viernes, abril 19, 2024
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Alicia Va en el Coche, Carolín…

Crédito fotografía: Patricio Muñoz Moreno.

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En los negros años ‘80 los vecinos de la calle Salomón Sack, en la comuna de Cerrillos, se quejaban de una siniestra rutina que formaba parte del entrenamiento de los efectivos del Grupo de Operaciones Especiales (GOPE) de Carabineros de Chile, nacido en 1979. Cada mañana, mientras trotaban con sus fusiles al hombro, de sus gargantas salía, como un rugido feroz, la canción infantil “Alicia va en el coche, carolín, Alicia va en el coche , carolín cacao, leo, lao”. Era la forma que tenían sus instructores de “formarlos”. O más precisamente, de deshumanizarlos, algo central en el marco de la doctrina de seguridad nacional que regía por entonces, creada por Estados Unidos e impuesta en Latinoamérica como parte de la Guerra Fría contra la Unión Soviética.

Alicia ya no debía ser vista como una niña inocente y juguetona sino como un enemigo interno más. Ello era muy “útil” en caso de que cualquiera Alicia de nuestro país fuera a dar a una sala de tortura junto a sus padres, algo cotidiano en esos años. Alicia era una comunista, una roja, una malvada más, que podía atacar al imperio y sus gobiernos títeres instaurados tras diversos golpes de Estado en esa guerra contra el comunismo.

Lo lamentable es que esas experiencias dictatoriales instauradas en los años 60 y 70 dejaron huellas profundas. El constituir una autarquía, un Estado dentro del Estado; el sentirse dueños del poder y saber que sus acciones cuentan con el respaldo de gobiernos como el actual, nos muestra que los funcionarios de Carabineros del siglo XXI no han cambiado. La impronta de esa ideología sigue estando presente, a pesar de que a partir del retorno a la democracia se dio el giro -en teoría, al menos- desde la doctrina de seguridad nacional a la de la “seguridad ciudadana”.

Ni en la época de la Dictadura ni hoy en día, los policías están desquiciados ni sufren de patologías psiquiátricas cuando violan a destajo los derechos humanos. Creer que son “malos por naturaleza” o locos, sería menos brutal como explicación. No. Ellos eran y son entrenados para hacer lo que hacen. Y si ven a un malabarista callejero de pelo largo haciendo acrobacias con sables, aún lo asimilan a ese enemigo interno al que, si no lo eliminas, te eliminará. De otra forma, no nos podemos explicar la conducta del carabinero de Panguipulli el viernes 5 de febrero. Para un civil como cualquiera de nosotros es inimaginable actuar de la forma en que lo hizo el policía con un artista que portaba sables de utilería para su acto.

Cuando en los años 80 a los infantes de Marina se les hacia matar con sus manos a las mascotas que los habían acompañado durante todo su periodo de entrenamiento, se buscaba lo mismo. Lograr que el uniformado despersonalizara al adversario y lo viera solo como un enemigo. Lamentablemente, matar a sangre fría a partir de prejuicios inoculados, justificados y premiados por quienes detentan el real poder, sigue siendo parte del actuar de los Carabineros de Chile. Mucha agua habrá pasado bajo el puente desde que funcionarios de la Dipolcar degollaran durante la dictadura de Pinochet a tres militantes comunistas y la institución fuera seriamente cuestionada, pero nada ha cambiado realmente. Los jóvenes que se volcaron a la plaza Italia durante el estallido de octubre de 2019 lo saben de sobra. En esas protestas ellos se convirtieron en blancos móviles. No solo había que dispersarlos. Había que dejarlos ciegos porque representaban todo lo que, aparentemente, a esos carabineros se les enseña odiar en sus cuarteles. Por el contrario, cuando se enfrentan a un poderoso, así esté armado, la reacción es distinta y parece formar parte también de esa ideología: esos personajes rubios, de buen vestir y de modo autoritario si pueden portar “artefactos” (aunque éstos sean ametralladoras) y, además, son tus jefes, son tus aliados, a quienes sí o sí debes proteger. Si no, baste recordar las escenas dentro del Capitolio estadounidense en enero pasado. La turba increpando a los policías y recordándoles que “venimos de parte de tu jefe, él nos mandó”…

El joven que cae de bruces al río Mapocho empujado por un policía es otro ejemplo de esta misma barbárica y formateada conducta. Como también lo es el asesinato de Camilo Catrillanca y tanto otras brutales violaciones a los derechos humanos de las que hemos sido testigos por décadas. No son casualidades, son patrones. De otro modo, no existirían tantos mártires cruzados por los mismos signos: vulnerables socialmente, desvalidos emocionalmente, parte de etnias subvaloradas o de inmigrantes pobres.

Los policías estadounidenses asfixiando a George Floyd a vista y paciencia de cientos de otros hombres negros son otro ejemplo de esa ideología que Estados Unidos creó e impuso durante la Guerra Fría. En Chile, ese oscuro legado parece tener mucho arraigo aún en Carabineros. Es lo que se viene reclamando desde el retorno a la democracia. Pero siempre, en algún momento, en alguna trágica esquina, vuelve a ocurrir. Vuelve a surgir la bestia, una que está convencida que “Alicia va en el coche” es un himno de guerra.

El problema, sin embargo, no es solo ese, es también -como lo han señalado muchos, pero no los suficientes después de la atroz muerte de Francisco Martínez- la indolencia o, al menos, la indiferencia ciudadana frente a estrategias de sobrevivencia cada día más numerosas que deben practicar muchos jóvenes chilenos desheredados socialmente. No debería ser algo que aceptemos sin cuestionamientos el que cientos de personas deban pararse en una esquina a ejercer precarios oficios autodidactas para ganarse el pan. Sin salud, sin previsión, muchas veces sin techo y cuidados de nadie, para hacerse “unas monedas” esquivas. En otras latitudes esto se ha institucionalizado, a través de vías incluso muy peligrosas para la salud, como el tragar parafina para lanzar llamaradas ante automovilistas distraídos. Pero al menos allí, hay más salidas para los desposeídos.

También los civiles debemos hacernos cargo de nuestras fallas y nuestros olvidos con una juventud marginal que ha quedado aún más desvalida a raíz de la pandemia del coronavirus y la crisis económica que está ha traído. De lo contrario, seguiremos siendo escandalizados testigos de atropellos policiales por parte de funcionarios que son incapaces de ver a niñas, -como lo hicieron con la hija de Camilo Catrillanca- sin los ojos del odio aprendido, que les inculca una clase dominante para defenderse de otra que busca cambios urgentes e ineludibles.

Patricia Collyer
Patricia Collyer
Periodista y Psicóloga.

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