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La Tarea de los y las Socialistas en la Nueva Normalidad

Crédito Foto: Patricio Muñoz Moreno

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La sociedad chilena, hasta el 18 de octubre de 2019, se había arraigado a un tipo de normalidad anclada en el sistema capitalista neoliberal. Un modelo, diríamos, no meramente económico, sino que también cultural. Un tipo de sociedad diseccionada en clases, modos y costumbres. Creció, a medida que aumentaba el PIB per cápita, un tipo de arribismo que también tenía una expresión territorial: barrio Lastarria, el Liguria, algunos sectores de Ñuñoa, entre otros.

El barrio “muy” alto había sido devaluado. Pero los arribistas, muchos declaradamente de izquierda, mostraban sus prendas y chocaban sus estiradas copas de espumante en la bohemia capitalina hablando de las necesidades posmateriales de las personas: la marihuana, el matrimonio igualitario, las políticas de pro inversión de los pequeños y medianos emprendedores, el Brexit, el loco de Trump, el horror de Bolsonaro y la crisis del Estado de Bienestar Europeo. Y en la borrachera intelectual, una que otra comparación inasible con los sistemas fiscales o educacionales de los países nórdicos.

La izquierda del bar ya había abandonado los viejos dilemas de la política de clase. Y la política tradicional también, aunque un poco menos. Pero cuando aún no lográbamos salir de la resaca posmaterial, maldiciendo un gobierno de derecha que a penas alcanzaba a incomodarnos, llegó el 18 de octubre.

Chile despertó ha sido el lema que ha inundado la expresión de la manifestación social. Ha prevalecido, como imprecación poética en el fervor colectivo incluso más que aquel que nos regaló Piñera cuando nos declaró la guerra. Y así, abandonaron el bar de la diversidad sexual y los derechos de tercera generación para salir a la calle. Reemplazaron las copas y el jazz, por banderas y carteles; los más febriles, las reemplazaron por antiparras y escudos para sumarse a la primera línea de la lucha. En Plaza Italia eso sí, o en el eje Providencia-Ñuñoa, porque tampoco iban a ser tan incautos como para ir a meterse a las poblaciones periféricas de la ciudad.

Entre medio de todo este tráfago, las y los socialistas se sumaron con total naturalidad. Una buena parte en la calle, otra parte en la política y otro tanto en el movimiento social y sindical. Cada cual había pensado que cumplía una tarea, un cometido histórico por su condición de socialista. Había de todo. Socialistas arribistas, socialistas aburguesados, socialistas burócratas, socialistas de calle y lucha, socialistas dirigentes sindicales y sociales. Socialistas de la interna también, organizando o coordinando la estructura del partido. Cada distinción con poca nitidez, y ciertamente, algunas de ellas abiertamente injustas. Pero lo digo, para que se entienda claramente.

Las y los socialistas que han cumplido lo que constituye un deber, aun cuando sea intuitivo, sabían que ellos mismos no habían despertado el 18 de octubre. En buenahora que lo haya hecho Chile. El socialismo viene despierto desde 1933, época en que se inauguró, para decirlo coloquialmente, la política de clase en Chile. Y esto, no es un tipo de soberbia que pudiera cubrir de una pátina la crítica que hay, desde dentro y fuera, a la política del PS en los años de la nueva democracia, habiendo estado ya, durante estos años, en el Gobierno y en la Oposición. Cuando la crisis presenta un clivaje calle versus elite, o ciudadanos versus clase política, la ola arrasa con todo.

La calle implementa la política de la tierra arrasada, sin contemplación. El malestar, llevado al paroxismo, ha provocado un resultado contradictorio: hay que solucionar los problemas sociales con urgencia y cambiar la Constitución, pero en lo posible que no lo haga nadie. Ojalá se hiciera solo, a través del aire o de algún tipo de acto mágico. Idealmente, que lo hicieran los ciudadanos y ciudadanas a través de un acto abstracto sin representantes. La desconfianza con la clase política es brutal y, yo diría, por ahora, irreversible. Como máximo gesto, el movimiento estaría en condiciones de que lo hicieran otros, y no los mismos de siempre. En tal caso, dificulto que esos otros, no se transformen en los mismos de siempre de forma acelerada.

La ecuación se está tornando prácticamente imposible. El acuerdo alcanzado en el Congreso Nacional, que establece un Plebiscito de entrada, un órgano constituyente y un plebiscito de salida, es un hecho inédito en la historia de Chile. Habrá que marchar y movilizar a los ciudadanos a las urnas para derogar la Constitución de la dictadura en abril del 2020. Aun así, hay quienes mantienen el prurito constitucional de pretender hacer del proceso constituyente un evento a la medida. Aquí también hay un hecho que bien vale calificar de injusto: cuando se dice que las y los socialistas somos lo mismo que la derecha. Pero todos nadamos en el mismo barro por razones diferentes. Decir que somos iguales a la derecha, cuando Sebastián Piñera ha pretendido desde el primer día poner patas para arriba todos los avances sociales de Michelle Bachelet, eso es, definitivamente, un ejercicio imposible. No cuela.

Es claro que ya existe en Chile una nueva normalidad. Y, en buena hora, la sociedad volvió a los problemas materiales no resueltos. La derecha ya dejó de entretenernos con sus elucubraciones valóricas sobre el aborto, el matrimonio igualitario o las drogas blandas. Ahora entonces, las y los socialistas tienen un deber irrenunciable de luchar en los tres ámbitos que la coyuntura nos presenta: seguir condenando las violaciones a los Derechos Humanos cometidas por agentes del Estado, impulsar una agenda social que combata las desigualdades y los abusos y convocar a todos los ciudadanos para concurrir a las urnas en abril y aprobar una Nueva Constitución para Chile, a través de la Convención Constitucional, que es la Asamblea Constituyente que las y los socialistas promovemos, al menos, desde el 2011.

Habrá que navegar por esta nueva normalidad con coraje, y con orgullo de ser socialista. Todos son necesarios para la tarea. Los del bar, los de la primera línea, los de la burocracia, los del aparato, los de la sindical. Nunca como ahora, hubo tanto que hacer, en tan poco tiempo. Que, parafraseando a Oscar Wilde, las ilusiones no fracasen, que es lo más usual, y que cuando se cumplan, no sea tan amargo.

Felipe Barnachea,
Felipe Barnachea,https://pagina19.cl
Profesor de Filosofía y Máster en Estudios Políticos Aplicados.

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