Analista.
Solamente en el año 1970, la derecha chilena sintió tanto miedo como ahora ante la posibilidad de perder sus privilegios. Ahora se defiende de otro modo. Ya no puede tirar maíz en los cuarteles para que se muevan, sino que le echa tinta al agua, como los pulpos asustados.
La idea es que se vea poco y nada. Que el debate constitucional sea oscuro, que la discusión carezca de contenidos perceptibles para la gran masa de chilenos de a pie, de manera que se pueda decir que eso que no se entiende que ha quedado enredado u oculto detrás de la tinta de conceptos, epítetos, falsedades, distorsiones, trucos lingüísticos con voz engolada, aquello disuelto en enormes maniobras comunicacionales, es lo que debemos percibir que viene como nuevo, o sea nada que se entienda.
Hay que aclarar el agua. Para ello conviene usar un lenguaje simple, claro y directo.
Hoy chocan dos clases. La llamada clase dirigente, la elite, los dueños del poder, los controladores de sus mecanismos y la enorme masa de chilenos y chilenas que son los productores, los estafados, los que no llegan a fin de mes, los trabajadores, los que madrugan. No hay más.
En esa mirada no puede haber medias tintas. Ganar para aprobar, perder para reformar, avanzar para mejorar, dejar todo igual para que cambie. Los dueños de los privilegios no quieren cambios y no pueden decirlo, excepto los más salvajes entre ellos.
Las clases dueñas de la vida de los demás jamás soltarán amarras desde ese escenario privilegiado. Chile es una demostración dolorosa de ello. Alguien que no recuerdo, dijo que son capaces de matar a la madre por un 30%, a la madre o a los otros. Es una dura verdad. Hay que usar ese lenguaje repudiado. Estamos frente a un choque de clases, de segmentos sociales contradictorios, unos que empujan y otros que sujetan, unos que quieren y otros que lo niegan, unos que piensan que no hay que repartir y los otros que los ven nadar en la abundancia.
Los otros, hoy en día, debemos comprender que lo nuevo que se ofrece no es perfecto, nunca podrá serlo, pero constituye un avance de enorme importancia: empezar a modificar la forma en que hemos vivido hasta ahora. Empezar a revertir los abusos. ¿Alguien puede creer que aquellos que han sujetado los cambios estarían dispuestos a tolerar modificaciones que los hieren en lo más preciado? ¿Alguien puede creer que su oferta es sincera cuando ofrece rechazar para mejorar? ¿Mejorar qué? ¿Lo que les ha permitido estar cómo están?
Enfrentamos un choque de clases. Para demostrarlo tenemos a nuestro favor toda la historia, los golpes de estado, las represiones, los engaños, las maniobras de los tenedores del poder y el sufrimiento cotidiano de los otros.
No nos dejemos engañar. Todo es simple. La derecha no quiere que haya cambios, prefiere la Constitución de Pinochet,
En un escenario polarizado como el chileno, como el descrito, no caben los consensos. Avanzamos o quedamos como estamos. No dejemos que la tinta en el agua nos ciegue.