jueves, marzo 28, 2024
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Nos Ha Tocado un Tiempo de Muerte… Como a Todos

Crédito Foto: Patricio Muñoz Moreno

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En la película After Life, un niño observa junto a su profesora unos pollitos que están en un cubículo transparente. El niño dice, apuntando a una de las aves, creo que está muerto. ¿Cuál?, pregunta la maestra. Ese, responde el niño. La profesora toma en sus manos al pollito y dice: No, solo está asustado.

En estos días, a todos se nos ha muerto alguien. Un otro. Inevitablemente, también nos vamos a morir nosotros. La verdad es que perdemos cosas y morimos a cada instante. La muerte nos muestra la continuidad con los demás. La fórmula que con distintos matices asumimos frente al tema de la muerte es: dominación, huida, aceptación.

Pensamos que al hablar, escribir o leer sobre la muerte –de alguna manera- la invocamos, es extraño este raciocinio, no pensamos lo mismo respecto de la justicia, la libertad o el amor.

Junto con la profunda herida que nos provoca la muerte de un ser querido, normalmente circula un conjunto de reflexiones, consejos e interrogantes de un hondo contenido filosófico y una insondable sabiduría; “todos vamos para allá, “todo lo que nace tiene que morir”, “nada es para siempre”, “está descansando”, “se fue a un lugar mejor que este”, etc. Y aparecen preguntas tales como: ¿tuve tiempo de compartir o despedirme? ¿Valoré el tiempo que pasamos juntos? ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Vale la pena buscar el éxito, el estatus, las riquezas si al final nos van a enterrar o incinerar? ¿Para qué tanto individualismo, competencia, egoísmo? Y tantas otras. Es posible que estos pensamientos nos acompañen, unas horas, tal vez días, en el mejor de los casos meses. Pero más temprano que tarde las dejamos, las olvidamos, no orientan ni consuelan, ni menos las encarnamos verdaderamente. ¿Por qué? La vida toda sería distinta si las tomásemos en serio. Tendemos a repetir lo que nos gusta, lo que nos tranquiliza momentáneamente, una creencia, un dogma, una filosofía, incluso eventualmente, nos podemos convertir en eruditos en una determinada teoría, y no solo publicarlos en redes sociales, sino que también dar charlas, participar en debates, inflar nuestro ego. Sin embargo, el miedo a la muerte, y el sufrimiento de igual manera se acrecientan. ¿Es posible alcanzar un estado de serenidad –que se encuentra a medio camino entre la alegría y la tristeza- en tiempos de muerte? Quizá adscribir a una creencia, teoría, a una autoridad o racionalizar discursos de distinta índole, no baste en un tema como la muerte, es probable que todos los pensamientos e interrogantes de tanta sabiduría, no solo sea necesario conocerlos, publicarlos, comprenderlos, sino que también –y lo fundamental- experimentarlos. Para S. N. Goenka – budista- sin experimentar la realidad, no será realidad para nosotros mismos, y esto se logra con un trabajo interno, con un ejercicio de interiorización en nuestro cuerpo y mente. De esta forma se rompen las cadenas, se produce una liberación que genera fruto.

Para Claudio Naranjo, reflexionar sobre la muerte nos acerca a la espiritualidad. Para Foucault la espiritualidad tiene que ver con una búsqueda, son prácticas y experiencias (Ascesis, renuncias, conversiones de mirada, modificaciones de la existencia) que el sujeto realiza sobre sí mismo y que lo transforman.

Los valores neoliberales de la competencia, la fuerza y el individualismo no favorecen las prácticas ni los ejercicios espirituales. Por otra parte, la adoración del Dios dinero destruye el espíritu. Los humanos no realizamos ni prácticas ni ejercicios de autoconocimiento que nos transformen ni cambien la sociedad.

Isabel Allende –con mucha calma- afirma en una entrevista que “venimos a esta vida a perderlo todo”. Esta frase no genera consuelo y entra en conflicto con un Yo fuerte y deseante, del “mío”, del “conmigo”, ególatra y narcisista que busca la comodidad, el éxito, y el estatus que promueve el sistema de dominación actual, porque está dejando fuera una importante dimensión, lo espiritual. La sociedad hoy excluye la negatividad de la muerte y realiza un proceso sistemático de exclusión. Excluir es contrario a incluir. Incluir significa; poner algo dentro y está relacionado con contención. Una sociedad como la nuestra no tiene tiempo para la contención ni para observar el natural miedo, ni complementar la muerte con la vida.

Heidegger habla de la angustia ante la muerte, esta para el pensador alemán es liberadora, recupera la conciencia de la finitud y problematiza nuestra existencia desde una posición de humildad, nos baja del pedestal soberbio del que tiene sed dominación, control y calculo, o del que todo lo compra con dinero. La conciencia de la finitud heideggeriana es inclusiva y nos lleva a percibir el mundo de otra manera, al hacerlo nuestras decisiones y la manera de habitar el planeta se transforman.

En el libro La guerra y la paz de Tolstoi, se muestra a un soldado que en el campo de batalla está próximo a morir y observa el cielo. Para este soldado que siente la cercanía de la muerte lo que observa es totalmente distinto a lo que tantas veces observó. Se abre a una nueva manera de percibir, lo mismo ya no es igual ante sus ojos. Se disuelve lo superfluo,  lo trivial y se muestra resplandeciente la belleza. De alguna manera se le está quitando la carga negativa de la muerte. Hoy tenemos la cercanía de la muerte. ¿Poseemos la experiencia de lo que se muestra bello, cambiante, conectado y resplandeciente o solo estamos inundados de miedo?

La muerte comporta el cambio, cuando un otro muere el mundo y todo a nuestro alrededor se transforma por la misma radicalidad de la muerte. El poder civilizatorio de la sociedad actual –que se encuentra en nuestro interior- desprecia el cambio, la transformación y el misterio de lo sin solución, ama la definición, las etiquetas y las fronteras. Se resiste a lo problemático como tal y esa resistencia se expande por la sociedad, resistir a lo que no permanece idéntico es agotarse, cansarse y sufrir.

El contexto actual es de puro miedo, cada acto cotidiano que realizamos está teñido de esta emoción, ir de compras, tomar el autobús, la cercanía de un semejante se transforman en una serie de temores que acaban en el miedo a la muerte. Todo lo que nos rodea se nos aparece como peligroso, lleno de trampas y amenazas. Ayudan a esto los medios de comunicación que recurrentemente se enfocan en el miedo. El poder -y que son también los lentes con que el sujeto contemporáneo percibe la realidad- se alimenta de nuestro miedo, este se transforma en un elemento indispensable y favorito para nuestro propio control y disciplinamiento. Heidegger nos dice que el miedo paraliza y hace que uno pierda la cabeza. Hoy se corre el riesgo de petrificarse, inhibirse, encadenarse, de parecernos a un cadáver, sin serlo. Muertos, pero de miedo

(Dedicado con un respetuoso y amoroso silencio)

Cristian Daza Viera
Cristian Daza Viera
Profesor de Filosofía 

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