Periodista.
Creo que la última versión del superclásico del fútbol chileno resume claramente el presente de nuestro balompié rentado. Algo así como un tira y afloja entre lo que pretende ser (pensando en gloriosos tiempos: algunos relativamente recientes a nivel de selección, por ejemplo) versus lo que desea dejar totalmente atrás. Y esto no pretende ser solamente un cúmulo de lugares comunes.
Durante los días que antecedieron al encuentro los diversos medios informativos especializados analizaron y especularon profusamente acerca de lo que podía ocurrir el domingo reciente en el estadio Monumental. Evidentemente no es algo nuevo: siempre ocurrió en los días previos de cada partido de esta naturaleza. Pero en el caso del reciente cotejo hay algunos matices que lo transformaron en una materia más interesante que de costumbre.
Casi teñido de cliché, uno de ellos lo constituía una idea con perfil de síndrome o de profecía autocumplida a esta altura: que Universidad de Chile extendiese a 21 años su maldición de no ganarle a Colo Colo en Pedreros (de local, la situación no es demasiado diferente: ocho temporadas sin victorias ante el elenco de Macul). El restante, más actualizado, tenía que ver con los irregulares desempeños futbolísticos de ambas escuadras en el presente campeonato de la primera categoría, lo que le daba una condición de impredecibilidad al pleito dominical. Lo último puede sonar algo ridículamente obvio porque ningún duelo futbolístico está sentenciado de antemano, salvo que haya trampa o arreglo.
Sin embargo, a partir de la estadísticas y lo que ven quienes siguen fútbol con regularidad, es factible adivinar, con alta factibilidad de precisión posterior, un resultado aunque no necesariamente un marcador. Justamente uno de los ingredientes mencionados se transformó a la postre en la extensión de una realidad, a lo que se sumó la confirmación de las diferencias entre los dos elencos: un equipo que, aunque manifestaba señales de falta de profundidad y de contundencia en enfrentamientos previos, tiene un plantel generoso, una idea de juego clara y mucha convicción cuando le facilitan las cosas; y, otro, totalmente en rodaje y con escasas variantes sobre todo en puestos muy vulnerables.
¿El otro ingrediente? Lo categórico del resultado: 4 a 1 a favor de los albos. Colo Colo ganó como más le gusta y lo disfruta: 30 mil personas en su estadio y completamente a su favor, ante su archirrival y por goleada. La escuadra popular desplegó un juego a la perfección por pasajes, nada extraordinario en lo global, pero merced también de los errores del rival, el que una vez más pareciera demostrar que le pesa la historia y la presión como forastero en la cancha David Arellano. Además la mezcla entre experimentados, novicios en clásicos de este tipo y -entre estos- jóvenes muy jóvenes, estuvo muy lejos de ser la alquimia virtuosa para la circunstancia. El técnico colombiano Santiago Escobar quiso torcerle la mano al destino con una fórmula que ya había fracasado en el amistoso que había jugado contra Colo Colo durante enero en La Plata.
Como contrapartida el técnico albo, Gustavo Quinteros, destacó la labor de su elenco y sobre todo de las dos figuras más sobresalientes del partido: Gabriel Costa y Pablo Solari, curiosamente cuestionados en los pleitos previos al derby. Pero hubo otros distinguidos en su análisis y en los balances de los periodistas. El generoso Juan Martín Lucero y Esteban Pavez, quienes se despacharon golazos, fueron quienes más se notaron. En el caso de la «U», en lugar de subrayar la inexperiencia o la intrascendencia de varios jugadores, prefiero rescatar la valentía de Cristián Palacios en los penales (no todos tienen la fortaleza anímica de ejecutar un tercer tiro desde los doce pasos, luego de de fallar dos) y la entrega sin límites de Ronnie Fernández.
En síntesis la reciente versión del superclásico resume lo que el fútbol chileno debería ser y lo que nunca debiese ser. Quizás Colo Colo no está en el podio, pero marca un camino con el cual pareciera acercarse paulatinamente a sus períodos más gloriosos (1941, 1953, 1963, 1972-1973, 1979, 1989-1991, 1996-1998, 2006-2007). Universidad Católica sigue siendo el referente institucional de los últimos años pese a las derrotas recientes del primer equipo.
Paralelamente podemos también destacar la creciente profesionalización de nuestro fútbol femenino: con Christiane Endler como su galardonada y ejemplar exponente; la confirmación de Manuel Pellegrini como el entrenador chileno más exitoso en el extranjero, gracias a su gran campaña en el Betis; y la confirmación de la relevancia de la «generación dorada» y la irrupción de Ben Brereton como revelación de la selección adulto.
En un plano más doméstico, Ñublense es el líder, secundado por Cobresal, y Everton va a la vanguardia, hasta ahora, en los partidos pre grupales de chilenos en la Copa Libertadores, a la espera de la participación del campeón y vicecampeón en la principal competencia internacional de Clubes del continente y de Unión La Calera, Unión Española, Antofagasta y el ya citado Ñublense en la Copa Sudamericana.
Y, en la vereda de lo que no debiese ser, pero por desgracia es, están las abominables barras bravas (deseando de paso que jamás ocurra algo similar a lo que pasó hace muy poco en México a raíz del partido entre Querétaro y Atlas: lamentable, triste y vergonzoso), la influencia de personas no entendidas en las contrataciones de jugadores y (con el dolor de sus numerosos hinchas) el presente de la «U». Respecto a los azules y por respeto a sus seguidores/as, los regentes de la sociedad anómima debiesen pronunciarse y, al menos, dar una idea cabal de lo que pretenden para la institución…No basta con confirmar al entrenador del primer equipo. El resto ya se pronunció.
Como dice Gustavo Cerati en la canción «Corazón delator», es el curso de las cosas.
