Inicio Destacado La Chinchilla en Chile: Abrigos finos, sedosos y sangrientos

La Chinchilla en Chile: Abrigos finos, sedosos y sangrientos

Crédito Foto de Tanya Kusova en Unsplash

0
1241

Cual me diste placer antes, ahora descarga

mi mente de esta enorme duda:

¿cómo da dulce planta fruta tan amarga?

Dante, La divina comedia, 1307.

Tristemente, no existe en Chile otra especie animal nativa que haya sido tan brutalmente exterminada por sus habitantes como la chinchilla lanígera. Sin duda, un episodio que, al contrario del holocausto de ballenas, bisontes y elefantes, no ha recibido la atención mundial. Casi siempre, los pequeños animales son materia de olvido, más en el caso de que se trate de roedores.

Pero, ¿qué es una chinchilla? Este animalito es una de las tantas hijas que nuestra tierra ha producido evolutivamente de manera exclusiva y que, por tanto, no existe en ningún otro lugar del mundo. Es un pequeño roedor que pesa unos 400 gramos, de grandes orejas, sedoso y gentil. Su maldición evolutiva es su hermosa piel. Especial y fina, adaptada a lo largo de millones de años para resistir un clima caluroso de día y muy helado de noche. Su piel es excepcionalmente suave porque cada folículo del pelo tiene un pelo central rodeado por 50-75 pelos de lana suaves que forman un manojo.

Los incas sabían de ella y de su prima hermana: la chinchilla andina, también abundante y de piel un poco menos fina que la chilena. La usaban con respeto para adornar cuellos, hacer tapados y la tenían en muy alta consideración. Durante la Colonia, los conquistadores españoles la cazaban para enviar sus cueros a España, en su febril tarea de repatriar riquezas a una península ibérica empobrecida por las guerras contra los moros. Uno de los abrigos más preciados de la reina española, Juana La Loca, era entero de piel de chinchillas. La nobleza española tampoco le hizo daño. En esos tiempos su caza era solo circunstancial.

Fue ya instalada la república independiente de Chile, desde O´Higgins en 1820 y durante todos los gobiernos liberales hasta 1870, con Pinto, Bulnes y Montt, que este brutal exterminio tendría lugar, amparado por el liberalismo mercantil y la profunda desconsideración de esos tiempos hacia la naturaleza. Así, entre 1820 y 1870 se cazaron en Chile unos 78 millones de chinchillas, las que fueron exportadas casi en un 90%. Esto es: 4 veces la población humana o 20 veces todas las vacas de Chile actuales. Sin duda, un exterminio notable causado por los chilenos y chilenas de siglo XIX en aras de la entonces idea del progreso.

Ya desde fines del siglo XVIII París, Londres y Nueva York dictaban la moda mundial. Los modistos de la élite habían descubierto la finura de la piel de chinchilla y la pusieron de moda durante décadas entre sus conspicuas clientas. Un abrigo se hacía con 100 pieles de chinchilla, después de un curtido muy especial, que impedía la caída del pelo y preservaba el hermoso color azulino gris. Las pieles de chinchilla alcanzaron precios exorbitantes y los fardos de docenas de pieles fluían constantemente desde Buenos Aires y Valparaíso hacia Europa y Estados Unidos. Uno de los últimos abrigos de chinchilla silvestre vendidos en el siglo XX, en Japón, se vendió en 50 mil dólares. Al igual que el marfil mata elefantes y el cuerno mata rinocerontes, las clases pudientes con sus compras y hábitos de consumo han sido quienes han posibilitado el exterminio.

Hasta el siglo XVIII los territorios llamados del Norte Chico chileno eran un mar de chinchillas. De día, durmiendo en sus profundas madrigueras, eran invisibles al profano. Animalito de hábitos profundamente nocturnos, en la fría noche eran más abundantes que las estrellas del límpido cielo nortino. En ese tiempo había una miríada de individuos de una especie madura evolutivamente, que perfeccionaba su genética y cuerpo para mayores desafíos futuros. Sin embargo, ese futuro sería muy distinto al que la Natura había prefijado. La cultura nortina, entre otras cosas, es extractivista. Los mineros hacen hoyos y extraen el mineral sin ocuparse mayormente del impacto y la basura, y esto no le fue indiferente a la vida de las chinchillas, aun cuando en los países desarrollados de la época ya se conservaba la naturaleza y había gigantes naturalistas como Alexander von Humboldt, que educaban genialmente sobre ello.

