A 50 Años del Triunfo Popular

Crédito foto Fundación Salvador Allende, mujeres junto Allende celebrando su triunfo

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El 4 de septiembre de 1970 Salvador Allende triunfó en las elecciones presidenciales. Fue una gesta histórica tras décadas de luchas populares, fraguadas en el marco de un sistema intolerable de abuso en una sociedad estructuralmente desigual.

La generación de partidos de izquierda, de la mano con el fortalecimiento de las organizaciones sindicales, en los albores del siglo XX, constituyó una esperanza para las y los trabajadores chilenos, sumidos en una estructura de explotación patronal que se había forjado desde los inicios de la República. Unos pocos privilegiados tenían en sus bolsillos lo que la mayoría de la sociedad requería para vivir.

Salvador Allende logró la unidad de la izquierda con persistencia inigualable, pulso irreductible y convicción genuina y tenaz. Trazó una ruta de esperanza para la izquierda en América Latina y el mundo: con contumaz vocación siguió de forma invariable el camino democrático e institucional de la “vía chilena al socialismo”, que simbolizó en una frase: “una revolución con sabor a empanadas y vino tinto”. Esta fue su mayor virtud pero a la vez el mayor peligro para el imperialismo y los grupos económicos, pues se estaba fraguando una vía democrática para cambiar radicalmente la sociedad chilena, afectando sus intereses y privilegios.

El 4 de septiembre de 1970, hace 50 años, se cristalizaba un más que centenario anhelo de justicia e igualdad social en el país. Se comenzaba a construir la “nueva sociedad” con las herramientas de la democracia y el concurso tesonero de las fuerzas sociales, las organizaciones sindicales y los partidos políticos comprometidos con el cambio social.

La Unidad Popular, fundada en 1969, constituyó el espacio político para la confluencia de la diversidad de la izquierda y el instrumento que posibilitó el triunfo popular. La derecha chilena, crónicamente asociada al latifundio y al poder económico, no trepidó recursos para impedir que Salvador Allende asumiera el poder, y posteriormente para desestabilizar su Gobierno.

Ante todo, Allende no claudicó, no huyó, no desertó.

Murió en La Moneda, como un hombre digno, un luchador incansable y un demócrata ejemplar, que regó con su sangre la historia de Chile, y sembró una inspiración de convicción sempiterna para las nuevas generaciones.

A 50 años del triunfo popular su figura se engrandece e ilumina, aunque pedregoso, un camino de futuro para el país, un camino que, en su homenaje, tenemos el deber de trazar y construir. La Unidad de las fuerzas progresistas es un imperativo político de primer orden que, ante el fracaso de un Gobierno insensible e incompetente como el actual, se hace indispensable y urgente.

Las y los socialistas tenemos un compromiso invariable por la unidad. Sin la unidad, el conservadurismo se impone. Con la unidad, podemos sembrar el desierto. La división de las fuerzas de izquierda, en el pasado y presente, han habilitado el espacio para quienes defienden los privilegios de una minoría, en desmedro de las grandes mayorías nacionales sometidas a las reglas de un sistema desigual que hace las cosas fáciles para unos pocos, y difíciles para muchos.

La figura ejemplar de Allende sigue marcando la ruta para los desafíos del futuro, y motiva y empuja a las mujeres y hombres comprometidos con el cambio social, para persistir en una lucha difícil pero necesaria para construir un país más justo y solidario.

Los que dieron su vida en las luchas del pasado así lo merecen.

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