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Una Derecha más Agresiva y con Miedo

Imagen: Captura de pantalla Mega

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Era cosa de ver el rostro desencajado de Jacqueline  van Rysselberghe Herrera, Presidenta de la Unión Demócrata Independiente (UDI), la madrugada del 15 de noviembre de 2019 para entenderlo todo. Resignada ante la masiva protesta  social, la derecha nunca supo realmente lo que estaba firmando y recién vino a reaccionar a fines de diciembre de 2019. Y su argumento para desconocer lo que borró con el codo no pudo ser más pueril: “no están dadaslas condiciones para elaborar una nueva Constitución producto  de la violencia que vive el país”.

Fue un canto casi al unísono, como libreteado por el segundo piso del Palacio de La Moneda, para señalar que la “izquierda no democrática” no se había pronunciado lo suficiente para condenar los hechos de violencia que se registraban en el país. Así que fácil, había que decir “no” apruebo a una nueva Constitución en el Plebiscito del próximo 26 de abril o, simplemente, la derecha más extrema olvidarse siquiera de esa posibilidad. Hasta la movilización secundaria de la ACES les sirvió de pretexto para decir que no estaban las condiciones para hacer un Plebiscito en abril próximo.

La derecha más dura y conservadora, atrincherada en el Senado del Congreso Nacional, comunicó lo que la calle ya sabía hace rato: llamarían a votar por el “No apruebo” por una nueva Constitución, mientras se paseaban por los canales de televisión -la que volvió a ser la misma de antes del 18 de octubre de 2019- dando sus débiles argumentos para preservar la Constitución de 1980, redactada entre cuatro paredes y en plena dictadura cívico militar.

A ciencia cierta, es que la derecha aún pinochetista teme perder sus privilegios. Es el dinero, el poder sin límites, su ego desenfrenado la que la hace tambalear, pero lo peor de todo es que no saben leer lo que está ocurriendo en las calles. Divorciados totalmente de lo que acontece en sus distritos y circunscripciones, ni siquiera pueden asomar sus cabezas por allí, viven permanentemente en una burbuja.

Ni siquiera toman notas de las distintas encuestas, incluidas aquellas que son abiertamente de derecha, que señalan que una gran mayoría está por una nueva Constitución y por representantes 100 por cientos electos y electas.  Eso de que soy ciego, sordo y mudo no les puede caber mejor a una derecha que, después de 30 años de una larga y espesa Transición a la Democracia, no logran entender que Chile cambió.  Y su miedo se traduce en que, lo más probable, es que no sigan gobernando y que sus plazas en el Congreso Nacional lleguen al mínimo. Si esos más de 7 millones de jóvenes van a votar en el Plebiscito del 26 de abril, participan activamente en las próximas elecciones de alcaldes y gobernadores, la cosa podría cambiar sustancialmente.

Y agresiva dentro de su desesperación, como los ataques que han sufrido los sitios de la memoria en distintas regiones del país, por grupos que han violentado lugares donde se recuerda a personas que fueron víctimas de la dictadura cívico militar de 1973.

En síntesis, la derecha hará todos sus esfuerzos posible, ayudados por los medios de comunicación tradicionales y empresariales, para que Chile no cambie y todo siga igual. Pero la ciudadanía siempre tendrá la última palabra, pese a quien le pese.

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