jueves, marzo 28, 2024
ReportajesPandemia y Efectos Sociales: las Cicatrices del Jaguar

Pandemia y Efectos Sociales: las Cicatrices del Jaguar

Crédito fotografía: Patricio Muñoz Moreno

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Alguna vez fue motivo de risa o mofa. Posteriormente se transformó en el ícono de las paradojas. Hoy solo es un mal, pero muy mal, chiste. Los tiempos mejores no han podido ser peores y quizá se constituyan en los peores en mucho tiempo.

Si bien el Gobierno de Piñera se empeña en mostrarse como un barco que capea (y según ellos, muy bien) las olas provenientes del exterior: la pandemia mundial y la recesión internacional (efectos que nunca reconocieron en otros tiempos) …y hasta intentaron achacar a extranjeros la crisis social en Chile…los efectos sociales de la pandemia sólo han desnudado realidades que hace demasiado tiempo están con nosotros.

Más allá de una campaña de vacunación determinada  -lo mínimo que podría hacerse con eficiencia a estas alturas-, estamos presenciando uno de los momentos más complejos del país en materia social y económica, precisamente el aspecto donde la derecha suele poner sus fichas. Acá le ha tocado más bien la cara que no le gusta, la de un Gobierno que debe salir en ayuda de sus ciudadanos, lo que refuerza la idea de que es un Estado fuerte el que mejor puede enfrentar situaciones como esta.

No obstante, el impacto social de la coyuntura sanitaria ha sido y sigue siendo devastador. Basta con mirar las calles, a ojos de cualquier ciudadano, para ver miles de establecimientos comerciales cerrados, las carpas con gente que vive en las calles- que en algún momento eran casi una excentricidad- hoy campean por las ciudades, las tomas de terrenos se multiplicaron en los últimos meses y las ollas comunes aún proliferan en los barrios pese a los bonos del Gobierno. Por todos lados surgen expresiones de la crisis social en curso. Una sola cifra aportada por El Mercurio: “Un millón 250 mil familias ingresaron al Registro Social de Hogares y casi el 60% es parte del tramo vulnerable”. 

Es decir, si había una situación social delicada, que explicó el estallido social del 18 de octubre, los efectos de la pandemia solo han venido a profundizar, agudizar y a desnudar con crudeza aquello.

Ya lo dijo la Cepal muy claramente hace algunos días en su Panorama Social 2020: La pandemia está provocando un “aumento en los niveles de pobreza sin precedentes en las últimas décadas e impacta fuertemente en la desigualdad y el empleo”, agregando que, a nivel de América Latina, hay más de una población chilena entera (22 millones de ciudadanos) que ya cayeron a la pobreza en 2020 en comparación con el 2019.

Los años de bonanza de años anteriores, que algo alcanzaron a repercutir en una tendencia positiva de los indicadores de desigualdad, se están borrando de un plumazo. “La pobreza y la pobreza extrema alcanzaron en 2020 en América Latina niveles que no se han observado en los últimos 12 y 20 años, respectivamente, así como un empeoramiento de los índices de desigualdad en la región y en las tasas de ocupación y participación laboral, sobre todo en las mujeres”, expresó el organismo.

Según las nuevas proyecciones de la CEPAL, como consecuencia de la fuerte recesión económica en la región, que registrará una caída del PIB de -7,7%, “se estima que en 2020 la tasa de pobreza extrema se situó en 12,5% y la tasa de pobreza alcanzó el 33,7% de la población”. En otras palabras, más de un tercio de la población latinoamericana estará en condición de pobreza entrado el nuevo año.

“La pandemia ha evidenciado y exacerbado las grandes brechas estructurales de la región y, en la actualidad, se vive un momento de elevada incertidumbre en el que aún no están delineadas ni la forma ni la velocidad de la salida de la crisis. No cabe duda que los costos de la desigualdad se han vuelto insostenibles y que es necesario reconstruir con igualdad y sostenibilidad, apuntando a la creación de un verdadero Estado de bienestar, tarea largamente postergada en la región”, afirmó el organismo.

Ya en junio la FAO había advertido, además, que “el impacto sobre el hambre será también muy significativo, tomando en cuenta que en 2016-2018 ya había 53,7 millones de personas en inseguridad alimentaria severa en América Latina”.

En este tremendo panorama y gracias a los crecimientos económicos de años anteriores, además de las políticas sociales implementadas, según la misma Cepal, la pobreza en Chile alcanzó un 10,7% de la población en durante 2019, subiendo solo al 10,9% en 2020, constituyéndose en el segundo país con la menor tasa de pobreza, después de Uruguay (que tiene la mitad, 5,1%). Según el organismo- o la versión que dieron al respecto algunos medios- este leve aumento se explicaría por las “ayudas estatales implementadas”. Cabe precisar que la última medición oficial para Chile fue la Casen 2018, la que arrojó que la pobreza se situaba en 8,6% afectando a 1,5 millones de personas.

Por simple matemática, 2,3 puntos porcentuales más de pobreza desde 2018, solo considerando los efectos de la pandemia hasta el año pasado, tendríamos que más de 400 mil chilenos ya cayeron en situación de pobreza y un incierto camino les resta para volver a salir de ella.

La tregua que no llega

El problema es que la pandemia no da tregua aún, al contrario, se ha acentuado, y es bien probable que el presente año sea otro año muy complejo desde el punto de vista económico y social, pese a los cantos de sirena y supuesta recuperación de la que habla el Gobierno. 

