viernes, abril 19, 2024
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Buscando Certezas en Tiempos de Incertidumbres: La Responsabilidad Ética en la Era de la Tecnología o ¿Qué Piensan los Cerdos?

Crédito fotografía: Portal cubasi.com

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“Es mucho, mijita”, dijo mi bisabuela Rosa Amelia mirando la tele.

La habíamos ido a buscar para llevarla a ver por TV, a casa de unos amigos, la llegada de los primeros humanos a la Luna. Era julio de 1969. (Crecí sin tele. Ahora, no imagino mi vida sin internet; la sola idea me descompone).

Así como a Rosa Amelia le parecía mucho ver a Neil Armstrong dar los primeros pasos en la Luna, mientras ella sujetaba su monóculo, me descomponen -por su enorme complejidad- las noticias de lo que la ingeniería genética está haciendo, en muchos laboratorios privados: modificar el ADN humano, implantar chips en el cerebro de una persona o en el de un animal.

Usando la tecnología CRIPSR/Cas9 investigadores ya han demostrado que pueden alterar el genoma humano y hace pocos días, Elon Musk -físico, emprendedor, inventor y magnate sudafricano, nacionalizado canadiense- con su empresa Neuralink presentó a Gertrude, una chanchita a la que pusieron implantes interfaz para conectan su cerebro, y el de otros dos cerditos, al de una computadora que puede “leer” sus sensaciones al ser acariciada en el hocico o al olfatear tipos de alimentos. La idea es que, en un futuro no lejano, sea posible poner implantes en seres humanos.

A su vez, en España, María López Valdés -matemática, doctora en Ingeniería Informática, CEO y cofundadora de Bit Brain Technologies- indica en videos y entrevistas (https://www.cuatro.com/blogs/hablemosdeempresa/maria-lopez-valdes-cofundadora-ceo-bitbrain-neurotecnologia-neurociencia_6_2655015006.html) que su empresa explora la neurociencia, campo que estudia los sistemas Nervioso Autónomo y Periférico.  La especialidad de BitBrain es colocar sensores no invasivos en el cuerpo humano para medir las reacciones fisiológicas. Algo parecido a lo que ya hace Fitbit, aparato que monitoriza la actividad, el ejercicio, los alimentos, el peso y más, para obtener información en tiempo real sobre el día y la noche de las personas, sincronizando estadísticas de forma inalámbrica y automática con el teléfono o computador. López dice que “la neurociencia ha demostrado que ante cualquier estímulo, el cuerpo cambia (…) cambia el cerebro que, al final, es lo que lo mueve todo y esos cambios son inconscientes, incontrolables. Lo bueno es que se puede medir (…) puedes colocar sensores y, con algoritmos muy complejos, saber qué siente la persona, qué está memorizando y qué no”. Es decir, adiós a la privacidad más íntima.

Por más de una década, he seguido a Dean Radin, uno de los primeros en estudiar en laboratorio, en el Institute of Noetic Science, los fenómenos paranormales. Y, por sobre todo, el gran misterio que es la conciencia. Pero, en agosto pasado, quedé atónita cuando vi en su página personal de Facebook un post indicando que ahora es presidente del directorio de Cognigenics, empresa/laboratorio privado que, mediante la ingeniería genética, puede manipular el ADN humano para -supuestamente- eliminar enfermedades mentales como el Alzheimer. Lo desconcertante es que él siempre había hecho hincapié en la capacidad del ser humano de autosanarse, gracias a lo que la mente puede hacer sobre la materia.

Hemos llegado a ese punto, no es ciencia ficción. Todas las noticias internacionales al respecto hacen imprescindible considerar unos derechos nuevos: los neuroderechos.

En mayo de 2019 estuvo en Chile el neurocientífico español Rafael Yuste, académico de la Universidad de  Columbia, Nueva York, y líder del Proyecto Brain (https://www.elmostrador.cl/cultura/2019/01/20/rafael-yuste-y-el-hackeo-cerebral-todos-tenemos-derecho-a-la-neuroproteccion-de-lo-contrario-podrian-leer-nuestras-mentes/), que cuenta con la firma de 25 de los neurocientíficos más importantes del mundo, quienes buscan mapear el cerebro humano para ayudar en la recuperación de ciertas enfermedades, a la vez que regular el uso de esta disciplina, para evitar que éticamente se vaya de las manos. El dejó sembrada la iniciativa para que Chile sea país piloto en la discusión a nivel mundial, reconociendo a la protección y la privacidad mental en nuestra nueva Carta Constitucional.

