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“La Mirada Incendiada”: Una Apuesta Riesgosa

Captura de pantalla La Mirada Incendiada

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Recrear el día en que Rodrigo Rojas y Carmen Gloria Quintana fueron quemados por una patrulla militar, el 2 de julio de 1986, en un filme que no fuera documental, era -como se dice en chileno- meterse en las patas de los caballos. Por la brutalidad de la acción, por los sentimientos que genera su recuerdo, por la necesidad de la justicia que no llega, porque su familia sigue presente. Por el imperativo de no olvidar. Por la brutal represión tras el 18/O.

Tatiana Gaviola decidió meterse allí, con una sensibilidad aguda sobre los temas de derechos humanos que viene desarrollando desde los 80. Algo de “Ángeles”, un mediometraje de ficción sobre la desaparición de Juan Maino Canales (1988) hay  en “La Mirada incendiada”. Una atmósfera. En un curioso paralelo, los dos filmes hablan de jóvenes fotógrafos cuyas vidas fueron segadas por la dictadura, con diez años de diferencia entre ambos.

La mirada de la realizadora se centra menos en el fuego, en el instante del horror, y más en los aspectos cotidianos ficcionales de los días en Santiago de un muchacho que venía de Estados Unidos buscando una ciudad y un país que le habían sido escamoteados. Todo el filme gira sobre situaciones no documentales, creadas para mostrarnos que el protagonista es un ser encantador, generoso, preocupado, atento pero ingenuo. No se trata de una biografía ni de un documental sino de contar una historia sobre un muchacho que no fue un héroe, porque pudo haber sido cualquiera.

Entonces, cabe preguntarse su frente al horror del crimen… ¿importa que la tía no haya sud dueña de un boliche de población, sino una abogada importante, de organismos internacionales? ¿Importan, realmente, los detalles biográficos? ¿No sería igualmente deleznable, denunciable, memoriable, el crimen si la víctima en vez de haber sido un chico educado, de familia de buen pasar, profesionales, hubiera sido un chico poblacional o marginal?¿U otro de los tantos fotógrafos que se jugaban la vida en la calle? La lista de las posibilidades es interminable, porque podría haber sido cualquiera. Pudo haber sido cualquiera. Y es por eso que Rodrigo y Carmen Gloria son un símbolo.

Quiero creer que la intención de Tatiana fue justamente esa: al evitar contar la vida real de Rodrigo Rojas creó un personaje común y corriente, remarcando esa cualidad de azar, de ruleta rusa que tuvieron algunos actos criminales de la dictadura. Azar que se ha repetido en la represión actual.

Para lograrlo, el filme no apuesta por la épica, sino por lo íntimo. Por las relaciones que el muchacho va estableciendo; en esos días que, sin saberlo, eran los últimos. En esa apuesta hay construcciones sólidas como la del propio protagonista o la del personaje de la tía que los muestra tremendamente humanos, con dudas, silencios, errores, flaquezas, timideces, misterios,  contradicciones. Ambas actuaciones –Juan Carlos Matamala y Catalina Saavedra- sumadas a la de Pascal Balart como la prima mayor aportan frescura y verosimilitud al relato.  Sin embargo, algunas cuerdas débiles provenientes de problemas del guion no permiten dibujar completamente a algunos personajes secundarios.

A ese aspecto íntimo se agregan elementos poéticos en la imagen, como el uso de la imagen difusa e invertida y la narración en off de Carmen Gloria, cuyo lenguaje es pariente de la lírica. Este último recurso, que va tomando fuerza y sentido a lo largo del filme, está constantemente cruzando la línea entre la palabra poética y la palabra documental, lo que provoca una cercanía con los espectadores que vivieron la época, pero que quizá distancie a quienes no lo hicieron.

La música incidental aporta atmósfera y el uso de dos de las canciones más emblemáticas de la resistencia a la dictadura -“A mi ciudad” y “Simplemente”, ambas de Luis Le-Bert y Santiago del Nuevo Extremo- pone una nota nostálgica al recordar al Canto Nuevo. La insistencia en recrear en el audio de fondo a Radio Cooperativa, en cambio, por momentos resulta un poco cansadora.

Bien realizado en cuanto a los elementos técnicos, estructurado con firmeza por las actuaciones, desdibujado o ambiguo con respecto a algunos personajes secundarios, el filme es eficiente en cuanto a recrear un suceso y una época, y al crear un relato ajeno a la historia real, aunque haya alguna debilidad también en las escenas de protestas y en el allanamiento a la casa de la vecina en que se celebra una primera comunión.

Es justamente esa historia ficcional la que da humanidad a todo el filme, e instala el crimen como lo que fue, y como lo que fue la mayoría de los crímenes de la época: el abrupto corte en las vidas de personas que trabajaban, tenían amores, querencias familiares, y una mirada no necesariamente ideologizada sobre lo que ocurría.

A mi juicio, el error de Tatiana y de su guionista –Pablo Paredes (“El reemplazante”) es no haber separado completamente la trama de los acontecimientos históricos.

Cada vez que cruzaron desde la vereda ficcional hacia lo verdaderamente ocurrido, abrieron la puerta a la confusión de géneros y dieron pie a la descalificación innecesaria y nociva.

Ah, y si me permiten un consejo: vean la película antes de hacerle la cruz.

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