sábado, abril 27, 2024
OpiniónUn Tecito en La Moneda

Un Tecito en La Moneda

Crédito Foto: Patricio Muñoz Moreno

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He estado pensando con una cierta desazón y hasta un poco de vergüenza ajena respecto de una invitación a conversar. Esto, luego de que haya llegado a mi PC un video (entre los cientos que andan circulando) en el que aparece el Presidente de la República, correctamente vestido, de acuerdo a su habitualidad, con su corbata roja y la banderita chilena en la solapa de su chaqueta oscura sobre su camisa blanca. Está sentado simétricamente al centro de la mesa instalada en uno de los patios de La Moneda, rodeado de unas doce damas.

Mujeres chilenas. Vecinas de cualquier barrio. No sé, y tampoco importa, si están tomando desayuno o es la hora de las «onces», como decimos en Chile. Hay jugos, da la impresión de que son de naranjas. Hay también galletas, las típicas galletitas de chocolate, limón o vainilla. Pan, mantequilla, mermeladas. Todos los vasos de jugo están llenos menos el del Mandatario que, como ha estado monologando frente a sus invitadas, habrá bebido algunos sorbos para suavizar la garganta.

Hay arreglos florales a lo lago de la bien premunida mesa, se notan bastante frescos los pétalos. Detrás del presidente Piñera permanece un gigantesco macetero, como los que hay en los diferentes patios del Palacio de Gobierno. Se ubica justo, justo a las espaldas del dueño de casa.

Yo, desde mi PC, empiezo a escuchar al Jefe de Estado. El video se alarga aproximadamente unos quince minutos y durante éstos el mandatario no cesa de discurrir sobre los mismos temas que han acaparado la atención en los últimos días. No repetiré aquí el detalle de lo escuchado porque el tema de esta crónica es otro.

 Las señoras que asisten al Tecito

Son mujeres modestas, posiblemente dueñas de casa de comunas del oriente, norte y sur de la Región Metropolitana. Han venido vestidas con sus elegancias modestas, se adivina que la invitación con carácter de urgente que se les hizo, las pilló de improviso. Las sacó de sus obligaciones diarias como dueñas de casa y, quizás, jefas de organizaciones femeninas comunales, juntas de vecinos u otras. Con seguridad se habrán puesto nerviosas porque no todos los días se recibe una invitación de esta naturaleza.

El video comienza con el presidente hablándoles a las damas, pero se nota incómodo. Se advierte a la legua que no encuentra la intimidad, el acercamiento, la empatía indispensable de cualquier dueño de casa que le habla a sus invitados. Peor aún, invitadas, Debe estar tratando de acercarse emocionalmente a las señoras, pero él mismo sabe que no le resulta. Personalmente, como televidente, me doy cuenta del intento fallido, eso de tratar de ser distinto. Es que se lo habrán dicho sus asesores, pero no pudo porque el corazón se manda solo.

Y, más adelante, resueltamente el presidente mira hacia lejos, más allá de la mesa llena de bandejas y flores, pone su vista directamente a la cámara y empieza a a hablarle al país, a ese ser que escucha de lejos. Lo hace como en cualquiera de sus intervenciones televisivas en cadenas nacionales y donde él, lejos de gente a la mesa para conversar de tú a tú y mirándose a los ojos, se defiende bien. Así, olvidándose de las señoras, se centraliza en las pensiones pero cuesta entender bien los detalles de las cifras que expresa, sobre todo si se está en una mesa más o menos bien servida, pero con cositas para comer que, al fin y al cabo, despiertan el apetito. Y con un dueño de casa que, de todas maneras, provoca algo más allá del respeto. Casi miedo o, por lo menos, algo no manejable.

Hacia el final el anfitrión, en vez de agradecerles a las señoras que hayan venido a tomar el té con él, se dirige a la Nación en su conjunto, aquella que no está sentada a su mesa. Y se despide, igualmente hacia la cámara, terriblemente solo.

Al final del video yo observo los rostros de las señoras festejadas. Están como paralizadas, no se han movido. No han soltado sus carteras, no se les ha movido un cabello de sus peinados. Y tampoco han comido ni una galleta. Lo peor, se les ha enfriado el té.

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