jueves, mayo 2, 2024
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Salvador Allende en la visión de Daniel Mansuy

Salvador Allende en concentración con obreros, crédito Fundación Salvador Allende

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En el libro titulado Salvador Allende, la izquierda chilena y la Unidad Popular, escrito por Daniel Mansuy, llama poderosamente la atención que, en la primera parte, que correspondería según la estructura del libro a la organización de los hechos, Mansuy apenas toca el rol que desempeñó todo el arco opositor al gobierno del presidente Allende.

Deja así instalada la idea, que mantiene hasta el final, que la caída del gobierno de la UP y la tragedia que le sobrevendría, es responsabilidad privativa de la incapacidad del presidente de controlar a sus huestes. Su responsabilidad consistiría en que” desató fuerzas que era incapaz de controlar”, y sin “diseño alguno para enfrentar una disyuntiva más que previsible”.

Por contraste,  y como ha sido evidenciado  por toda la extensa literatura referida a ese proceso, desde investigadores sociales, historiadores,cientistas políticos, la prensa de izquierda y democrática de la época, además de las vivencias y relatos  de militantes y dirigentes de izquierda que cumplieron roles de dirección o roles de representación en el nivel nacional o subnacional del Estado y vaya  detalle, incluso el propio Departamento de Estado norteamericano, la CIA y el Pentágono, la oposición al gobierno de Allende, exculpada por Mansuy,  en una escalada que denota propósitos deliberados, bien urdidos y planificados, buscaron su desestabilización y posterior derrocamiento desde antes incluso que Allende asumiera el poder. ¿Se podía controlar a la CIA?

De todo ello da cuenta, tempranamente, el asesinato del general Rene Schneider Chereau, comandante en jefe del Ejército, asesinado por la extrema derecha, para impedir que Allende asumiera el poder. Si bien Mansuy menciona ese hecho, ni siquiera se da el trabajo de suponer quien o quienes habrían cometido el crimen. Con Allende ya investido como presidente de la República, a ese crimen le siguieron una seguidilla de acciones tendientes a obstaculizar el despliegue del programa de gobierno e incentivar el boicot a la economía.

El paro de los camioneros es, a no dudarlo, el más representativo de toda cuanta acción se desarrolló con financiamiento norteamericano y el concurso de países tan distantes como Australia, en el propósito de desestabilizar el gobierno de Allende. Todo ello, secundado por acciones terroristas perpetradas por grupos de ultraderecha orientadas a instalar la idea que el gobierno era incapaz de controlar a los grupos armados y era sinónimo de anarquía y caos. Medios de prensa y financiamiento de la CIA para asegurar su circulación sediciosa, nunca faltaron, pero acá también Mansuy se empeña en minimizar el rol de la intervención extranjera en nuestros asuntos internos.

En su interpretación, hay otra no menos intencionada omisión: para él no hay pueblo, no existen organizaciones de trabajadores, sindicatos, juntas de vecinos y todo el rico tejido social construido en Chile a lo largo de toda su vida republicana, luego destruido sin miramiento alguno por la dictadura cívico-militar.  ¿Por qué lo suprime? ¿Por qué Mansuy anula al pueblo chileno, el pueblo más culto politicamente de Latinoamérica al momento del golpe de Estado?

Porque así, de ese modo, niega el carácter histórico del proceso sociopolítico que desemboca en el gobierno de la Unidad Popular, y que comienza a gestarse mucho antes de que Allende llegará al poder después de tres intentos fallidos previos. En efecto, el triunfo popular de 1970 no se explica sin considerar un largo recorrido de organización y articulación politica- y también desencuentros- entre los dos principales partidos obreros de mediados del siglo XX – PS y PC – y de éstos en un esfuerzo de imbricación profunda con los movimientos de trabajadores y sus organizaciones, ensanchando luego su base política con la incorporación del MAPU, para converger en el gobierno de la UP,  dando así cuenta de una comprensión profunda respecto a las falencias estructurales de las que adolece nuestro país desde sus orígenes.

En términos políticos, esa articulación reconoce dos importantes hitos. El primero, el gobierno de Pedro Aguirre Cerda; el segundo el Frap. Mientras con Aguirre Cerda Allende fue su ministro de Salud, en 1957 fue el abanderado del Frap bajo el slogan “ahora le toca al pueblo”. Durante todo ese largo periodo de articulación nace la CUT y se fortalece el sindicalismo, procesos que reconocen sus antecedentes desde mediados del siglo XIX, cuando comienzan en Chile a circular las ideas socialistas y libertarias y a crecer organizadamente las reivindicaciones del naciente movimiento obrero chileno.

