende a la moderación y facilita el diálogo, al existir menos actores.
También juega a favor del entendimiento con la oposición que corresponda, puesto que a los adversarios los separan diferencias acotadas, distintas prioridades y énfasis, pero no abismos programáticos.
Ha sido mucha y constante la incertidumbre en los diferentes gobiernos que hemos tenido, pues nunca saben si verán aprobadas sus iniciativas, aunque tengan respaldo popular. Muchas veces se topan con sorpresas desagradables por el camino. Así ha sucedido con la, por ahora, abortada reforma tributaria.
Tener muchos partidos es incompatible con los intentos de disciplinar las votaciones. Los motivos que se aluden en cada oportunidad son variados, pero el caso es que la presencia constante de los díscolos hace que las supuestas negociaciones sean de papel y rara vez se vean ratificadas al votar.
Los consensos identificados hasta ahora, así como las 12 bases constitucionales, no bastan para darnos una buena Carta Fundamental. Hay que apostar por un diseño político específico. La simple continuidad con lo que tenemos no permite evitar las malas prácticas que ya tantos daño nos causan.
Un sistema como el semipresidencial, que cuenta con adeptos en la centroizquierda, pudiera ser una buena alternativa a proponer. Lo que no podemos permitir es que continuemos siendo rehenes de pequeños partidos con visión miope, que fácilmente pudieran caen en manos de líderes oportunistas.
En la afamada serie The Last of Us, donde destaca la actuación de Pedro Pascal, la humanidad casi sucumbe cuando unos hongos son causa de una epidemia que convierte a las personas en zombis. No sé si un mundo así es posible, pero sé que una plaga de pequeños partidos que valen hongo, sin principios y voraces intereses, convierten a la democracia en tierra de zombis.
