jueves, abril 25, 2024
Destacado¿Somos los Chilenos Buenos para la Cama?

¿Somos los Chilenos Buenos para la Cama?

Crédito fotografía: Patricio Muñoz Moreno.

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Para responder a la pregunta, necesariamente tendríamos que respondernos antes otra interrogante: ¿Qué es ser “bueno para la cama”?

¿Cuántas mujeres no hemos escuchado la pregunta de parte de una amiga o cuantos hombres no se la han hecho a un  amigo?: “¿Y cómo era para la cama?” Imagino que muchos menos han entregado el veredicto  a quien correspondía: el partner sexual.

Porque en Chile, este asunto es como muchos otros temas que se susurran pero no se hablan. De pronto, si a una mujer la califican de buena para la cama, pueden estar insultándola o endiosándola, de acuerdo al cristal moral con que se mire pero es más común que la frase sea percibida como estigmatizante (algo que, según mujeres jóvenes con las que conversé, está cambiando, pero que no lo hará “mientras existan hombres maricones que se dedican a hablar de sus conquistas y en forma peyorativa de las mujeres”, según me señaló una de ellas). Por otro lado, si a un hombre lo califican de “malo para la cama”, lo pueden estar lapidando por siempre sin pensar que el sexo es como la vida, en perpetuo cambio y crecimiento. Y quién hoy es “malo para la cama” mañana puede ser sensacional con otra pareja y en otra circunstancia.

Hay mucho de mito en la aseveración. Y mucho de ignorancia. Y mala leche. Porque a veces se puede usar el calificativo para fines espurios. Como en la venganza por despecho o envidia. Tengo la sensación que nadie tiene muy claro que es ser “bueno para la cama”, quizás porque no somos tan buenos para la cama…

Según mis entrevistados, “se es bueno para la cama cuando ambos lo pasan bien”,  es decir cuando “vas al sexo con la disposición de satisfacerse ambos, dure dos minutos o dos horas el encuentro”, o “cuando ves el acto como un partido de dobles y no de singles”.

Coincido con mis entrevistados y entiendo por la frase, entre otras cosas, la permanente disposición a tener sexo y a disfrutarlo. Y aquí los chilenos ya empezamos a estar en falta porque, como dice la psicóloga clínica Mirentxu Busto, en nuestro país “con la llegada de los hijos, se acabaron los besos apasionados, los agarrones, los sonidos; como si eso les fuera a hacer mal a los niños”. Esta experta en relaciones de pareja  piensa que  la familia chilena “es lo más desexualizado del planeta” donde el hogar, más que un lugar que también debe ser lúdico, es una especie de “templo”.

La anterior reflexión nos lleva a aterrizar en otro tema-problema: la frecuencia en las relaciones sexuales. El sexo, que es tan vital para la salud física y mental, se podría practicar en forma cotidiana y sin embargo, se ha aceptado como media en los matrimonios de mediana data, 2 a 3 veces a la semana. Y a veces menos. Si se tuviera sexo 3 veces a la semana, serían 12 días en el mes de un total de 30. Menos del 50%  para una actividad que solo nos aporta bienestar porque, como dicen quienes han medidos sus efectos, “un coito apasionado activa el riego sanguíneo con un efecto reparador, arrincona los miedos, y actúa a través de la avalancha hormonal de forma relajante a través del cuerpo, mientras la oxitocina nos hace sentir seguros y unidos a nuestra pareja”.

La psicóloga Busto cree que la pérdida de la frecuencia se sustenta en la idea que “lo único que debe ser espontáneo es la sexualidad, pero resulta que es como todo en la vida”. Entonces, ser bueno para la cama también sería entender que “el juego surge en el juego”, como en la dinámica de los niños. Puede que ni hayamos pensado en que hoy jugaríamos a la escondida pero, empezamos a escondernos y empezó el disfrute. Ocurre lo mismo con el sexo, que es una necesidad del ser humano pero no se comporta de manera instintiva como otras necesidades físicas. Si no dormimos, morimos. Si no tenemos sexo, seguimos viviendo, tal vez con un nivel hormonal reducido y una menor calidad del esperma, pero sin consecuencias dramáticas.

Por eso, para tener sexo hay que abrirse al juego y estimularse. Como dice Esteban Cañamares, psicólogo y autor del libro “¿Cómo piensan los hombres?”, «el sexo no es una obligación, no te fuerces a tener relaciones; pero tampoco esperes a que el deseo te sorprenda, búscalo: sal de cuando en cuando del lugar de confort, busca cosas nuevas, y quita las minas del terreno erótico». Más aún si tenemos en cuenta que hay un mecanismo fisiológico que explica que si dejamos de tener sexo, dejamos de necesitarlo.

El investigador canadiense B. Fisher descubrió que el deseo sexual y la frecuencia en el coito están directamente relacionados. Es la llamada  Ley de Fisher. Por ejemplo, si una persona tiene sexo dos veces a la semana, cuando disminuya la frecuencia, sentirá un deseo sexual intenso. Pero, si no retoma las relaciones sexuales por un periodo prolongado, el deseo disminuirá y puede llegar hasta desaparecer. La ley Fisher tiene también su lado B: mientras más sexo tenemos, más sexo queremos. La antropóloga Helen Fisher lo puso en forma gráfica: “El sexo es como el chocolate, cuanto más se tiene, más se quiere”.

