Analista.
Una serie de expresiones callejeras ciudadanas recientes, así como los recurrentes disturbios en la Plaza de la Dignidad, muestran con toda claridad, que el escenario estratégico de los próximos dos años viene lleno de conflictividad y de graves pulsos ciudadanos que podrían ser muy violentos. La experiencia acumulada en el primer estallido de octubre está presente con toda intensidad. Ello ocurrirá si las expectativas generadas en el primer estallido no se cumplen.
Hay varios grupos de indicadores al respecto: la muchedumbre aprendió a desobedecer. La gente está expectante a la espera de resultados concretos después de esta fase de elecciones y de redacción de la nueva Constitución. El reciente incidente en Panguipulli y otros anteriores lo indican. Hay claridad respecto de lo que quieren y de qué cosas se deben negar y resistir. Se mira con preocupación cómo se insertan en el Proceso Constituyente muchos de aquellos que han sido definidos como indeseables. Cómo se va perdiendo el componente ciudadano de todo ese proceso. De qué manera se pervierten estas esperanzas por medio de acuerdos, cenáculos conspirativos, tergiversaciones, triquiñuelas, desinformaciones. El reciente libro “Chile Despertó” de Sebastián Olivari, muestra un conjunto de rayados murales en el centro de Santiago durante el estallido. A partir de siete mil fotos se han seleccionado cincuenta y nueve tomadas en los lugares más insospechados. Allí se puede observar el gran marco conceptual, así como expresiones específicas de lo que se quiere, lo que falta. Se le puso nombre a las demandas. Se observa también cómo desde los grafitis enfurecidos se va transitando, a lo largo de los días, a textos con demandas concretas, desde el extremismo más absoluto hasta expresiones del más puro sentido común. Tenemos al frente, todos, una claridad meridiana al respecto a prueba de tergiversaciones.
Aparte de aprender a pelear en las calles, a organizarse, a expresar sin miedo el pensamiento masivo, la muchedumbre hizo conciencia, clara, profunda e inapelable. Este conjunto de experiencias es un dato muy relevante a tener en cuenta. Los efectos de ese estado se van extendiendo hasta hoy y se extenderán hacia el futuro. Por supuesto, aquellos que luchan contra el cambio lo harán con la fuerza y el acicate del miedo. Estos cambios que, necesariamente deberían ocurrir, les destruyen las otras expectativas que consisten en mantener las condiciones que originan ese bienestar irritante para los otros, los desheredados y que ellos exhiben impúdicamente a cada rato, desde inventar fronteras propias en torno a lagos y playas hasta ignorar, desde el poder, decisiones que se ven como obvias en beneficio de los excluidos.
Esta toma de conciencia constituye un componente esencial a la hora de evaluar la conflictividad que viene. A la luz de los malabares individuales y orgánicos visibles, es muy probable que las expectativas señaladas se cumplan poco o nada. Si ello ocurre, no será ignorado por nadie, ni por los tramposos ni por los afectados. Una experiencia vivida en medio del estallido no puede ser olvidada, sobre todo cuando tiene que ver con la lucha por nuestra subsistencia, por la dignidad, la justicia y todo aquello que se repite insistentemente. Cada día, la ocurrencia de estas esperanzas se va diluyendo trágicamente.
Es duro admitirlo y duele hacer de pájaro de mal agüero. ¿Cómo se determinará el reglamento que ordenará la redacción de la nueva Constitución? ¿Cómo se determinará el peso profesional específico de las y los constituyentes? ¿De qué modo se enfrentarán las discrepancias más profundas, aquellas que harán sentir caer en el vacío y la pérdida total? ¿Cómo se regulará el tráfico de influencias, las presiones, los sobornos, las conspiraciones, la desinformación, el juego sucio, durante el proceso constituyente? ¿Quiénes se atreverán a dar la cara y declarar “hicimos todo lo posible, pero”?
La elección de las y los redactores dejará a la vista la enormidad de las presiones y los malabares distorsionadores. La muchedumbre quedará mirando lo que esos otros hacen, la gente esperará aguantando su rabia y sus frustraciones, cada cual con sus pequeños sueños en paréntesis, todos sintiendo que han concedido una tregua, que todo está por venir y esperan ver de qué se trata. Esa tensión flota en el aire y está asomando por doquier. Asoma a veces como sensatez y decencia y otras veces como Panguipulli.
No podrán decir los que mandan que no lo esperaban. Ya saben que no se trata de un enemigo poderoso, ni extranjero, ni armado, ni cosa de bellacos, sino de gente traicionada hasta lo más hondo. Abandonada por los que deben protegerla, por aquellos que han prometido, que dijeron, que hablaron, que mintieron.
Ojalá para entonces ya no exista el coronavirus que los sacó del apuro.
