Periodista.
Son tres los motivos principales por los cuales, afortunadamente pues una buena merienda dice relación directa con quien te acompañe en la mesa, no se podrá contar con mi modesta presencia en el almuerzo que el presidente Piñera le ofrece al Presidente de Brasil Jail Bolsonaro el sábado próximo en La Moneda. Mucha centolla, mucho camarón, álgida competencia de las viñas por la selección del mosto, publicidad internacional a la vista.
La primera causa de mi inasistencia es que, en general, los días sábados los acostumbro a destinar al sagrado e íntimo hecho de quedarme en casa, reordenando mis libros, documentos, anotaciones en borrador y las consecuencias lógicas de habitar un departamento que, durante la semana, casi no tiene dueño de casa y, por lo tanto, se desordena por sí solo porque las cosas en una casa viven por su cuenta, aunque no se note. Se mueven los cuadros para admirarse entre sí mismos durante la soledad del día, se desordena el closet con las camisas que se desplanchan a su antojo desperezándose de sus siestas calentadas a plancha. Se tienden a secar de puro aburrimiento las plantas de la terraza en sus inmóviles s maceteros colgados. Se juntan papeles y lápices y envases de los cigarros puros Café Créme que fumo a diario, en el escritorio de trabajo. También hay que reorganizar (en la medida de lo posible, como dice la historia) el refrigerador que ha sido aprovechado a la ligera los días anteriores. Hay que lustrar los zapatos con los que caminé desde el lunes pasado, y, en fin, ser algo así como «dueño de casa» porque las cosas del hogar no se hacen solas y en eso soy muy fijado: el desorden me desespera, en eso se me nota la profunda neurosis que todo ser humano llevamos dentro, a veces muy guardadita pero latente.
El segundo motivo por el cual no voy a ir a ese almuerzo en el Palacio de Gobierno es porque los días sábado después del mediodía (es decir, casi a la hora de ese almuerzo oficial), voy a la feria libre de mi barrio y me encanta recorrer sus pasillos llenos de verduras y frutas aunque lo que más me gusta es comprar un pastel de manzana francamente delicioso que vende una señorita encantadora y que también vende humitas y pasteles de choclo. El pastel lo vengo comprando hace unos tres años y no cambia. Es rico siempre y, si algún conocido o amigo mío quiere venir a tomar el té conmigo algún día en las tardes de semana que ya amenazan con convertirse en otoñales, lo probará y me encontrará toda la razón. ¡Qué manera de haber té en bolsitas en Chile, actualmente! En cualquiera tienda de productos orientales hay miles de tipos diferentes y a precios irrisorios. China, definitivamente, es la dueña del mundo. Una taza de té es la mejor diplomacia, mucho más que un gran almuerzo oficial y, además, uno elige quien lo acompañe.
También en la feria soy un comprador permanente de ajíes verdes (los grandes, amarillos profundos y que no pican pero tienen un aroma perfecto para las carbonadas. legumbres y guisos caseros que me encantan y que en mi casa siempre hay). Además, soy un comprador obsesivo de zanahorias y cebollas y mi hija me reta porque compro demasiado y al final las cosas se pierden pero no me importa. Reconozco que saber comprar ces una de las herramientas más eficaces de la economía, pero no la practico. Otro producto es todavía en esta época el melón, sobre todo el calameño, se obtiene un jugo grueso y refrescante y muy alimenticio de este fruto veraniego.
En la feria me gusta saludar a la señora que vende frutos secos. Ella es psicóloga pero no ha encontrado trabajo en su profesión últimamente y se enfrenta a sus necesidades económicas (llegar al popular fin de mes, deporte nacional) yendo a la Vega Central, comprando de a kilos almendras y nueces y revendiéndolas en paquetitos de cien gramos y cuarto de kilo. La pobreza, disimulada. Caen muy bien los frutos secos, a cualquier hora. Con uno de los vendedores de frutas de la feria hace tiempo que tenemos una apuesta. Si gana la «U» y pierde Colo Colo, yo que soy colocolino le debo comprar toda la fruta a él. Si gana Colo Colo y pierde la «U», él me debe regalar plátanos y, todavía en esta temporada, algunos duraznos. Ya nos hemos hecho muy amigos y siempre hablamos de fútbol. Este feriante tiene dos hijas y todas trabajan con él los sábados en la feria. Una de las niñas es estudiante de Veterinaria, la otra es Psicóloga, igual que la vendedora de frutos secos. Las dos hijas del feriante ayudan a su padre y hace unas semanas conversamos a fondo y se le notaba en los ojos la emoción de haber sacado a sus hijas adelante, sólo levantándose todos los días a las cuatro de la mañana, comprando frutas al por mayor en la Vega y, como la señora de los frutos secos, vendiendo al por menor. Mientras siga ganando el Colo Colo y perdiendo la «U», tengo plátanos gratis, así como van las cosas en el fútbol, me pondré muy bananero…. Con perdón de los fantáticos del “Chuncho”, sólo se trata de fútbol aunque para Albert Camjus se trataba de la actividad más importante del mundo.
Y el tercer motivo por el cual no se podrá contar con mi presencia en el almuerzo de La Moneda en honor al presidente de Brasil, es porque no me invitaron. A veces, mejor el olvido. Si lo hubieran hecho, no me quedaría sino asistir al ágape pues estoy de acuerdo en que, si a uno lo invitan, creo que hay que hacerse presente aunque a uno no le guste ni el invitado ni el invitante, como es precisamente mi caso. No podría haber dicho “Gracias Presidente, pero no asistiré”. Si se trata de situaciones e invitaciones tan oficiales, las cosas cambian y hay que ser republicano antes que nada. Otra cosa es que quisiéramos que nuestra realidad republicana fuese diferente pero eso es, a propósito de ferias libres, harina de otro costal.
