jueves, marzo 28, 2024
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Cariño Malo

Crédito Foto: Presidencia Perú

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Que por un día, el Perú y los peruanos hayan tenido en sus vidas dos presidentes no debería extrañar a nadie. El país Inca, desde lo más profundo de sus entrañas, lleno de tradiciones milenarias y con una cosmovisión de mundo que no se parece para nada en el resto de América Latina, se dice que vive una profunda crisis política e institucional. Para nada.

En Perú han pasado cosas más fuertes y profundas de lo que acontece por estos días. Solo hay que mirar lo que ha pasado en los últimos 40 años en el país del Rímac. Un joven Alán García, lleno de energía y de izquierda, se enfrentó el imperio de aquella época con malos resultados. No contaba con una suficiente base popular que lo respaldara y la economía e inflación sin límites lo llevó al despeñadero. Por milagro y cuando el el resto de las naciones de sudamérica volvían paulatinamente a recuperar la democracia, lo salvo de un eventual golpe de estado. Pero lo que vino no podía ser peor.

Un tímido y quitado de bulla, ingeniero y académico de una universidad privada, se alzaba en las encuestas y los jóvenes limeños de la época se mofaban de él sin ningún miramiento. Contra todo pronóstico, Fujimori ganó las elecciones del año 1990 y gobernó durante una década a sangre y fuego. Privatizó todo lo que estaba a su alcance a costa que, en 1992, cerró el Congreso y se transformó en un dictador civil con un amplio apoyo de las fuerzas armadas locales.  Contrariamente a lo pensado, los peruanos tuvieron un cierto alivio en la política económica, pero también hicieron vista gorda a las graves violaciones a los derechos humanos cometidas por el “chino”, que no tenía nada de chino, pero mucho de japonés: frío, distante y, sobre todo, desconfiado. Si bien logró desbaratar a los grupos subversivos de la época, como Sendero Luminoso y el Tupac Amuru, Fujimori no se ajustó al estado de derecho y hoy, por eso, se encuentra confinado por crímenes de lesa humanidad.

Alberto dejó descendencia  y no fue de la mejor. Una jovencísima Keiko Fujimori, su benjamina política en las artes de la política tradicional, fue vista por todos que seguiría la herencia familiar. Había una notable red de apoyo, sobre todo en la base popular, de extrañar las políticas neoliberales y de mano dura del “chino”. Y cuando todo el mundo pensaba que estaba a punto de ser la primera mujer presidenta del Perú, les faltaron un puñado de votos para coronarse como su excelencia. Pero no todo estaba perdido. Logró en las últimas elecciones de representantes del Congreso ser mayoría, asunto nada de quien fuera inquilino del Palacio de Pizarro.

Pero como unen una novela del Nobel  Mario Vargas Llosa, lo que vino después fue el total estropicio. Puro realismo mágico. Se fueron cayendo como un castillo de naipes presidente tras presidentes, todos acusados por corrupción por la empresa Odebrecht, que pagó coimas  a cada uno para ganarse proyectos sin competencia y licitación alguna. Alejandro Toledo, Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynsky y la eterna candidata Keiko Fujimori o están presos, enfermos o se suicidaron. Alan García no lo soportó. Pasó der ser un aprista de bien de izquierda y después de un exilio dorado en Francia, regresó al Perú y ya no era lo que era. Se perfiló como un hombre más cercano a la derecha y simplemente se olvidó de las enseñanzas de Marx. Terminó su gobierno con vítores profundizando el modelo neoliberal  y jibarizando al Estado al mínimo. El peruano promedio estaba de lo más satisfecho. Ollanta Humala que venía con el susto y los pergaminos del nacionalismo más duro e izquierdoso tuvo la misma vuelta de tuerca que su antecesor: continuó el mismo modelo para el asombro de todos. Kuczynsky  estuvo dos años al mando, sin pena ni gloria, y debió dejar el mando de la nación también por problemas de corrupción.

Así llegó un silencioso y difícil de procesar Martín Vizcarra a ser presidente de la nación incaica. Un independiente  quitado de bulla, con una visión muy republicana y, hasta ahora, sin un prontuario que lo indique que puede ser tan corrupto como sus compañeros predecesores. Llegó con la simple idea de administrar el país y de hacer un gobierno tranquilo sin sobresaltos. Craso error. Con un parlamento dominado por el fujimorismo, con un ex presidente con cadena perpetua y con Keiko detenida hace un año por actos de corrupción, nada le sería fácil. La bomba explotó hace unos días, cuando en un simple acto de nominar a representantes del Tribunal de Constitucional, las fuerzas del fujimorismo intentaron nombrar a sus “hombres” con el fin de, más temprano que tarde, sacar el Vizcarra del poder. A este último, y de acuerdo a sus facultades  que le otorga la constitución, decidió cerrar y suspender al congreso. Ardió Troya. Los parlamentarios, sin ya facultades, nombraron como presidenta a Mercedes Aráoz, vicepresidenta del Perú, católica, liberal ex aprista, hoy una especie de Evópoli en la jerga chilena, y  el país de la Chabuca Granda, tuvo por un día dos presidentes en ejercicio. Hay que decirlo el “grupo de Lima” no dijo ni fu ni fa ante este inusual fenómeno político, como sí lo ha hecho con la Venezuela de Nicolás Maduro y Juan Guaidó.

Pero, ante este escenario ¿qué ocurre con el ciudadano común y corriente, el de a pie? Nada. Históricamente les fue muy difícil en independizarse, es más fueron prácticamente los últimos de la región; vivieron dictaduras sin ninguna rebelión, salvo un puñado de guerrilleros que fueron combatidos con éxitos bajo la dictadura civil del fujimorismo a mediados de los noventas; no tienen en su ADN una conciencia cívica de contar con buenos gobernantes y parten de plano que cada gobierno “robará igual, pero que ojala no sea tanto”.

Raya para la suma: en Perú no pasará nada. La élite política que se mueve y actúa en el kilómetro cuadrado de la Plaza de Armas de Lima sobrevivirá como siempre. Y ese dicho que “no hay muerto caminando” no puede ajustarse más a la realidad del país vecino. No sería para nada extraño que, en un futuro cercano, Keiko Fujimori abandone su encierro y lidere una fuera de centroizquierda, porque en Perú todo puede pasar…

Patricio Martínez Torres
Patricio Martínez Torres
Periodista y Director de Página 19.

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