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Las “Viejas” Feministas en el 25N

Crédito Fotografía: Patricio Muñoz Moreno

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¿Qué más se puede narrar en un 25N, el Día Internacional contra la violencia de las Mujeres? Mucho. A propósito de esta emblemática fecha que conmemora la lucha que han tenido las mujeres desde tiempos inmemoriales, buscando hacer valer sus derechos y poner fin a un sistema patriarcal que las invisibiliza, violenta y, en lo peor de los casos, hace que terminen siendo un número más de la larga lista de femicidios. Página 19 conversó con varias “viejas” feministas en lugares aledaños de la Plaza de la Dignidad (ex Plaza Italia).

A unos metros de la estación del metro de la Universidad Católica (acceso sur), se encuentran Blanca, Amalia y María sentadas, con pañuelo al cuello y una máscara blanca que las protegería de la brutal acción de Carabineros. Frente a ellas, desfilan diversas organizaciones feministas que, creativamente, desfilan con lienzos, comparsas y performances de variado estilo.

Blanca, Amalia y María, con buen lápiz labial y sombra en los ojos, no quieren por ningún motivo confesar su edad. “Ponga que pasamos los 60”, dice Blanca y todas sueltan una gran carcajada, teniendo como telón de fondo un gran letrero que dice “Renuncia Plá”.

Desconfiadas al comienzo con este cronista, María suelta: ¿A quién le va a interesar nuestra historia, de estas viejas que estamos más allá que acá”.  Un par de “puchos” compartidos y vino el relajo.

“Yo nunca le puse apellido a mi propia rebeldía, pero me sentía inquieta, diferente y anulada en mi propia casa. Sabía que podía pensar por mí misma, pero mi padre y madre nunca lo entendieron. Quería ir la universidad y estudiar una carrera, que era impensable en mi época: ingeniería civil. Pero mis padres me dijeron que, a pesar de mis buenas notas, la prioridad eran mis dos hermanos. Ellos debían ser los primeros profesionales de la familia”, cuenta Amalia.

-¿Y qué hizo usted?

“Me rebelé. Fue atroz. Dije que era más capaz y que tenía mejores notas que mis hermanos, pero no sirvió de nada. Mi papá me dijo: ellos son hombres y le tienen que dar continuidad a la familia”.

Le dijeron que estudiara una carrera, más acorde de los años 40s, que pensara en tener un buen matrimonio, que consiguiera un joven de buena familia, que siguiera el mismo camino de su madre y abuela.  Al final, Amalia estaba atrapada en una familia y sociedad conservadora, sin posibilidades de volar como una mariposa.

“Me terminaron casando con un hombre que nunca quise, a pesar que con él tuve 3 hijos, pero la vida te da sorpresas y hoy en esta marcha estoy con un nieto que anda con pañuelo verde y que se declara feminista”, acota.

-¿Un hombre puede ser feminista?

– La verdad no lo sé, pero es el nieto con el que tengo más apego. Él conoció mi historia y las oportunidades que la vida no me dio y se interesó más en mí que nadie. Yo, con el tiempo, traté igual de instruirme, así que me fui a la biblioteca de mi comuna (Providencia) y me leí todos los libros de Simone de Beauvoir. Así que al Nico, le dije lee a la Simone y después conversamos. Leyó, pero me dijo que no entendía muchas cosas y ahí hubo una experiencia muy linda de abuela a nieto: nos quedábamos conversando hasta la madrugada hablando de feminismo.

María tiene una historia distinta y cruel. “Era y creo que sigo siendo la oveja negra de la familia. Me gustaba jugar a lasbolitas, al fútbol, no me gustaban las muñecas y odiaba que me vistieran de princesa. Me subía a los árboles, cazaba lagartijas. Mis padres estaban aterrorizados”, relata.

Y agrega que nunca le gustó mucho estudiar y que quería ser un pájaro libre sin que nadie le dijera qué hacer. “Tenía 13  años y me llevaron a un siquiatra porque mis padres decían que lo que hacía era cosas de niños y no de niñas. Así que el médico me dio pastillas para la ansiedad. Andaba como media tonta todo el día y, al final, me vino una gran depresión”.

Al paso de un año, María -según su familia- no mejoraba y decidieron internarla en un hogar siquiátrico. “Pasaban todo el día dopada, pero para salir de ahí tuve que hacerme la tonta y tuve que negar todo lo que realmente quería”, cuenta y sus ojos se humedecen.

En cambio, la historia de Blanca es diametralmente distinta. Y se pregunta: “¿Qué podíamos hacer las mujeres en los 40s?” y se responde. “Nada”.  Continúa: “Seguí lo que querían mis padres. Me casé con un hombre que tuve la seguridad que podía manejarlo mejor y que me diera la libertad que nunca tuve en la casa. Me formé y pude estudiar una carrera, soy enfermera. Así que yo tuve la suerte de armar mi propio mundo”.

45 años después, en este 25 de noviembre de 2019, a pocas cuadras de la Plaza de la Dignidad, se declaran felices de ver a tantas jóvenes luchando por sus derechos, que fueron los propios en tiempos pretéritos.

“Pero mire, cómo nos hubiese gustado mostrar los pechos al aire y que nadie nos dijera nada”, afirma una de ellas. Y otra remata: “Como dice ese letrero verde, aborto libre, seguro y gratuito ya nos hubiese gustado tomar ese lienzo, pero si hoy son ellas, estamos con ellas aunque seamos unas viejas”.

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