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Salvador Allende y el Legado de la Unidad Popular Transitan por las Grandes Alamedas Junto al Pueblo de Octubre

Autor: Fondo Cardoso , marcha primero de mayo, Servicio Nacional del Patrimonio Cultural

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La conmemoración del 50 aniversario del gobierno de la Unidad Popular, nos sorprende en un particular contexto de emergencia sanitaria producto de la pandemia de Covid – 19, que ha dejado al descubierto las profundas desigualdades sociales. Ello ha hecho aflorar una pobreza encubierta por años y lo peor de todo, que la crisis económica y social se ha descargado principalmente sobre las espaldas de las trabajadoras y trabajadores, por un gobierno neoliberal que se dedica a defender, de forma prioritaria, los intereses de una elite poseedora de todos los privilegios; trayendo, además, al presente la profunda herida abierta en nuestra sociedad, al llegar, de nuevo, a la violación de los derechos humanos y recurrir a sistemas de represión y criminalización de la demanda social.

Esta realidad que nos golpea a diario, con triste crudeza, al observar lo que viven millones de familias, tiene un profundo arraigo en nuestra historia y es el eje sobre el que se mueven las fuerzas políticas, una parte con propuestas de reformas profundas y otras, por increíble que parezca, de insistencia en mantener un sistema que profundiza  las precarias condiciones actuales. Esta constatación hace mucho más relevante conmemorar al único proyecto político en la historia de nuestro país, que propuso poner la dignidad de los trabajadores y trabajadoras de Chile en el centro, mediante la implementación de un programa de gobierno, que contenía cambios estructurales de verdad y con la capacidad de redireccionar a un país que se construyó históricamente sobre el despojo a la clase trabajadora.

El triunfo histórico alcanzado en 1970 fue el producto de un proceso de unidad, de construcción programática y acumulación de fuerzas que se venía gestando desde la década del 50’, estando aún el Partido Comunista “fuera de la ley”. Fue vital el papel unificador de Salvador Allende, militante socialista, que desde el primer intento de alcanzar la primera magistratura de la Nación, con su candidatura a la presidencia el año 1952,  permitió ir fraguando la inédita propuesta de iniciar la construcción del socialismo abriendo espacios y brechas en la propia institucionalidad burguesa vigente. Era preciso para ello avanzar mucho más en la democratización del país, en la participación del pueblo en la construcción de su propio destino. Nunca antes  se había establecido la participación en la administración y gestión de empresas a los trabajadores y trabajadoras, como ocurrió también en la tierras expropiadas por la Reforma Agraria. El derecho de los pueblos de ususfructar de manera prioritaria de los recursos naturales tuvo su expresión clara en la Nacionalización del Cobre, así como la garantía de contar con los servicios básicos al establecerlos con empresas estatales.

Difícilmente encontramos otro período de tan claro desarrollo curltural, educacional y artístico. La atención de salud y de políticas alimentarias hacia la infancia aún repercuten favorablemente en la disminución de muertes al nacer y en la extensión de la vida. El gobierno de Salvador Allende, a pesar de la oposición y conspiración que llevó adelante Nixon, presidente de EE.UU, fue de apertura hacia el mundo, abrió relaciones diplomáticas con la República Popular China, el entonces Vietnam del Norte, se reiniciaron con Cuba y se abrieron con Corea del Norte y la Repúbica Democrática Alemana. Mejoró notablemente las relaciones con los países vecinos y de América Latina.  En la Asamblea General de las Naciones Unidas fue escuchado de manera expectante. Y su voz aún repercute en el mundo.

Los sectores progresistas tenemos mucho que rescatar en estos días que se cumple el Cincuentenario, cuando nuestro pueblo de nuevo se encuentra de pie y enarbola las banderas de cambios profundos, en la antesala de un proceso constituyente que debe estar signado  por ese espíritu ciudadano.

El programa de gobierno de la Unidad Popular, que no se pudo desplegar a plenitud, aplastado por la violencia reaccionaria, en poco tiempo dejó grabado en la memoria colectiva: educar a los niños y jóvenes; eliminar el hambre que acechaba la infancia; viviendas dignas, aptas para formar hogares y no sólo un techo para sobrevivir; el acceso a remedios en caso de enfermedad, a prestaciones de salud oportunas y adecuadas; a una remuneración justa que permita vivir el presente y no soportarlo bajo la promesa de un futuro incierto; proteger a las generaciones más viejas con jubilaciones dignas, justas, que permitan vivir esa etapa de la vida y no sobrevivir para esperar a la muerte. Son las demandas de ayer las mismas que vuelven una y otra vez; todas, sin excepción, pues incluso el problema del hambre, que muchos pensaban como un problema enterrado hace años bajo la falsa bandera del crecimiento económico, golpeó con fuerza durante esta emergencia sanitaria, como el amargo recordatorio del sistema que impera y que no consideró el valor de la vida ni del trabajo en su modelo de desarrollo.

Salvador Allende y el legado de la UP transitan por las grandes alamedas junto al pueblo de octubre en un proceso irreversible, como él mismo lo describió. En esta pasada nos jugamos esa posibilidad de cambio en un plebiscito por una nueva Constitución, con nuevos desafíos y formas de entender lo político, pero siempre con el antecedente inevitable del programa de la Unidad Popular, por ser el gran referente histórico de un pueblo incansable en la búsqueda de la dignidad.

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