Periodista.
En uno de los cursos que facilito en la Universidad Austral de Chile, me detengo en el origen del color y en cómo nuestro aparato ocular se ha sofisticado a lo largo del tiempo, considerando que en épocas pasadas no conocíamos ni el azul. ¿Sabían ustedes que no nacemos viendo colores?. En especial el azul se aprende como prácticamente todo, en el lenguaje, gracias a nuestras indicaciones de genialidad parental, “pero pinta el cielo azul; o mira qué bonito el cielo, está totalmente azul“. Lo cierto es que ningún ser humano sin lenguaje sabría reconocer el azul del cielo y la admiración se hace más evidente cuando, en clases, menciono que según nuestro territorio y cultura tenemos espectros distintos en nuestro horizonte cromático.
El tema sorprende siempre a la clase, veo que les encanta irse con alguna sensación de mayor relatividad y menos certezas. Considerar que vivimos en un sistema ocular centrista y por lo mismo, nos toca enfrentar la equivocación propia de nuestra limitación escópica. Misma que nos empuja, muchas veces, a la ceguera porque no somos capaces de advertir nuestras diferencias, porque hemos sido adiestrados social y culturalmente para controlar un solo entorno y sobrevivir.
El rojo del semáforo, por ejemplo, es una convención basada en que tenemos nuestro límite de visión (400 a 700 nm) y por lo tanto, podemos percibir el rojo a la mayor distancia posible (7000 ángstrom ó 700 nanómetro) y así, cada color se percibe según rango en el espectro visible. No vemos más allá del 700 nm a menos que usemos dispositivos específicos para los infrarrojos o viceversa bajo los 400, los gamas.
Se suele decir que el color más visible del espectro es el amarillo, situado prácticamente al centro y por lo mismo es uno de los más utilizados en publicidad. Capta la atención porque el iris reacciona fácilmente a ese rango espectral de luz. Muchas marcas famosas lo utilizan, van a la segura y arriesgan menos.
Lo realmente llamativo es que un grupo de neo momios haya utilizado un argumento tan rebuscado para decir lo mismo que la extrema derecha o los fascistas han sostenido por siglos. Evidente, sin improperios ni vulgaridades que los desnude en su chilenidad, esa que evitan vestir o sienten como una variante del virus.
Su declaración Amarillos por (su) Chile es sencillamente eso, yellow, al centro de todo, un grupo dispuesto siempre a una lucha de tinta y medios (de comunicación) por mantener sus rocas, sus lagos, su agua, su cobre, su Penta, su belleza y sus coimas. Asegurados hasta con el intelecto porque hay que ver lo básico del discurso, donde nos brindan la práctica simple de la cita de la cita, sin contexto ni profundidad.
Se declaran seguidores de una frase de Yeats, el mago escritor irlandés, ligado políticamente a la causa separatista y que participó de la cofradía que publicó durante un tiempo la revista Yellow Book, apelando a un simbolismo irónico, el reino del oro venido a menos. Decadencia era lo que declaraban muertos de risa, pena y creatividad.
El amarillo ligado a la traición política y la cobardía no, no se inventó en Chile como señalan estos clasistas asolapados. Por lo mismo son de un oportunismo que ya no sorprende, al citar a Humberto Maturana y mienten descaradamente al autodenominarse “acallados” ante la legitimación de la violencia política… cuando entre los firmantes hay quienes legitimaron un golpe de Estado, el uso de las armas contra civiles y una consistente violencia estatal que ha considerado la censura de lo diferente y los excluidos, por siglos sino por décadas.
Tiemblan de estallido y manifestaciones populares, pero citan al caraqueño Andrés Bello que no fue sino el intelectual venezolano, bolivariano y descolonizador más influyente en América Latina. Claramente no lo han notado, pero todos los temas que ellos plantean “de futuro (medioambiente, respeto de las culturas originarias y nuestro carácter mestizo, equidad de género, etc.)“ son en realidad nuestro pasado y presente en crisis.
No hay peor ceguera que la de aquellas turbas de acomodados, tratando de convencernos que la primavera ha de vestirse de otoño para cabalgar en su caballo amarillo del Apocalipsis, el del cuarto sello, ése que monta la muerte, previo al abismo.