Estas cifras a nivel macroeconómico se observan como acotadas, pero ocurre- como advierte constantemente la Fundación Sol- que cuando se habla, por ejemplo, de un desempleo de 10,3% en el último trimestre del 2020, en realidad se está hablando de niveles que triplican esa cifra cuando se observa la calidad del empleo aún existente. Se olvidan que en Chile campea la informalidad laboral y la falta de mínimos derechos sociales en este campo. Por eso cerrar en cuarentena la comuna de Santiago significa un verdadero descalabro económico para miles de personas, muchos inmigrantes, que viven al día vendiendo sus productos en esa comuna.

Incluso el gran comercio formal, agrupado en la Cámara Nacional de Comercio, ya abandonó toda diplomacia con el Gobierno y sostuvo que, si se seguían registrando cuarentenas de fin de semana, y peor toda la semana, “va a ser un desastre completo”, con efectos “letales” desde el punto de vista de las ventas y el empleo.

De allí las voces, como las de la candidata presidencial del PS, Paula Narváez, pidiendo ayudas económicas urgentes del Ejecutivo ante el nuevo recrudecimiento de la pandemia, con “un IFE mejorado, de mayor cobertura y continuidad para el primer semestre”.

El Banco Central nos acaba de notificar que el país cerró el 2020 con una caída del PIB del 5,8 por ciento, la peor recesión en 40 años, es decir desde la crisis de los 80 (el año 82 cayó un 11%), cuando el desempleo llegó a superar el 30%. «Es un dato complicado, pero un poco mejor a lo esperado. Esperamos que el 2021 sea un año mejor en términos económicos, sanitarios y sociales», dijo un esperanzado ministro de Hacienda, Rodrigo Cerda. Lo cierto es que todo el mundo sabe que retroceder socialmente 5 o 10 años, en un país ya muy desigual, es algo que se va a recuperar en otros 5 o 10 años y, por cierto, será una pesada herencia para la administración que sea elegida a fines de este año. 

Y ya el nuevo año empezó mal, con una fuerte contracción de 3,1%, en el primer Imacec del año, que sorprendió al mercado, que, si bien esperaba una nueva caída, no preveía una de tal magnitud. Se trata del peor inicio de año de la economía nacional del que se tenga registro.

Todo esto pasa un poco en segundo plano, la verdad, porque la coyuntura de la pandemia- y sus cadenas noticiosas oficiales- mantienen en vilo a los chilenos, que solo saben que la crisis los va golpeando directamente a ellos y sus familias. Frente a los efectos de la pandemia y la posibilidad de arriesgar la propia vida, no queda más que acomodarse a como venga la situación económica.

La leve recuperación registrada hacia fines de año, explicó el Banco Central, «estuvo en línea con el levantamiento gradual de las medidas de control sanitario, las medidas económicas de apoyo a los ingresos de los hogares y el retiro de una parte de los fondos previsionales».

Sí porque, con sumas y restas, esta situación la han enfrentado fundamentalmente los trabajadores con sus propios recursos, e incluso se debate si debieran ser de las AFP o del Seguro de Cesantía: ambos han sido acumulados por los propios trabajadores y además, fueron concebidos para otros fines. Si no fuera por esos recursos- del primer y segundo 10%, cuando ya se habla de un tercero- probablemente estaríamos viendo un estallido social de incluso mayores proporciones del que ya hemos visto. Recordemos que la situación económica fue uno de los detonantes claves, en la caída definitiva de la dictadura del general Pinochet y no faltaron quienes pensaron que Piñera, ante estas coyunturas, no podría concluir en definitiva su Gobierno. Pero Chile es un país “ordenado” y apegado a su institucionalidad, por lo que un escenario como el nombrado no se percibe en el horizonte, aunque estemos sentados en una especie de “polvorín social”.

Ahora, todo esto ocurre, además, en medio de un camino de cambios a la Constitución, que ha generado legítimas expectativas respecto de muchos derechos sociales en juego y que, por cierto, pondrá presión a la determinación de soberanas políticas de mayor justicia social.

Emulando a la cuna del capitalismo

En ese cuadro, ya se generan todo tipo de debates que, cual más, cual menos, tiene que ver con el reemplazo del Estado subsidiario y soluciones de fondo que permiten, en definitiva, una mejor distribución de los ingresos, el telón de fondo de toda esta discusión en el plano económico. 

Es así como ya empezaron a sonar voces que llamaron a modificar el royalty minero- especialmente con el alza que ha tenido el metal rojo en los últimos meses, o a hablar del impuesto a los más ricos o al menos una carga tributaria bastante más progresiva que la actual, donde los que tienen más paguen por fin más.

Mal que mal si hasta el nuevo presidente de EEUU, Joe Biden, en lo que podría considerarse la cuna del capitalismo, está planteando la primera gran subida de impuestos en Estados Unidos desde 1993 para financiar su programa de gobierno (un aumento tanto de la tasa corporativa como de la tasa individual para personas con altos ingresos), ¿por qué no podría hacerlo el “jaguar” de América Latina?

Se ha dicho en todos los tonos: no habrá un pacto social sostenible en Chile si no se distribuyen mejor los frutos del crecimiento. Y esto se pondrá más en tabla en la medida en que la pandemia ha desnudado, sin contemplaciones y con crudeza, lo que hay debajo de la cama.

 

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