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Legislando con el viento en contra

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Se tiene que ver la reforma previsional desde el punto de vista de sus contenidos y desde la óptica de su posibilidad de ser aprobada. En cuanto a lo primero, se trata de una iniciativa moderada y con validación técnica. En cuanto a lo segundo, las perspectivas de aprobación son reducidas.

Es una reforma exenta de ideologismos, pensada para buscar acuerdos, pero las primeras reacciones de la oposición son negativas.

Ocurre que la derecha no tiene como problema principal la falta de poder, lo que no ha logrado es hacer un buen uso de ese poder. Si se le pregunta por qué se opone tan rotundamente a esta reforma, tendría que decir con sinceridad que puede hacerlo y que eso es suficiente. Esto es falta de perspectiva.

No sería la primera vez que la actual oposición desecha la oportunidad de enfrentar un gran desafío incidiendo a tiempo, sin presiones y con influencia, algo que después terminará añorando con nostalgia. Imponerse sólo porque se tiene la posibilidad de hacerlo no es sensato, es un grave error.

Cuando una reforma moderada se rechaza con arrogancia, lo que se consigue es postergar la resolución de un problema, asumir la responsabilidad de esa demora y ponerle una tapa a una olla a presión que irá acumulando energía.

Lo que se contiene por mucho se termina perdiendo en un día. Es propio de los liderazgos de bajo calibre el pensar el futuro como un eterno presente en el que se conserva la posición de privilegio que se ostenta hoy.

Como la rueda de la fortuna no está clavada, llegará el momento en que la defensa fallará y serán muchas deudas pendientes las que no se podrán pagar. Son situaciones que, desde el estallido, se han presentado y de las que hemos podido salir, no de la mano de los arrogantes, sino por la guía de los prudentes.

No es posible que la mediocridad y la falta de perspectiva sean lo único que exista en la derecha. El talento político se distribuye con equidad en todos lados y este es el momento en el que los más clarividentes deben hacer acto de presencia.

Si se pregunta por qué la derecha no debiera vetar este proyecto cuando está en sus manos atajarlo, la respuesta cae de madura: porque es evidente que es la única que está en condiciones de hacerlo, que teniendo que escoger entre un acuerdo logrado y una imposición desembozada, prefirió esto último. Ese hecho indesmentible es lo que destacará de un posible proyecto frustrado.

Una vez que se imponga la posición más dura, se hará inevitable que la misma lógica se adopte en la reforma tributaria y predomine en materia constitucional.

Nadie sabe para quién trabaja, pero se tiene la certeza de que un polo intransigente es el mayor apoyo del polo opuesto para justificarse y fortalecerse.

Hasta hoy, el gobierno de Boric es juzgado por lo que hace, no por el daño que otros le hacen. Eso cambiaría los criterios con los que se le puede evaluar.

Lo que ahora le pasa a esta administración se atribuye a sus méritos y carencias. De resultar frustrados sus proyectos, en el Parlamento pasará a discutirse cuánto pudo hacer de no encontrar esta muralla impenetrable. De allí en adelante no se debatirá cómo se pudo actuar mejor, sino cómo derribar el muro. Lo que sigue no lo sabemos y es mejor no querer averiguarlo.

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