sábado, abril 20, 2024
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Mujeres Siempre bajo Amenaza, con o sin Burka

Crédito foto: Captura web RTTV

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Este último fin de semana ha sido especialmente impactante a partir de noticias que hablan de mujeres violentadas o al borde de ultrajes brutales. Por un lado conocimos los resultados de la Primera encuesta de violencia de género en Bomberos de Chile, presentados ante la Cámara de Diputados y Diputadas por la Fundación “Yo te creo”, los que nuevamente rompieron nuestra capacidad de asombro: 181 voluntarias chilenas habían sido abusadas sexualmente por parte de compañeros de trabajo dentro de los cuarteles de Bomberos donde laboraban, y otras 13 habían sido violadas. El estudio agregó otra realidad dramática: cuando las bomberas pidieron ayuda a sus superiores, no solo fueron desoídas (29% de los casos) sino sancionadas (18% de los casos). No era de extrañar. La mayoría (74%) de los acosadores y violadores eran superiores jerárquicos de las víctimas. La directora de la Fundación, Evelyn Astorga, dijo que el objetivo del estudio fue “visibilizar la violencia de género dentro de la institución para que se busquen medidas reparatorias, además de sumarios internos que incluyan a todas las compañías del país”.

Luego se sumaron las impactantes noticias provenientes de Afganistán donde, tras la salida de las fuerzas militares de Estados Unidos, los Talibanes comenzaron a consolidar su retoma al poder. Ellos habían caído en 2001 y, desde entonces, la situación de mujeres y niñas de ese país había mejorado significativamente, aunque los avances fueron parciales y frágiles.

En las últimas horas del domingo 16 de agosto supimos que los talibanes ya se habían tomado Kabul, la capital. Con ello, explotó el miedo incontrolable de miles de afganos, que corrían y se colgaba de los aviones estadounidenses para arrancar de país. Y de las mujeres, que se escondieron en sus hogares, buscando desesperadamente donde adquirir burkas para evitar ser apresadas y castigadas.

El regreso de los talibanes es una pesadilla para las mujeres y niñas de ese país, quienes tienen vivo el recuerdo de cuando los talibanes tomaron el control de Afganistán en 1996 e impusieron reglas brutales, de acuerdo a su estricta interpretación de la ley islámica. Las mujeres tenían que cubrirse con burkas y salir de casa solo en compañía de un pariente varón. Los talibanes también prohibieron a las niñas asistir a la escuela y a las mujeres trabajar fuera del hogar.

Igualmente, se les prohibió votar y quedaron sujetas a crueles castigos por desobedecer las reglas impuestas, los que incluían ser golpeadas y azotadas, y apedreadas hasta la muerte si eran declaradas culpables de adulterio.

Hoy las afganas esperan aterradas que sus vidas vuelvan a ser un infierno, mientras la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados informa que alrededor del 80% de los que han huido de ese país desde finales de mayo son mujeres y niños.

,Es devastador estar conociendo este tipo de noticias. Es emocionalmente asfixiante siempre estar enterándose que las mujeres seguimos siendo víctimas de la más brutal de las agresiones por parte de un hombre: el abuso, la violencia y la agresión sexual, que es una forma más de maltrato. Así lo reconoció la Organización Mundial de la Salud en 2013 cuando señaló que la violencia sexual “abarca actos que van desde el acoso verbal a la penetración forzada y una variedad de tipos de coacción, desde la presión social y la intimidación a la fuerza física.”

Es agobiante ver como día a día surgen nuevos verdugos entre hombres de las más diversas e inesperadas procedencias. ¿Quién iba a pensar que un bombero podía hacerle daño a su compañera de labores, con la cual muchas comparte turnos y a veces arriesga la vida? Un bombero era la imagen de un hombre bueno. A veces un héroe, como fue su imagen tras la caída de las torres gemelas. Pero vemos con estupor que, por ejemplo, en febrero pasado, una veintena de bomberos parisinos fueron reformalizados tras haber violado a una chica de 15 años decenas de veces, en traslados a centros de salud. En Francia, los bomberos se ocupan de este servicio. Julie, la víctima, hoy tiene 24 años y su madre lleva casi 10 años tratando de que se haga justicia luego que los bomberos han sido una y otra encubiertos por sus jefes.