Enfrentados al “Apruebo/Rechazo”  y al proceso siguiente, tenemos la oportunidad de ser de los primeros países en el planeta, si no el primero, que consagre como un Derecho Humano la privacidad de nuestros pensamientos dentro de su Constitución. Pero, como ciudadanos/as, ¿sabemos algo de esto? Lo de la ingeniería genética es un temazo en desarrollo pseudosilencioso, pero más aún en Chile, donde poco y nada se habla de Ciencia y menos de la ética en la Ciencia.

Las preguntas que subyacen a la frase “aplicar la neurotecnología en seres humanos con fines altruistas” son ¿cómo definir ese término en un tiempo de desconfianzas tan enormes?, ¿cómo tendremos certeza en tiempos de tanta incertidumbre?

Suman las interrogantes: modificar el ADN humano, implantar un chip en el cerebro de una persona o en el de un animal ¿cómo se decide?, ¿quién o quiénes autorizan?, ¿dónde está el límite de lo ético?, ¿por qué el dinero de privados permite estos avances y patentarlos como propiedad privada? Lo mismo puede decirse con respecto a las vacunas, a poner satélites que vigilan nuestras conversaciones o al apuro por volver a la Luna o colonizar Marte, ¿cómo se decide? Ya es comentario en medios extranjeros cómo la minería en el espacio será repartida entre corporaciones en sociedad con otras corporaciones, más que entre naciones.

No quiero ser malentendida dando la impresión de que me opongo a los avances de la tecnología. No me imagino mi vida sin internet, con todo lo que implica. No tengo ningún problema con implantes dentales, brazos o piernas robóticas (de hecho, ya se hacen maravillas al respecto. ¿Han visto lo que se puede hacer con impresoras 3D? ¿Paneles solares conectados a la energía que producen las plantas?…¡Joder!…¡Maravillas!

Pero, ¿por qué nos parece más sensato modificar el ADN humano, en vez de hacer el esfuerzo de cambiar nuestro comportamiento, nuestras formas de vida?

Se sabe que desde los tiempos de la antigua Persia, hoy Irán, la trashumante etnia y tribu Bahktiari caminaba desde el valle de Isfahán hasta las montañas de Zard-Kuh, a casi 3000 metros de altura, descalzos y con muy poca ropa,  sin sufrir congelamiento;  en 2005, Amanda Dennison entró al Guinness Record al caminar, algo así como 70 metros, sobre carbones incandescentes, sin sufrir quemaduras; el holandés Wim Hof, Iceman, gracias a su método de respiración, escaló el Everest en shorts y corrió una maratón en el desierto de Namibia sin deshidratarse.

Existe evidencia médica de que lo anterior es posible con control mental y de que todos podemos hacerlo. Así lo afirma el biólogo celular estadounidense Bruce Lipton, quien planea que las creencias pueden modificar los genes y el ADN de las personas: “¿y si en vez de invertir tanto dinero en buscar un gen tan elusivo para sanar el cáncer y los dañinos efectos, mal llamados secundarios de las terapias actuales, invertimos gran energía en investigar el fenómeno de las remisiones espontáneas y no invasivas del efecto placebo? Pero debido a que las compañías farmacéuticas no han encontrado una forma de empaquetar o fijar un precio a la curación mediada por placebo, no tienen ninguna motivación para estudiar este mecanismo de curación innato”.

La Ciencia puede ser el gran motor del progreso, pero qué sucede si está al servicio de un proyecto político de elite? ¿Dónde está el límite? ¿Cuál es la intención moral? La existencia de  tecnología que permita modificar el ADN humano no es mala en sí, ¿pero con qué intención se quiere hacer?, ¿qué garantías de acatamiento da el acuerdo de Unesco al respecto?, ¿quiénes vigilan que se cumpla esa declaración universal sobre el genoma y los Derechos Humanos?

Hay una muy evidente relación endogámica entre la acumulación del dinero y los dueños de las grandes transnacionales. Han creado una elite arrogante, vanidosa y un tanto idiota, también. Mientras hablamos de Asambleas Constituyentes, de reformar leyes, de inclusión…  la elite dueña de todo, esa que ve el espacio, el mundo, el país y su gente como si fueran de su propiedad, no considera que sus acciones traen una forma de degeneración, ni se les ocurre reflexionar sobre la imaginación moral, tan ocupados en su propia mínima subsistencia.

Chile es muy Macondiano. No vaya a ser que esa endogamia ciega haga que, como diría García Márquez, por necedad, queden y mueran solos como la familia Buendía, y acaben pariendo bebes con colita de cerdo.

Alejandra Maria Silva Peralta
Alejandra Maria Silva Peralta
Ciudadana y abuela chilena.

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