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A propósito de figuras siniestras

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Mucho se ha escrito acerca de cómo el poder cambia y/o corrompe a las personas y se dice que no se sabe cómo es un líder, figura o personalidad si no hasta el momento en que ha ejercido una cuota importante o significativa “de poder”. Es un tema sobre el que se han escrito tantas páginas, impresas o digitales, y se seguirán escribiendo, incluso, con más entusiasmo que las escritas hasta hoy. Por ejemplo, sobre los emperadores romanos surgen nuevas interpretaciones, estudios o novelas que tratan de desentrañar sus enigmáticas conductas e insólitas crueldades, tantas de ellas inexplicables en la civilización de hoy ….

Ahora bien, en la reflexión sobre el poder es inevitable que los dictadores recientes tengan un lugar central, tanto en el estudio como en las teorías sobre la materia. Su maldad y criminalidad arroja hechos y conductas que los hace objeto de análisis para tratar de explicarse como el ser humano llega a comportarse de manera tan miserable, y gente aparentemente común se convierte en viles sátrapas, capaces de tomar el poder y controlarlo cruel y férreamente, convirtiéndose en despiadados dictadores perpetuos si no logran sus arriesgados adversarios derrotarlos o derribarlos antes que mueran haciendo barbaridades hasta el último de sus días.

Uno de esos tiranos murió hace 70 años, el 5 de Marzo de 1953, José Stalin, al que millones de personas tuvieron que -voluntaria o involuntariamente- rendirle culto a la personalidad en la ex Unión Soviética e incluso fuera de ella, así como, millones sufrieron la represión política o padecimientos indecibles por la colectivización forzosa de la agricultura u otras decisiones aberrantes. Desde su rol de Secretario General del Partido Comunista, a la muerte de Lenin, consiguió erigirse en el jefe supremo del Estado y del Partido, instalando implacablemente un régimen de terror y muerte como pocos han existido en la historia de la humanidad.

El estalinismo desnaturalizó y corrompió hasta sus cimientos el programa de construcción socialista que decía sostener e implementar, en su reemplazo instaló un régimen despótico, basado en el terror policial, el endiosamiento personal y el aplastamiento de las libertades y derechos que a partir de la revolución democrática de Febrero de 1917, y luego desde la revolución de Octubre, se habían dificultosamente instalado después de siglos de oscurantismo de la monarquia zarista.

En sus primeros años, la revolución liderada por los bolcheviques tuvo que sobrevivir a la invasión de las potencias imperialistas y una cruenta guerra civil, fue una lucha terrible de contendientes dispuestos a destruirse el uno al otro. La revolución sobrevivió como pudo. Con ese telón de fondo Stalin extendió la represión al conjunto del país. Nadie podía eludir la mano terrible del Estado que destruía a cualquiera. Así, el socialismo fue herido de muerte en su alma democrática y libertaria.

No hay contexto histórico que justifique crímenes atroces, como los llamados juicios de Moscú, llevados a cabo en 1936, 1937 y 1938, que eliminaron a los dirigentes principales del partido bolchevique que habían impulsado la toma del poder el año 1917, durante la irreparable crisis del régimen zarista, sumido en las insolubles contradicciones que lo asfixiaban y en los devastadores resultados de las batallas de la I Guerra Mundial.

Asimismo, con el objetivo de afianzar su absoluta supremacía personal y el imperio de la policía política a cargo de la seguridad estatal, Stalin diezmó brutalmente la oficialidad del Ejército Rojo, una decisión que derivó en que la invasión nazi a la Unión Soviética, en Junio de 1941, en sus inicios no encontró contención militar capaz de frenar el avance invasor, salvo el heroísmo de la población y de los combatientes que no se rendían frente al avance de la ocupación hitleriana que llego hasta Moscú, a escasos 4 km del Kremlin.

Una de las claves del totalitarismo estalinista fue el culto a la personalidad que actúa desfigurando la imagen del líder político convirtiéndola en un Dios, una especie de oráculo cuya palabra por banal y contradictoria que fuera no podía ser puesta en duda, convirtiéndose en mandato sacrosanto, aunque su ejecución pasara a ser las más terribles formas de terrorismo de Estado.

Una pieza indispensable en el culto a la personalidad son los incondicionales aduladores, los que exaltan la supuesta figura infalible y le otorgan los méritos de las luchas políticas y sociales desfigurando la realidad y desprestigiando con virulencia a quienes piensan distinto, algunos de estos adoradores lo hacen por ignorancia, otros simplemente, por las prebendas o granjerías que les benefician.

El culto a la personalidad, infernal bajo el estalinismo, hizo de los peores crímenes y las más erradas decisiones una directriz que debía cumplirse implacablemente, con un costo horroroso, liquidando la legitimidad de la construcción del socialismo. La supuesta genialidad de Stalin envió al pelotón de fusilamiento a los mejores hijos de la revolución de Octubre de 1917 y el vacío político e ideológico posterior socavó hasta su derrumbe a uno de los dos Estados más poderosos del planeta. Aunque demoró décadas el colapso fue inevitable.

Luego de la muerte de Stalin, lo sucedió en medio de severas dificultades, Nikita Krushov, que aún cuando provenía del núcleo de poder estalinista, tuvo el coraje de denunciar el culto a la personalidad y los crímenes de ese período, así también, intentó diversas reformas que no fueron a la raíz del desafío histórico que estaba en el centro de la situación: la ausencia de democracia. Asimismo, adoptó un estilo personalista que agudizó el riesgo de una guerra nuclear entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, en particular, durante la “crisis de los cohetes”, en Octubre de 1962, así también, hizo antagónicas las relaciones entre su país y China.

Al poco tiempo fue sustituido y se reinstaló la inercia burocrática, las reformas se cancelaron, fue el largo periodo encabezado por Leonid Brezhnev, que devino en una gerontocracia inmovilista que se refugió en el poderío militar soviético y quedó lejos de las exigencias del nuevo período histórico. Sin democracia sólo se fue aplazando la caída final…

Desde mediados de los años 80, el intento de reformas realizado por Mijail Gorbachov, remeció de tal manera la osificada estructura estatal que está se vino abajo. Las necesarias reformas habían tardado demasiado en llegar. La ex Unión Soviética se desplomó, sin pluralismo político alguno, Rusia que asumió su reemplazo en la comunidad internacional, fue desgarrada y repartida entre las mafias que emergieron del antiguo aparato tecno burocrático que se apropió de las riquezas fundamentales del país, debilitándolo a un ritmo vertiginoso y empobreciendo el Estado, las brutales consecuencias recayeron sobre la población.

Al no haber democracia, las fuerzas sociales se activaron pero estaban dispersas y sin representación política, en consecuencia, no hubo defensa de las conquistas sociales que con el paso del tiempo se han revalorizado. La experiencia histórica confirmó la validez de la posición fundacional del socialismo chileno, sin democracia no hay socialismo.

Acerca del culto a la personalidad la lección es una sola. No hay que endiosar a nadie. El proyecto socialista es una tarea colectiva que reconoce la acción individual, pero la integra en el gran movimiento de la humanidad hacia más justicia, dignidad y libertad. No hay liderazgo infalible que pueda suprimir el ejercicio de la razón y la participación social como ejercicio esencial de una comunidad de hombres y mujeres libres.

 

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