¿Cómo se cazaba? Los cazadores, llamados chinchilleros, acicateados por el altísimo valor de las pieles en el mercado europeo, se afanaron por cientos durante décadas en cazar el más alto número de ejemplares. Por mucho tiempo, ser cazador de esta especie fue una profesión de campesinos enriquecidos. La chinchilla, juguetona y curiosa, caía irremediablemente en sus trampas atraída por los sabrosos cebos. No era un problema cogerlas con la mano, pues ellas, dóciles y sumisas, no mordían, sino que se acurrucaban en las callosas manos que pronto las desnucaban. Aun vivas eran despellejadas para luego secar su piel a la sombra y armar farditos de docenas, que era la forma como se exportaban. Durante décadas, en los montes nortinos se escucharon los chillidos moribundos de millones de chinchillas masacradas. Había lugares de matanza donde se habilitaban sangraderos que acumulaban restos de cadáveres. Un abrigo significaba 3,2 litros de sangre derramada. Por su alto valor inicial en el mercado, la piel de chinchilla era un negocio excepcional, incluso más rentable que la minería.

A principios del siglo XX era tan notoria la cacería indiscriminada de estos animales que los gobiernos de Argentina, Chile, Bolivia y Perú suscribieron un acuerdo en 1910, con el objeto de prohibir la caza y la consiguiente venta de pieles. Fue con el derrumbe del mercado por la poca oferta de pieles que estos gobiernos crearon reactivamente una comisión para estudiar el problema. Ya científicos como el alemán Federico Albert, asesor del gobierno chileno en las altas esferas, había advertido del problema. Él lo había constatado al escuchar a tramperos y cazadores de chinchillas, que se quejaban de que ya era muy difícil encontrar animales para cazar. Los gobiernos, alarmados por la caída del negocio, deciden entonces declararla en veda. No tenían idea, por cierto, de cuán profundo había sido el exterminio de esta especie. Para ser sinceros, solo entrado el siglo XX, a partir de estudios de científicos chilenos como Jaime Jiménez, Fabián Jaksic, Agustín Iriarte, Pablo Valladares y Claudia Silva, es que se pudo dimensionar la profundidad de la hecatombe: la chinchilla había sido sencillamente exterminada.

En 1918, Mathias Chapman, un ingeniero que trabajaba en Potrerillos, Chile, para la empresa norteamericana Anaconda Mining Copper Co., obtuvo del gobierno de Chile un permiso para criar chinchillas. Pero en 1920 finalizó su contrato en Chile, por lo que solicitó un nuevo permiso, esta vez para llevarse 11 chinchillas hasta California, Estados Unidos, donde arribó con éxito el 2 de febrero de 1923. Chapman realmente introdujo 12 chinchillas en los Estados Unidos, ya que durante el viaje una de ellas murió, pero nacieron 2 crías. Casi todo el patrimonio genético de las numerosas chinchillas de la industria actual procede de estos 12 animales iniciales.

¿Cuántas chinchillas silvestres quedan en la actualidad? Su población, protegida legalmente desde el 9 de enero del año 2006, cuando fue declarada monumento natural, se ha restringido principalmente a la región de Coquimbo, donde la CONAF creó la Reserva Nacional Las Chinchillas en 1983, para proteger las últimas colonias de una gigantesca población pasada. Una ínfima superficie, de solo 4.229 hectáreas, de los varios millones de hectáreas de su reino original. Las chinchillas residentes actualmente son muy pocas, cerca de 5.390 ejemplares (IUCN, 2016). Lo más complejo para su futuro es que la calidad de su hábitat original ha venido cambiando drásticamente el último siglo, principalmente por la minería y obras públicas, lo que ha restringido aún más su nicho ecológico. Por otro lado, la lluvia ha disminuido más de un 50% en el último siglo, afectando enormemente la cobertura vegetal que, aunque adaptada por siglos a ese clima, igualmente se ha resentido.

¿Qué pasará a futuro? El exterminio pasado se llevó con él la inmensa variedad de genes existentes en la población original de las chinchillas, acumulados laboriosamente durante su proceso evolutivo. Esa riqueza le permitió durante casi tres millones de años remontar las múltiples catástrofes infringidas sobre su población y su territorio. Desde entonces, en los albores del siglo XX la especie comenzó a girar en un acelerado vórtice de extinción que aún no termina. ¿Qué hacer para intentar reparar adecuadamente este pasivo ambiental? Es urgente ampliar las superficies de terrenos donde se sabe que hay chinchillas y transformarlas en áreas protegidas bajo tuición oficial. Luego, aumentar los corredores biológicos en terrenos privados y públicos por donde esta especie pueda expandirse y circular nuevos genes aislados. También se debe restaurar activamente las plantas nativas de las cuales se alimenta y donde hace sus madrigueras. Por último, es necesario impermeabilizar su hábitat para protegerlo de la presencia de las cabras, letal enemigo de su sobrevivencia debido a su enorme y voraz apetito por los vegetales de su territorio. La meta: al menos duplicar su población a fines del siglo XXI, sacándola del vórtice actual de extinción. Solo así nos transformaremos en uno de los países desarrollados al cual ninguna especie se le extingue.

 

SIN COMENTARIOS

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.