Analista político y sociólogo.
El gobierno no se podrá recuperar de esta etapa depresiva, que amenaza con hacerse permanente, sin conectarse con la mayoría ciudadana, tal como es y no tal como se la imaginaba que era.
Hasta ahora ha maniobrado en sentido contrario. Ya sabemos que la decisión de indultar fue tomada en un momento y en condiciones muy especiales: las peores que nos podemos imaginar. Frenó la agenda de seguridad, ahondó las diferencias al interior de sus coaliciones, afectó la figura presidencial, obligó al sacrificio insuficiente de una ministra y fue repudiada por la opinión pública.
Parece un episodio, pero es una forma de gobernar. Todo lo que esta administración no puede conseguir en transformaciones profundas y duraderas, lo convierte en necesidad de realizar gestos a un segmento de sus seguidores.
En el más reciente gobierno de Michelle Bachelet, antes de cumplir un año, ya se tenía presentada, debatida y aprobada la reforma tributaria. Fue un logro acotado, negociado y entregó menos de lo esperado, pero fue un logro.
Esto se pudo conseguir porque Bachelet fue siempre la candidata indiscutida, su base de apoyo en primera vuelta fue casi el doble de la que tuvo Boric, tenía los equipos constituidos desde antes y se focalizó en lo principal.
Este paralelo tiene validez porque explica el tipo de desafíos en los que cada cual se embarca. El dato fundamental que revela es la insalvable distancia que media entre lo que se quiere hacer y lo que se está en condiciones de hacer.
Cuando no se está afectando la estructura de poder real y ni siquiera se le hace un rasguño; cuando se viene de una derrota histórica, la más estruendosa de la izquierda en medio siglo, lo que queda son los gestos simbólicos que entregan una aparente justificación para un ejercicio desilusionante del poder.
Como de costumbre, lo que falla, cuando falla es algo muy grande, es el liderazgo político principal. Los demás pueden quedarse contemplando la situación como una tragedia o pueden asumir la responsabilidad colectiva de llenar un vacío de sentido y de proyección política.
La pregunta que deben responder quienes quieran superar esta difícil encrucijada es simple: ¿quién asume la responsabilidad de ponerse en contacto con la mayoría ciudadana distante y suspicaz? Falta quién lo hace, no qué hacer.
Se diga o se calle, en la política chilena tenemos hoy tres certezas: tal como vamos, la derecha es la primera opción para la ganar la próxima presidencial; un candidato seguro a la derrota es una alternativa de izquierda radical; y una tercera opción para competir con posibilidades aún no levanta cabeza.
Se puede perder o ganar, pero no presentarse en la cancha es indigno. Como el tiempo no es infinito, es ahora, en esta elección de consejeros constitucionales, cuando una opción de centroizquierda se debe hacer presente.
Lo que se necesita es mostrar la capacidad de ejercer el poder para distribuirlo de manera diferente, contando con el respaldo ciudadano necesario.
Para ganar la mayoría hay que hablarle a la mayoría y para ser escuchados hay producir una confluencia de fuerzas distintas, unida por una propuesta política coherente. Como estamos, eso se expresa en dos listas no en una.
