Periodista y Psicóloga.
Cuando veo la lección que nos están dando los cabros, esos que partieron saltando torniquetes del Metro y que hoy se han instalado masivamente en la Asamblea Constituyente, me quedo perpleja. Uno no deja de verlos como “cabros”, post adolescentes que se han pegado el “estirón” del que hablaban nuestros abuelos, para transformarse -a partir de este último fin de semana- en nuestros líderes, en quienes están dando la línea para que nos enteremos que el mundo cambió. Y que la política en Chile ya no es ni será la misma.
Los habíamos mirado como probablemente nos miraban nuestros padres cuando seguíamos a los Beatles, queríamos irnos a la guerrilla del Che Guevara o nos encantábamos con el festival hippie de Woodstock y Piedra Roja. Una mezcla de cabros buenos, bichos raros y rebeldes sin causa. Unos jóvenes flacos, pelucones e irreverentes que les decíamos unas cuantas verdades a unos supuestos “viejos de mierda”. ¡Hoy estos últimos somos nosotros! Y los cabros que fuimos reviven en nuevas batallas.
Mientras en nuestra generación cabros de 20 años o menos dieron la vida por combatir una dictadura sangrienta que partió trágicamente la vida en dos, los cabros de hoy están dando otra de esas batallas que son incomprendidas, rechazadas o repudiadas en sus comienzos. Un dirigente político, que se creyó muy pillo en su percepción, les dijo 24 horas después que saltaran los torniquetes y comenzara la más significativa revuelta social de los últimos 30 años, que “esto no prendió cabros…”. ¿Eso no prendió? Como será cuando prende…
Estos jóvenes, que partieron marchando como escolares el 2006; que, como universitarios, reiteraron el año 2011 en forma masiva su reproche y descontento ante el mundo que veían, crecieron, se titularon y encabezaron el asalto final el 15 y 16 de mayo pasado a través de las urnas. Y, en una estrategia política magistral –por lo certera y comprometida- se transformaron en Constituyentes, alcaldes y alcaldesas, concejales, gobernadores. Como piezas de dominó vimos caer a dirigentes de distintas viejas guardias –de derecha, de centro y de izquierda- frente a este vendaval juvenil que compitió a través de agrupaciones desconocidas para la historia oficial, interpretando en forma exacta el sentir ciudadano que ya se había expresado en el Plebiscito de octubre de 2020.
Mujeres jóvenes empoderadas y feministas, hombres ecologistas y defensores del medio ambiente, cabros y cabras ampliamente preparados para su tarea, con propuestas novedosas y realistas que piden lo aparentemente imposible. Que sueñan cosas supuestamente desahuciadas, que quieren concretar proyectos mil veces desechados por el poder. Que se ganaron a la gente en cabildos y no en reuniones del Comité Central. Que se conocieron y se hicieron cómplices en las luchas comunitarias y no en la Comisión Política. Que surgieron realmente de las bases y no fueron nominados a dedo para competir. Que no fueron “cepillados” ni “bypaseados” por oscuras máquinas partidarias. Que, en fin, surgieron, se multiplicaron y se fortalecieron en un mundo político paralelo al oficial, al supuestamente real, al de los programas de debate de la tele y de los matinales, al que cubrían los grandes medios de comunicación, convencidos que allí estaban los constituyentes y las futuras autoridades del país.
¡Qué gran error! ¡Qué gran ceguera! ¡Qué notable soberbia! Otra vez, el mundo “informado”, el serio, el de terno y corbata, “no lo vio venir…”. No vio venir un tsunami increíblemente anunciado en octubre de 2019. No vio la fuerza del hastío reinante y lo que eso anunciaba. No vio venir las consecuencias del hartazgo histórico. De la bronca acumulada por años, décadas, siglos de injusticia e inequidad. No vio venir la fuerza que puede acumular el cansancio frente al basureo milenario, el racismo, el clasismo, la homofobia, la represión valórica, la imposición de formas de vida al gusto de la iglesia católica. En fin. No hay peor ciego que el que no quiere ver, dicen.
Los resultados del proceso eleccionarios del fin de semana del 15 y 16 de mayo fueron una bomba de racimo que cayó en el centro de la vieja y gastada política chilena, la que no llego a entender que su hora y sus métodos habían pasado. Cuando se empezaron a dar cuenta de la debacle, ya era tarde. Muchos perdieron su silla o entraron en “plan pijama”, como dicen gráficamente los cubanos.
Los cabros, por su parte, mostraron sus cartas, sus propuestas, su estilo -hablaron con términos como sororidad, todavía poco presentes en nuestro vocabulario cotidiano- y se presentaron con humildad pero con asertividad. Porque es su hora. Es la hora del recambio. Es la hora de un vuelco histórico. Es la hora del fin de muchos paradigmas. Es la hora de dejar los miedos ancestrales, de entender –por ejemplo- que los comunistas son parte del escenario político y que el trabajo de algunos de sus líderes ha sido ampliamente reconocido por la población y que su llegada al poder en los lugares donde lo ganaron debe ser respetada, tal como por décadas y milenios se respetó el triunfo y la autoridad de otras fuerzas, aunque muchas veces aquellas no hayan ganado tan limpiamente…Es la hora de abrir la mente, de saborear los aires nuevos, de llenarse los pulmones de la alegría que esta vez sí puede llegar en forma plena…
