Doctora en Ciencias Políticas, profesora emérita de la Facultad de Long Island University en Nueva York y colaboradora del Instituto de Estudios Avanzados (IDEA), Usach.
Este 24 de marzo 2023 Argentina recordó, otra vez, el doloroso aniversario del golpe de Estado más feroz en su historia. Ese día en 1976 las fuerzas armadas, impulsadas por una doctrina de seguridad nacional extrema y mesiánica, asumieron el control de todo el país. La presidenta, Isabel Perón, fue detenida. La ‘guerra contra la subversión’ costó decenas de miles de vidas civiles y dejó de lado las normas civilizadas de comportamiento. El Estado militar usó métodos de terror para aplastar a la sociedad, imponer el control social e implantar el miedo. Un oficial naval dijo al periodista Jacobo Timerman en 1976, ‘Si los exterminamos a todos, habrá miedo por varias generaciones… Todos… unas 20.000 personas. Y sus familiares también–hay que erradicarlos–y los que recuerden sus nombres…No quedará ni rastro ni testigo’.
La doctrina de seguridad nacional formó las bases ideológicas de este Estado militar. El “enemigo interno” era la amenaza principal, en la óptica de dicha doctrina. ¿Y quienes fueron las victimas? Cualquier persona que luchaba por la igualdad y la justicia social: los sindicalistas y los campesinos, los estudiantes y los profesores, los curas y las monjas, los periodistas y los artistas. Claro que los guerrilleros también—los de los Montoneros o el EGP, grupos relativamente pequeños—pero el blanco de los militares era mucho más grande. La sociedad entera era sospechosa. Y ‘la democracia’ también, porque la democracia permitió las voces de los de abajo. Videla, titular de la primera junta, dijo en 1977: ‘un terrorista no es solo alguien con un arma o una bomba, sino también aquel que propaga ideas contrarias a la civilización occidental y cristiana’. Jorge Vanossi, un experto constitucional argentino, escribió en 1987: ‘[La doctrina] es nada más y nada menos que la presentación ideológico-jurídica del argumento contra la soberanía popular’.
En Argentina, Chile, Uruguay, Brasil y otros países una persona podía ser desaparecida por su pensamiento. Las fuerzas de seguridad en Argentina—y en casi toda Latinoamérica– clasificaron y pusieron como objetivo de ataque a personas con base en sus ideas políticas y no en la comisión de actos ilegales. Los partidos políticos y los movimientos de oposición, las huelgas y las protestas, todos fueron vistos como señales de subversión. Como dije en un artículo de 1999: “Las doctrinas de seguridad nacional y las ideologías anticomunistas parecen haber sido un determinante importante en el terrorismo de Estado en Latinoamérica, ya que deshumanizaron categorías completas de personas y proveyeron una justificación quasi-religiosa para su tortura y destrucción”.
En Argentina, por ejemplo, un cura, el Padre Orlando Iorio, fue detenido por los militares. Un oficial le dijo: ‘No eres un guerrillero, no estás involucrado en la violencia, pero no te das cuenta que cuando vas a vivir con los pobres, en los campamentos, estás unificando a los pobres, y unificar a los pobres es subversivo’. Este dicho también muestra la hostilidad de clase encarnada en la doctrina. La Junta decretó pronto un nuevo código laboral, reduciendo el poder de los sindicatos, bajando los derechos y los salarios de las trabajadores y trabajadoras y eliminando el derecho a la huelga. El Estado intervino decenas de sindicatos en las primeras semanas y abrió la economía a la inversión foránea. El de facto ministro de asuntos laborales anunció en mayo que el objetivo del Estado era eliminar al movimiento obrero como fuerza política.
Era la Guerra Fría, cuando Estados Unidos y la Unión Soviética estaban en campos opuestos y muchos países tomaron partido. EEUU consideró a América Latina como su patio trasero y no toleró la crítica ni los movimientos progresistas o radicales. Pero muchos países no querían ser parte de este conflicto mundial. Se formó una organización internacional—el Movimiento de Países No Alineados—de países en Asia, África y América Latina para enfocarse en su propio desarrollo y sus propias políticas. Para el Occidente, especialmente Washington, los países no alineados también eran sospechosos. América Latina fue centro de conflicto en esta época. Había muchos golpes, muchas dictaduras y mucha intervención de EEUU. Y cientos de miles de personas murieron, fueron desaparecidas y sufrieron tortura.
La política de EEUU se basó en el anticomunismo y la promoción de un capitalismo de libre mercado. Querían gobiernos políticamente leales a Washington. EEUU construyó un sistema interamericano militar anticomunista y/o propició que los militares de Latinoamérica intervinieran ante una “amenaza subversiva’. He demostrado en mis trabajos que la Operación Condor surgió de estos tiempos, para extender las ‘guerras sucias’ a toda América Latina y todo el mundo y eliminar a las personas ‘subversivas’ exiliadas.
La temible Alianza Anticomunista Argentina—la Triple A—asesinó y desapareció a cientos de personas antes del golpe de 1976. La Triple A tuvo vínculos con el Estado, específicamente la policía, el Ejército y la SIDE, un aparato de inteligencia. Después del golpe, la Triple A desapareció y sus integrantes fueron absorbidos en las estructuras paramilitares de la dictadura. El Estado usó los mismos métodos: la desaparición, la tortura, el robo de bienes, el secuestro de niños y los asesinatos. En 1975, en la Conferencia XI de los Ejércitos Americanos en Montevideo, Videla había dicho que ‘en la Argentina deberán morir todas las personas que sean necesarias para terminar con la subversión’ y para lograr la seguridad nacional del país. Y por lo menos 30.000 personas fueron asesinados de manera salvaje en los años siguentes.
Las y los argentinos sufrieron mucho, igual que las sociedades de Chile, Uruguay, Brasil, Bolivia y muchos países más. Sin embargo, desde de la caída de la dictadura algo muy positivo ha pasado en Argentina. Es el país más avanzado en términos de verdad, justicia y memoria. Ha habido casi 300 juicios por crímenes de lesa humanidad y 1115 condenados. La sociedad está comprometida con la justicia y no acepta el negacionismo. El movimiento de los derechos humanos, con las Madres y Abuelas y muchas organizaciones más, ha sido clave en esto. Hay que aprender de esta época tan horrorosa y garantizar que nunca más ocurrirá el terrorismo del Estado ni tampoco doctrinas aberrantes e inhumanas de la seguridad nacional.