Ser bueno para la cama, creo, es también dejar las inhibiciones y las culpas donde corresponde: en el cajón de las cosas a botar por feas e inservibles. Algo que rige para ambos en la pareja. El hombre tiene que dejar de dividir a las mujeres en “mi madre, mi hermana, mi esposa  y las otras” y disfrutar el sexo con su mujer como si fuera de “las otras”. Y la mujer debe adquirir la certeza que al hombre le encanta no solo que lo acompañe en sus fantasías sino que le abra la mente a otras tantas de su cosecha. Muchos hombres señalan que “mala para la cama” es la mujer que pone trabas y se niega a experimentar en el dormitorio o que parece tener sexo por obligación. Muchas mujeres dicen que malo para la cama “es el hombre que no indaga lo que te gusta y por ende, no tiene claro como excitarte ni parece preocupado de tus ritmos”.

Ser bueno para la cama es aceptar que hay diferencias fisiológicas y especialmente culturales entre hombres y mujeres, por lo que hay que saber negociar el punto medio. Por ejemplo, las conductas y caricias previas donde –si es por preferencias-,no hay mucho acuerdo. En palabras de la escritora Isabel Allende, “para las mujeres el mejor afrodisíaco son las palabras, el punto G está en los oídos y el que busque más abajo está perdiendo el tiempo”. Y no se trata de las cosas que la mujer desee escuchar durante los preámbulos (que ojala tengan que ver con amor) sino mucho antes. Una frase dicha al desayuno, un whatsapp romántico al mediodía, un gesto tierno y excitante al llegar del trabajo. La psicóloga chilena Marianne Leyton Lemp argumenta que las mujeres funcionan en relación a procesos y los hombres, a objetivos. “Por esto, para ella son tan importantes los gestos, las atenciones y la manera cómo su pareja la trata”. Si últimamente la pareja no la ha hecho sentir querida, valorada o deseada, rechazará el sexo. En el hombre, en cambio, la capacidad de excitación está ligada a lo que pasa en el momento del encuentro sexual, “por ello, será capaz de seguir hacia su objetivo, que es el logro del placer y el orgasmo”, precisa Leyton.

Un estudio sobre Conductas y preferencias sexuales de los chilenos realizado el año 2013 por Fernando Maureira, Crystian Sánchez, Ekatherine Stapf y Yessenia Maureira detectó también diferencias a la hora de las caricias previas. Allí un 29,5% de 100  mujeres encuestadas dijo preferir los “besos en la boca” mientras un 51,4% de los hombres dijo disfrutar más la “estimulación oral de los genitales” y solo un 16% del sexo masculino coincidió con la preferencia femenina. Pareciera que los hombres no mueren por los besos en la boca, algo que obedecería a que su cerebro se rige por patrones algo distintos cuando se trata de la conducta sexual. Como señala la psicóloga argentina y especialista en sexología clínica Elda Bartolucci, “la mujer necesita más del amor o del sentimiento afectivo que el varón para poder excitarse sexualmente” y que sería a través del romance y las manifestaciones de amor de su pareja que la mujer “baja sus barreras de pudor y entra en clima para excitarse y expresarse sexualmente”. Por el contrario, precisa que “el hombre entra al encuentro pensando en el sexo, llega al sexo y a través del ese sexo se va ‘ablandando’ afectivamente”.

Ser bueno para la cama también implicaría aceptar que el sexo se aprende y se entrena. Lo que conlleva una inmensa cuota de comunicación, algo que es más necesario aún si se está iniciando una relación porque así como nadie sabe cómo funciona una lavadora nueva si no lee el manual, tampoco puede saber cuáles son las preferencias del nuevo compañero sexual. La psicóloga estadounidense Leonore Tiefer precisa: “El sexo no es la cosa más natural del mundo, sino una materia que necesita práctica y un aprendizaje continuo. Es como tocar el piano. Para ser bueno, es necesario un período de entrenamiento”.

Ser bueno para la cama también requiere concentración, relajación  y mucho humor. Hay que reírse mucho de ambos y entre ambos. Es probable que en algún momento, les pase un chascarro y lo más sano es tomárselo con humor. Además, como se sabe, reírse pone en tensión los músculos de la vagina, lo que también es placentero para el compañero sexual. También es importante no distraerse, dejarse llevar, estar de lleno entregado a lo que se está viviendo, y no pensar en lo que está ocurriendo. “Meter la cabeza” es fatal, como lo saben mucho mejor las mujeres. Estar pensando en que los hijos o los vecinos van a escuchar, mata cualquier desarrollo de la pasión. Helen Fisher asegura que en los pueblos primitivos, “los factores perturbadores están más limitados, por eso en las comunidades tradicionales, los adultos más jóvenes practican el sexo a diario. Sencillamente tienen más tiempo”.

En definitiva, al tenor de todo lo dicho, ¿cree usted que podríamos responder que los chilenos y las chilenas somos “buenos para la cama”? Algunos de mis entrevistados se mostraron escépticos. “Los chilenos en pijama somos la raja. Los problemas empiezan cuando tenemos que sacarnos el pijama. Para hablar  y pavonearnos, somos buenos”, dice un publicista de 45 años, casado, quien agrega que “las estadísticas y la cantidad de sexólogos dando vueltas nos hablan de que hay problemas y serios”.

Patricia Collyer
Patricia Collyer
Periodista y Psicóloga.

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