Periodista.
Mirando la televisión y, especialmente, la sección de noticias internacionales me sorprendí pensando que independiente de nuestras diferencias a lo largo y ancho del planeta, hay algo que nos une y es el uso de las famosas mascarillas, norma sanitaria que veíamos con lejanía en Japón o algunos países orientales. Sin embargo, este año que vale para descontarlo de nuestra edad, nos trajo de golpe una imagen cada vez más recurrente y que hasta nos parece común: el uso cotidiano de un objeto que veíamos en los hospitales, las atiborradas calles del país del sol naciente y en una que otra película.
Tanto tiempo llevamos usando este aparejo o “tapa boca”, como dicen en otros países, que incluso hasta nos parece extraño ver personas sin ellas en lugares públicos como la calle, parques, plazas y playas. Al observar esta conducta en estos difíciles tiempos de pandemia, habitualmente llegan comentarios, miradas de reojo y hasta algún encontrón entre las personas. Es verdad, dirían por ahí, es difícil caminar con ellas, correr con ellas y pasear con este adminículo. Sin embargo, nos protege de la pandemia más grande que la mayoría tenga memoria.
Cómo quisiera que todas y todos fuéramos iguales, que por única vez nos uniera una pandemia o una mascarilla. Sin embargo, se entiende que esto no es posible, que jamás seremos iguales, y pensándolo bien, esto no tiene nada de malo; el problema radica en que estas notorias diferencias se utilizan para acrecentar la desigualdad y la discriminación.
Volviendo con el tema, el uso de la mascarilla denota rasgos de nuestra forma de ser, revela nuestra preocupación por el entorno, por nuestra propia salud, incluso considerando mi subjetividad, hasta me parece atractivo; no usarla cuando corresponde, también habla mucho de nuestra condición de ser humano, por esta razón es tan impresionante ver a las más las autoridades de distintos países no andar con ellas e incluso acercarse a la gente desprovistos de este instrumento de seguridad.
Sin ir más lejos recuerdo las imágenes del saliente Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien se negaba a proteger al resto con el uso del barbijo o las más grotescas escenas de Bolsonaro saludando a la gente, mientras cargaba el SARS-CoV-2.
Tampoco tenemos que ir tan lejos para llegar a una de las más exclusivas playas de Chile y ver al presidente chileno tomándose una selfie sin el uso de la mascarilla. Quizás este comportamiento sea una de las razones que lo tengan con la menor aprobación de un mandatario en la historia, tan cerca que sus siete puntos de aprobación bordean el margen de error de una encuesta.
Más de alguien ha dicho que es un tema menor y que ya se autodenunció pidiendo las disculpas correspondientes. Sin embargo, creo que no debemos olvidar que no ha sido la primera vez que contraviene las normas de salud pública que su propio gobierno aplica.
Que el presidente de un país no practique con el ejemplo, no es algo menor, la primera autoridad es quien debe dar los pasos más seguros, claros y precisos de cara a frenar la pandemia con actos tan sencillos como el uso de un objeto que nos ayudará a salir de esta crisis que implica vidas en juego y el futuro de las naciones de nuestro Chile.
