Periodista y Psicóloga.
Hay un poema del escritor magallánico Marino Muñoz Lagos que decía, allá por los años 70, que “a la vuelta de siempre, me encontraré contigo…” Hoy se me vino a la memoria ese verso al preguntarme qué nos encontraremos a la vuelta del Covid.
Desde luego, otro planeta, otro mundo, otro paisaje social. Mucho dolor, muchas pérdidas, muchos adioses, muchas ausencias, muchas preguntas, mucha incerteza, mucha incertidumbre, mucha nostalgia. Y también nuevos paradigmas, nuevos caminos, nuevas realidades, nuevos desafíos, nuevas preguntas y nuevas respuestas.
Ha sido tan devastador el paso de esta pandemia que las secuelas se vislumbran en todos los ámbitos: psicológico, económico, social, cultural, familiar y, desde luego, sanitario. Me he cuestionado mil veces la gravedad de 2,2 millones de muertos (de los cuales, un 25% corre por cuenta del Estados Unidos de Trump) en un planeta de 7.700 millones. La estadística habla de algo irrelevante. Sin embargo, llevamos un año presos de un fenómeno sanitario que le dio un vuelco a la forma como vivíamos el día que supimos de un virus que había surgido en Wuhan, China, y que tenía paralizada a esa localidad y luego al país asiático y, finalmente, al mundo entero.
Una hecatombe impensada, inimaginable aun para las mentes más afiebradas. Un planeta entero perdiendo su modo de andar, asfixiado literalmente de un minuto a otro, a partir de una enfermedad desconocida, brutal y solapadamente sanguinaria, que fue llenando hospitales y salas UCI a una peligrosa y vertiginosa velocidad, donde nada dio abasto, lo que generó la real tragedia. Vimos llorar sin consuelo a médicos en Italia, en España, en toda Europa en uno de sus más crueles inviernos; vimos desfilar miles de ataúdes a fosas comunes, vimos calles vacías y gente encerrada por meses, tratando de sobrevivir al horror a través del canto en los balcones.
Y vino el verano, y todo pareció un mal recuerdo para el Viejo Mundo, que se lanzó frenético y desenfrenado a vacacionar. Y, entonces, los del nuevo mundo recibimos la plaga, en un invierno que repitió las dramáticas escenas ya vistas en Europa.
Pero no había terminado el horror. Vino la segunda ola, allá y acá. Y se empezaron a cancelar proyectos, eventos deportivos, celebraciones patrias, festivales y un sin de actividades tradicionales, alrededor de todo el orbe. Y se cerraron los colegios, los cines, los gimnasios, los almacenes de barrio, los juegos infantiles en las plazas, las ciudades, los puertos y los aeropuertos. Y nos instalamos en un planeta desconocido, impredecible, arrasado por un virus microscópico que nos partió la vida en dos. Y que va dejando las más brutales y aun no cuantificadas secuelas.
Por ejemplo, ¿qué está pasando en la psiquis de niños que debieron alejarse de sus clases escolares, de sus amigos del colegio y encerrarse en sus casas, junto a padres y madres estresados, haciendo teletrabajo o lidiando con la perdida de sus pegas? “Los niños son de goma”, dicen los pediatras tratando de calmar a los padres cuando un infante se accidenta. Pero la mente ¿es tan maleable, o esconde dañinas consecuencias a más largo plazo?
¿Qué está pasando con matrimonios que han debido sobrevivir en pequeños hábitats de 30 metros cuadrados, que no pudieron salir en meses a la calle, que hoy no tienen el dinero para salir a tomar aire playero? Y paras los cuales las terapias son un lujo, o solo puedes acceder a ellas por zoom, si es que cuentas con un computador y espacio para la intimidad que requiere ese diálogo.
¿Qué está pasando con los trabajadores a los cuales se les acabó el subsidio de cesantía, el IFE, el bono de clase media o el 10% de la AFP y no tienen trabajo a la vista porque muchas de las empresas donde laboraban están quebrando o están haciendo su reciclaje sacrificando a sus trabajadores? Si no basta ver a los más 200 periodistas y trabajadores de Copesa que fueron echados a la calle hace unos días…
¿Qué está pasando con los artistas de los más variados rubros que no pudieron seguir trabajando porque no hay donde hacerlo y que no reciben ninguna ayuda estatal? Duelen las palabras de un talentoso Alfredo Castro o de tantos otros que se han reinventado en los más diversos oficios, a través de los cuales buscan sobrevivir.
¿Qué está pasando con los millones de chilenos y chilenas de a pie, que deben inventar día a día su sobrevivencia en un país donde cada cual se rasca con sus uñas, y donde un porcentaje minoritario y acaudalado piensa solo en su viaje a Miami para estas vacaciones?
¿Qué está pasando, en fin, con el amor en los tiempos del Covid? ¿Cómo logra sobrevivir una pareja que debió pasar separada 5 o 6 meses durante el 2020? ¿Cómo se logra formar pareja en medio de tantas restricciones, necesidades y cambios de rutina? Es la época de la soledad, de la nostalgia de los buenos tiempos, de cuando éramos felices e indocumentados… Es la época del páramo existencial, de la lejanía obligada de nuestros afectos más intensos, como nuestras madres, nuestros hijos en otros países, nuestros nietos… ¿Qué resultará de esta soledad tan fuerte y abismal? Nada bueno, eso es seguro. Por lo pronto, uno va viendo la aparición de muchos cuadros depresivos. De personas que, sin conocerte, te cuentan de su dolor, su desazón, su desánimo…
Sin duda, fuimos lanzados sin previo aviso, a un mundo del cual no conocemos los códigos, en el que debemos caminar a tientas, sin saber cuándo volverá la normalidad, o cómo será la vida en la nueva normalidad que a todas luces, se instalará en el planeta. Por lo pronto, solo nos resta rogar que la vacuna llegue pronto a los brazos de los chilenos, y de todos los habitantes de la tierra.
