Cientista Político, ex embajador de Chile y ex subsecretario
La guerra en Ucrania se acerca a su segundo aniversario. Luego del fracaso de la contraofensiva ucraniana iniciada en el verano boreal de este año, las líneas se mantienen casi intactas. El golpe estratégico que eventualmente iba a cambiar el curso de la guerra no logró su objetivo.
No todo fue fracaso, las fuerzas de Kiev lograron asestar algunos golpes de importancia tanto en el propio Moscú como incursionar en Crimea. Pero fueron fruto de ataques aéreos, no movieron la aguja en cuanto a control de territorio. Las líneas de defensa rusas resistieron el golpe principal y en ese esfuerzo las fuerzas ucranianas perdieron una gran cantidad de material, pero, sobre todo, una buena cantidad de oficiales y personal profesional. ¿Cuántos? Nunca lo sabremos, al igual que la exacta cantidad de bajas rusas. La información -y la desinformación- es parte de la guerra.
El general Invierno llega al hemisferio norte. Por lo cual, grandes movilizaciones de tropas será improbable. Por tanto, lo más probable es un atrincheramiento en las posiciones que a la fecha ambos bandos retienen. La guerra pasa a una fase de desgaste. Allí cobra particular importancia el rol de la retaguardia, de donde surge la reposición de pertrechos, de tropas, de material de combate, en suma, de todo lo necesario para continuar con la guerra.
La reserva rusa es básicamente rusa, y de sus aliados, entre otros, drones iraníes, munición norcoreana. Por contingente no tiene que preocuparse, y la economía ha logrado sortear lo mas complicado del embargo que le ha impuesto Occidente. En su frente interno, su liderazgo preserva amplio apoyo.
En el caso ucraniano, el liderazgo del presidente Zelenski permitió una férrea unidad, y en especial, logró un amplio apoyo de la OTAN, tanto en materia económica como militar. Millones de refugiados por su parte tuvieron cálida acogida en Europa. En otras palabras, la retaguardia ucraniana descansa en gran medida en el apoyo occidental.
Pero Ucrania está pagando un elevado costo, ha perdido poco más del 20% del control de su territorio (que corresponde a las zonas prorusas), su infraestructura ha sufrido un severo daño, y buena parte de su población ha migrado. Nuevamente, las cifras muchas veces no coinciden pero es a ojos vista evidente que el país ha experimentado un grave retroceso en sus ciudades y su infraestructura crítica.
La pregunta es si el apoyo occidental persistirá. En Europa, la guerra ha provocado un alza sustantiva de los precios de la energía, dado el bloqueo decretado al gas y al petróleo ruso. A su vez, el mercado de cereales se desbarató. Todo esto sin contar con el costo de la ayuda militar que se le ha transferido a Kiev. Todo, pagado por los contribuyentes europeos que empiezan a preguntarse hasta cuando tendrán que seguir financiándolo.
El otro gran apoyo proviene de los EEUU, en todos los planos. Ahora, este año que se viene será un año electoral donde la consigna de América first vuelve a resonar. Si ganase Trump, ¿se mantendrá este nivel de apoyo? ¿O cambiarán las prioridades? Si ganase Biden ¿podrá continuar trasfiriendo voluminosos recursos a Kiev?
Agreguemos otro factor: los cambios en la escena internacional. La guerra entre Israel y Hamás ha desplazado en gran medida la atención del conflicto en las estepas. Sus consecuencias son obvias, el Medio Oriente es una de las zonas más sensibles del planeta. Actualmente tenemos una larga guerra civil en Siria, una inestabilidad cuasi crónica en Iraq, un Estado Islámico que se apaga y reaparece, una ya larga guerra en Yemen. Sumemos el conflicto armenio – azerí, Kosovo, y la eterna frontera álgida entre el Líbano e Israel. El islamismo radical además se ha extendido hacia el África, y en la región del Sahel controla amplios territorios. En suma, la guerra en Ucrania pierde progresivamente protagonismo, y si se empantana, aumentará esa tendencia.
Hablando se entiende la gente
Ad portas del invierno, y del inicio de una fase larga de atrincheramiento, en medio de una cambiante -y preocupante- situación internacional. ¿No será un buen momento para abrir conversaciones?
Ambas partes pueden esgrimir sus argumentos y sus demandas básicas. El tema de la seguridad es fuerte en ambos lados. Ninguno de los dos países involucrados desea vivir en la incertidumbre. Ambos necesitan certezas respecto a su seguridad. Ucrania requiere tener la convicción de que no sufrirá agresiones en el futuro. Rusia requiere que no se instalen sistemas ofensivos en sus fronteras (mismo argumento que esgrimió John Kennedy en 1962 con ocasión de la crisis de los misiles en Cuba).
No se trata de demandas fáciles de satisfacer sobre todo si se ha roto la confianza. Pero la otra salida es la prolongación de una guerra, que no se sabe quién la puede ganar, pero si ya sabemos que la paga la población, no solo la ucraniana, también vastos sectores del planeta.
Chile es un país lejano a estos conflictos. Pero somos una economía muy abierta y particularmente sensible a los cambios en el mercado mundial. Cualquier cañonazo en esas zonas, nos repercute en el precio de alimentos o en la bencinera. Por una razón concreta, el bienestar de nuestra población, debemos ser siempre apoyadores de las soluciones pacíficas y negociadas a los conflictos. Esa es también la razón histórica de nuestra diplomacia, la construcción de un orden mundial basado en el respeto entre las naciones.
No ayuda a nuestros intereses ni se apega a nuestra doctrina el “tomar partido”, el abanderizarse, menos aún cuando se justifican con razones ideológicas. Por el contrario, aportar a la Paz mundial está en los cimientos de nuestra inserción internacional.