Pero mucho más allá de la expresión política electoral de esta rica y fructífera trayectoria, en términos de contenidos-país destacan aquellos relacionados con la industrialización tan esquiva para la derecha terrateniente, la ampliación de derechos sociales tales como el de salud y educación, que configuran un incipiente Estado social; la lucha de las mujeres por expandir sus derechos políticos, más tarde la reforma agraria que parte tímidamente con Alessandri en 1962 e impulsa luego con decisión Frei Montalba y el propio Allende. Sin este colosal y visionario proceso de cambio, negado y difamado por los sectores más proclives al golpe de Estado, Chile no podría exhibir las cifras en materia de exportación de productos agrícolas ni tampoco poseeríamos el conocimiento y la tecnología que esta industria posee hoy.

La izquierda en Chile se articuló en torno a las tareas nacionales democratizadoras que la derecha portaliana nunca acometió. En dicho transcurso emerge Allende como líder político indiscutido del proceso de transformaciones que emprende su gobierno y que serán, a la postre, las transformaciones que hirieron a las grandes y poderosas corporaciones multinacionales como la ITT y a quienes, desde el lado nacional del poder económico, se coludieron con intereses foráneos para terminar con el Estado de derecho y las instituciones democráticas en cuya defensa Allende pagó con su propia vida.

Pese a errores propios, a un exceso de ideologísmo y mucha verborrea en algunos dirigentes de la época, no es la izquierda la que terminó con el Estado de compromiso al que alude Mansuy, sino los sectores a quienes él blanquea y exime de responsabilidades en el quiebre orquestado de la institucionalidad cuyas secuelas perduran hasta nuestros días. Y seguirán haciéndose presentes si acaso el trauma de las violaciones atroces a los derechos humanos no termina por esclarecerse y sancionarse.

Por eso que no puede igualarse la guerra cívil de 1891 con el golpe de Estado de 1973: en la guerra cívil de 1891 se enfrentaron dos fuerzas militares regulares, la Marina en apoyo a los congresistas; el Ejército regular, por su parte, se mantuvo leal al presidente Balmaceda. A menos que se crea el montaje del Plan Z a partir del cual el golpismo perpetró toda clase de atrocidades, el golpe de Estado de 1973 da inicio a la implementación de una política de exterminio, “un fenómeno extraño”, que se extiende hasta el último día en el que la dictadura estuvo en el ejercicio del poder. En la historia de la humanidad esos hechos pasan a ser los más parecidos a las masacres perpetradas por los nazis en contra del pueblo judío, todo tipo de minorías y las izquierdas.

Mansuy se pregunta acerca del desastre que sobrevino al golpe de Estado y cómo dar cuenta de él en medio de una dictadura cruel como la que vivimos, para luego sostener que “…en algún sentido, ese proceso se ve favorecido por los largos años de dictadura”, como si a más tiempo de dictadura, mayor la reflexión y más densa las conclusiones políticas e ideológicas. En realidad, la extensión en el tiempo de la dictadura habría significado la desintegración de Chile, aumentando un costo humano ya de por sí elevado. Con todo, está claro que Mansuy no escribe su libro desde el lado de las víctimas del terrorismo de Estado, para quienes cualquier grado de reflexión no podía ser en abstracto, al margen del exterminio que se consumaba en el país.

En esa misma línea argumental, pero en este caso relevando el rol en las reflexiones de la izquierda de dos de sus connotados intelectuales, Tomás Moulian y Manuel Antonio Garretón, en alusión justamente al hecho que ellos  permanecieron en el país, y  contraponiéndolos a los valiosos aportes hechos en el exilio a la renovación socialista  por Jorge Arrate y varios otros pensadores y militantes de izquierda, Mansuy señala ponzoñosamente en el caso de los dos primeros que “eligen no partir al exilio después del golpe”, como si los más de 200.000   exiliados políticos aplastados por la dictadura hubiesen podido “elegir” permanecer  en Chile tras el golpe militar.

Sin caer en la trampa de Mansuy, que busca introducir una cuña entre quienes permanecieron en Chile y aquellos otros que partieron “gustosos” al exilio, pero que en el fondo se trata del mismo recurso que utiliza al dejar a las organizaciones de trabajadores fuera del proceso político que protagonizaron durante el gobierno de Allende, Mansuy busca dejar instalada la idea que para cualquier persona de izquierda le era posible recorrer las librerías, instalarse en alguna biblioteca una cálida tarde de otoño a leer, investigar e instruirse sobre alguna cuestión política, en un país dónde el régimen dictatorial comenzó por quemar  libros y destruir atuendos folclóricos e instrumentos de música andina, llegándose al extremo que incluso una persona podía pagar con su vida si llegaba a serle descubierto algún material progresista y de izquierda.