No solo son los bomberos. Son los uniformados de las más diversas ramas. Son los curas. Son los pastores evangélicos. Son los padres y los padrastros. Son los tutores, Son los tíos, los hermanos mayores y los primos. Son los transportistas escolares. Son los jefes en la pega.

Es una cultura. Son siglos donde las mujeres han sido el botín en guerras, en invasiones, en millones de reyertas a lo largo de la historia. Son milenios donde la violación a mujeres -y en forma prioritaria a jóvenes y niñas- ha sido utilizada como un medio de subordinación y sumisión en esas empresas de conquista territorial. Son milenios donde las mujeres han sido vulneradas y violentadas psíquica y físicamente a partir de las más variadas y horrendas justificaciones ideológicas, políticas y religiosas.

Allí están las mujeres musulmanas, invisibilizadas tras velos y túnicas negras; allí están las mujeres desfiguradas con ácido y violadas a partir de reyertas familiares o de acusaciones de supuestas infidelidades. Allí están las mujeres africanas, que siguen sufriendo la mutilación de sus genitales a causa de ritos tribales, acto que esconde solo un gigantesco desprecio al mundo femenino y su riqueza emocional.

Y también allí están, en el mundo de las mujeres sin burka, las trabajadoras sexuales muchas veces masacradas a manos de clientes enardecidos de odio y resentimiento. Y las niñas pequeñas chantajeadas por sus victimarios, que solo logran develar su secreto con años de desfase y dolor, en terapias. Y las pololas de jóvenes adinerados, violentos y manipuladores que, en lugar de cuidar a su pareja, la abusan y violan cuando ella bebe en exceso. Y luego la culpan. Y le gatillan un suicidio, como es el caso dramáticamente conocido en nuestro país de Antonia Barra y Martín Pradenas.

Es inenarrable la impotencia que surge frente a esta historia de nunca acabar, donde las mujeres siguen siendo objeto de un destino doloroso, cruel, muchas veces insoportable pero inescapable. Un destino que las busca en cualquier recodo, como ave rapaz al acecho. A veces en el colegio, otras en competencias deportivas, algunas en relaciones amorosas supuestamente idílicas, otras en sociedades diseñadas para convertirlas en niñas esclavas sexuales a partir de matrimonios obligados con hombres mayores, las más en situaciones nunca contempladas como riesgosas, frente a hombres que, de un día para otro, se convierten en enemigos y monstruos con los que hay que dormir cada noche.

La vida de las mujeres no ha sido un jardín de rosas. Más bien, ha sido una eterna batalla que ha contemplado desde peleas para salvar literalmente la vida, hasta escaramuzas para conquistar un lenguaje inclusivo, pasando por combates para exigir equidad de género y un trato respetuoso y digno. Pero nunca ha sido un lugar tranquilo donde guarecerse. Siempre ha habido que estar en alerta, aguzando el oído y el instinto, para evitar exponerse al daño o para no provocar la ira de los machos.

 Nunca ha sido fácil el sendero que han debido caminar a lo largo de la historia de la humanidad las mujeres, usen o no burka. Desde ser acusadas de brujas por saber mucho hasta desalmadas, por lo de tener alma. Desde costillas de Adán hasta culpables de la salida del Paraíso. Desde meras perpetuadoras de la especie hasta damas de compañía, pasando por geishas o despreciadas rameras. Desde “catedrales” hasta “capillas”, desde esposas engañadas hasta amantes “part time”. Desde “minas” hasta “damas”. Desde objetos recreativos sexuales hasta tontas útiles.

En fin. Sin embargo, creo que en nuestro rincón de las sin burka hemos logrado grandes avances. Nunca suficientes porque la pelea no es corta ni sencilla. Y por ello, creo que es hora que nos hagamos cargo de aquellas que más nos necesitan para dar su batalla. Creo que es momento de lanzar una masiva y potente campaña de apoyo a miles de mujeres del mundo musulmán, especialmente a las afganas que tanto horror están viviendo hoy, para enarbolar un activo Basta un grito que se escuche en todo el planeta para detener la barbarie y los ultrajes cotidianos que sufren tantos millones de mujeres a nuestro alrededor. Ya no basta con rezar ni llorar ni predicar. Es la hora de actuar.

Patricia Collyer
Patricia Collyer
Periodista y Psicóloga.

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