Periodista y Psicóloga.
El distinguirse entre “nosotros” y “ellos” es parte ancestral del actuar del ser humano. Cuando chicos lo practicábamos a través del juego del “paco y ladrón” (que devino luego simplemente en “paco ladrón”), donde unos éramos los “buenos” y otros los “malos”. En el deporte también es fuertísima la dicotomía. Los de “la U” y los “del Colo” son, por ejemplo, adversarios históricos e irreconciliables. Los “del sur” y los “del norte” en un país tallarín como el nuestro marca también fuertes diferencias. Ser “cristiano” o “musulmán”, “judío” o “palestino” son otras de las más peligrosas y nefastas dicotomías a las que se aplica el “nosotros-ellos”.
Para las élites españolas del siglo XV, las nociones de “civilizado” y “salvaje” fueron también centrales para distinguir el “nosotros” (los conquistadores) del “ellos” (los indígenas de la América invadida). Hoy en día, los chilenos somos “nosotros” y los inmigrantes, “ellos”. La distinción abarca a infinitas otras divisiones: pobres-ricos, blancos-negros, del barrio alto y de plaza Italia para abajo, católicos-evangélicos, creyentes-ateos, rubios-morenos, etc.
En la reciente segunda vuelta de la elección de gobernadores en la Región Metropolitana vivimos este fenómeno en forma inusualmente dramática. Los votantes, abanderizados en “nosotros”, los de Orrego, y “ellos”, los de Oliva (o viceversa, según el lado desde el cual se mirara o militara), entraron en una espiral de descalificaciones largamente ausente en las fuerzas de oposición al Gobierno de Piñera. Las redes sociales fueron recipientes de agresivos epítetos y nadie pareció recordar que ambos candidatos eran contrarios al régimen imperante. Que Oliva y Orrego eran de “nosotros”, versus “ellos”, la derecha. Lo mismo que ha venido ocurriendo con Daniel Jadue desde que se encumbró en las encuestas. El mecanismo del nosotros (los “demócratas liberales”) versus ellos (los “comunistas totalitarios”) ha ido penetrando el discurso político y se ha tornado casi caricaturesco. Tal como los dardos que se lanzaron partidarios de Orrego y Oliva: para los primeros, la candidata era “tonta como puerta”, para los segundos, el candidato DC era un “pinochetista” encubierto. Ambas afirmaciones, obviamente falsas.
Lo que ocurre es que cuando se actúa desde el mecanismo del “nosotros-ellos”, las cosas se van por caminos muy pedregosos. Y es muy difícil la concordia y la colaboración. Y, desde luego, la paz y la unidad.
La idea de la dicotomía nosotros-ellos es del sociólogo William Graham Summer, la que apareció el año 1906 en su libro “Folkways”. Según precisa el psiquiatra Pablo Malo en el sitio Evolución y Neurociencia, Summer hablaba de un “nosotros” contra “ellos”, división en la cual los miembros del primer grupo estaban en una relación de paz, orden, respeto a la ley y al gobierno, mientras la relación de los miembros de los grupos externos (“ellos”) era belicosa y guerrera, de no mediar acuerdos.
El cientista británico Marek Kohn, experto en evolución, biología y sociedad señala en su artículo “Nosotros/ellos” que Sumner también introdujo el término “etnocentrismo” para hacer referencia al hecho de que el grupo de “nosotros” se considera el centro de todo mientras todos los demás se miden por referencia con él. Según Kohn, la facilidad de inclinarse a esa tendencia explicaría la generación de divisiones y enfrentamientos entre grupos humanos ancestralmente.
Lo anterior ha sido demostrado en diversos experimentos científicos, los que hablarían de la fuerza del esquema “nosotros-ellos” en el ser humano. Algo que es bastante deprimente, indica el psiquiatra Pablo Malo. Los hallazgos indicarían que el sesgo nosotros-ellos estaría muy relacionado con la forma de nuestro cerebro de organizar el mundo y explicaría que, en algún momento de la vida, se pierde la capacidad de ver a la gente que no nos es familiar como cercanos. Por ejemplo, experimentos hechos con niños blancos muestran que, cuando están recién nacidos, ellos miran con igual atención los rostros de diferentes etnias pero, desde los 3 meses, prefieren mirar caras de su propio grupo étnico.
Los resultados de diversos estudios no dejan lugar a dudas: “la gente se va a escindir en grupos en menos de lo que canta un gallo, por muy arbitraria que sea la división (así que no digamos si las divisiones tienen una base real…). El lema parece ser ‘Ayuda a los que son como tú, ataca al resto’”, dice Malo. Puntualiza que “desgraciadamente es mucho más fácil enfrentar a la gente que unirla”. Igualmente, recuerda a autores como Samuel Bowles y Herbert Gintis, quienes lanzaron a hipótesis del “Altruismo Parroquial”, la que plantea que los conflictos y las guerras a lo largo de la humanidad pueden haber sido las “matronas” de valores e instituciones humanas como la democracia, el imperio de la ley y la propensión a ayudar a los demás. “Es decir la cooperación entre hombres habría sido siempre para derrotar a los hombres de otros grupos”, precisa.
Abundando sobre el tema, Robert Sapolsky escribió el año 2014 en el Wall Street Journal que lo humanos “tienen una tendencia extraordinariamente fuerte a dividir el mundo entre Ellos y Nosotros, y a no ser amigables con los segundos”. Añadió que “esto se manifiesta de forma más trágica en nuestra historia bañada en sangre de violencia religiosa, étnica y racial”, señalando que filósofos, autoridades, neurobiólogos y muchos otros han meditado en lo inevitable y maleable que son las dicotomías nosotros-ellos. “¿No sería fantástico si pudiéramos pensar en todos los humanos como ‘nosotros’ y canalizar nuestra antipatía hacia los demás de otra forma?”, reflexionó en el citado diario.
Todos los estudios citados han coincidido en que el mecanismo del “nosotros” y “ellos” parece haber estado a la base de los millones de conflictos que han determinado la historia de la humanidad. Más bien, que la han desviado de su camino de paz y armonía. ¿Cuántos guerras, cuantos atentados, cuántos muertos ha habido en nombre de una tendencia tan dañina como ancestral en el ser humano?
Lo triste y trágico es que ella parece estar marcando y guiando nuestro comportamiento político en los tiempos que corren. ¿Seremos “nosotros” o “ellos” los que obtengamos el triunfo en diciembre? El problema es que antes de esa decisiva fecha, habrán muchos nuevos enfrentamientos que estarán marcados por esa antropológica tendencia.
¿Podremos derrotar la herencia de la historia y generar una unidad que nos lleve a vencer a los verdaderos “otros” de nuestro presente? ¿Podremos, como se ha hecho en la historia de la humanidad, entender que a muchas veces es más importante unirse en pos de objetivos comunes con “ellos” (nuestros cercanos “ellos”) que seguir creyendo que “nosotros” tenemos la razón absoluta? ¿O que, de lo contrario, podremos sucumbir ante los verdaderos “ellos”?