Conviene acá señalar que entre 1973-1979 e incluso hasta comienzos de la década de los ochenta, todo el movimiento popular y democrático chileno estaba sumido en la más profunda derrota. La dictadura se había hecho del control de todo el Estado, incluyendo al Poder Judicial que se supone independiente; y que explica el abandono completo en el que quedó el pueblo chileno y sus organizaciones sociales, políticas, sindicales y reivindicativas, – excepción hecha a la Iglesia Católica en la persona de su cardenal, Monseñor Raúl Silva Henríquez y de la institucionalidad que él impulsó para defender los derechos humanos. Los medios de comunicación o fueron silenciados, los pocos que siempre ha habido del lado izquierdista de la sociedad, la libertad de expresión oral y escrita eliminadas, mientras que aquellos que alentaron el golpe y la ruptura institucional, ahondaron en una postura obsecuente, y de entreguismo sin límites a ella.

Con esto, significar que las señales que por esa fecha salían de Chile, eran sencillamente escasas o muy negativas, como, por ejemplo, las pérdidas en vidas humanas, los campos de concentración y todo tipo de ultrajes a la dignidad humana. En consecuencia, el exilio representó por muchos años, pero particularmente durante los primeros años posteriores al golpe, uno de los pocos espacios para pensar y reflexionar lo ocurrido y a su vez constituir espacio privilegiado para reorganizar fuerzas y apoyar la defensa de los derechos humanos y la solidaridad.

Chile les debe un reconocimiento a los muchos chilenos y chilenas que, dispersos por el mundo, apelaron a valores personales propios u originados en sus familias y redes sociales, para contribuir, mediante la solidaridad, a mantener en condiciones de dispersión y exilio, ideales democráticos y humanitarios que en nuestro país se pagaban con la vida. En ese afán, corresponde también destacar a la solidaridad internacional y a los ricos intercambios culturales y políticos que influyeron, positivamente, en la conformación del pensamiento democrático y transformador que emergió tras el golpe de Estado.

Llegados casi al final de su puntilloso trabajo, sesgado al empeñarse en demostrar lo fatuo de rescatar la posibilidad de conseguir transformaciones profundas con métodos democráticos y el respeto a las instituciones tal cual lo realizado por el presidente Allende, Mansuy vuelve al ataque al señalar: ¿Cuál es la obra que un simpatizante de izquierda recomendaría a un extranjero para que se hiciera un panorama sobre lo ocurrido durante los mil dias y sobre la figura del mandatario?

La pregunta, que busca ser profunda, en realidad expresa desconocimiento y un pensamiento binario, cuando no arrogancia desatada. En la izquierda no podrá encontrar la verdad revelada ni un “libro canónico” que reclama Mansuy, porque, a diferencia de la derecha que funciona a partir de intereses, la izquierda se divide, recrea y converge desde las ideas y los proyectos que sea capaz, en cada momento histórico concreto, proponerle al país. Por allí transitan sus reflexiones, sintesis, aprendizajes y también sus errores y debilidades.

En la coyuntura actual, después del colapso del modelo de capitalismo neoliberal exacerbado que se implantó en Chile y que fue rechazado por más de 8 millones de personas que salieron a las calles durante los días de octubre de 2019 para exigir mejoras en los sistemas de salud, educación y pensiones, demandas que aún no han encontrado solución debido a la negativa del sector político de Mansuy a dialogar. Esta negativa, en esencia, refleja una renuencia a utilizar la política como medio para resolver de manera pacífica los conflictos y contradicciones presentes en nuestra sociedad. Superar esta coyuntura es fundamental para dejar atrás el enfoque subsidiario del Estado y avanzar hacia un Estado social democrático de derecho, una forma de organización social cualitativamente superior a la actual.

Conquistado y consolidado el Estado social, es decir, superado el Estado subsidiario de la dictadura y una vez los chilenos y chilenas podamos tener garantizados nuestros derechos básicos esenciales para una vida digna y plena, entonces con la cancha emparejada y al alero de un régimen democrático con contenido social, político y económico, la sociedad que surja de esta crisis tendrá que resolver democráticamente, sin los miedos de la dictadura y sin los miedos a la vejez, a quedar cesante o a enfermar cuál modelo de sociedad responde mejor a los desafíos presentes y futuros. En ese intertanto, los socialistas seguiremos luchando por superar democráticamente al capitalismo.

Con respecto a la figura del mandatario a la que alude Mansuy, lo recomendable sería que se diera una vueltecita por el mundo y comprobara, por sí mismo, que el peso del legado del presidente Allende trasciende nuestras fronteras.

Por algo será.

                                           *Ex concejal y ex director laboral Banco del Estado de Chile.

Agosto 24 de 2023.

Carlos Cerpa Miranda
Carlos Cerpa Mirandahttps://pagina19.cl
ex concejal y ex director laboral Banco del Estado.

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