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Suri, el avestruz de la Puna o el bello sueño feminista

Captura de pantalla canal de Youtube Wenceslao Huayllani

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Alcide D’Orbigny fue un extraordinario naturalista francés nacido en 1802, enviado a América por el Museo de Historia Natural de París en un increíble viaje de exploración científica. Tras dicho periplo, escribió una obra monumental: “Voyage en Amérique méridionale” (Viaje a América Meridional) Pitois-Levrault, Paris (9 tomos, 11 vols.), 1835-1847, referida a la sociedad y la naturaleza de Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Paraguay, Perú y Uruguay.

Se inicia con una descripción de los pueblos guaraníes, mapuches, calchaquíes y quechuas. Luego, siguen estudios de más de 160 mamíferos, 860 pájaros, 115 reptiles, 170 peces, 5.000 insectos y crustáceos, 3.000 plantas, y numerosísimos datos geológicos y paleontológicos. Con esta obra alumbraría al mundo sobre gentes y especies animales americanas desconocidas para la ciencia y la sociedad. Humboldt por su inmensa productividad lo admiraba profundamente. De todas las maravillas descritas por él una llamó poderosamente su atención; en las alturas altiplánicas de Bolivia, Perú y Chile conoció un avestruz petizo, veloz corredor, imposible de alcanzar en la agobiante puna. Acezando, con caballos y mulas cargados de muestras y cuadernos, Alcide D’Orbigny la siguió incesantemente por tolares y bofedales, desconcertado y maravillado con los datos de vida, que le compartían sobre ella los nativos de aquellos lugares.

El Suri, como le llamaban a la curiosa ave, no encajaba en lo conocido. Sus huellas en la tierra, dejaban tres impresiones de dedos y no dos, como en el común de los avestruces. Pero lo más extraño, es que se trataba de pequeñas poblaciones de aves gigantes, muy especiales, únicas de esta parte de la tierra, perdidas en un rincón desconocido del mundo. Archaopteryx fue la primera ave que habitó la tierra hace 150 millones de años. Era mitad ave y mitad reptil. Hace 75 millones de años estas comenzaron a evolucionar y a perder sus dientes y sus alas.

Se dividieron en dos subgrupos: voladoras y no voladoras y de ahí se ramificaron en muchísimas direcciones formando el abigarrado mundo volátil actual. Los suris no pueden volar, a causa de su pesado tamaño. Además, no tienen quilla en los huesos del pecho; alas con huesos más pequeños y simples; huesos más grandes en las piernas, lo cual les ha dado largas y poderosas patas para luchar contra los depredadores. También se supone que el avestruz, lejano pariente del Suri, evolucionó a ser un animal terrestre y no volátil debido al tóxico ambiente de los cielos cuando explotó el meteorito que mató a los dinosaurios; y por esto también desarrollaron un largo cuello que sorteaba a contaminación del aire más pesada a ras del suelo. D’Orbigny agobiado por la falta de aire en la Puna y con una galopante taquicardia nocturna se preguntaba cómo llegaron acá estos animales cuyo origen primigenio estaba en África.

A pesar de las dificultades de la altura, con la paciente compañía de sus guías recorrió el hábitat del Suri y en cada caserío altoandino con un traductor a su lado, desarrollaba largas conversaciones sobre esta ave con los comuneros que hablaban complejos idiomas. Ya le habían dicho, que esta era un ave muy especial, distinta a todas las conocidas. Unas que ellos cazaban en la antigüedad con el permiso del Inca para hacer con sus largas plumas tocados sólo para la familia real. Eran propiedad del Inca y nadie podía cazarlas, recoger huevos y usar sus plumas. A partir del mes de agosto, cada macho Suri adulto cortejaba a un grupo de hembras formando un pequeño harén; las defendía de otros interesados mediante duras y lastimosas batallas. Entre septiembre y enero, estas hembras seducidas y fecundadas por él, colocaban sus huevos en el nido, el cual había construido paciente y amorosamente este macho postmoderno. Éste, acogía varias docenas de grandes huevos puestos por distintas hembras en una glamorosa invitación del macho. Luego sólo él, los incubaba durante 45 días.

En este periodo, él se tornaba muy agresivo y defendía la nidada con enorme celo y dedicación. Mientras tanto las hembras han desaparecido del lugar, divirtiéndose, descubriendo nuevos lugares de vida, descansando y socializando animosamente entre ellas. Durante ese período el macho cada mañana y tarde, con su enorme pico echado sobre el nido rota los huevos para que el embrión tenga un desarrollo armónico. Cerca del día 45 asiste a cada nacimiento, trasmitiéndoles tranquilidad a las crías, a través de ininteligibles ruidos laríngeos. Los polluelos recién nacidos son nidífugos, es decir salen rápida y naturalmente del nido por su cuenta, y a los pocos minutos siguen a su padre, quien durante seis meses y hasta que estos sean juveniles será el único encargado de cuidarlos. Mientras D’Orbigny recorría la Puna y veía esta sociedad de aves al revés de las costumbres de la época, pensaba cómo la evolución había creado todo esto, tan diferente a lo común.

Desde diciembre hasta marzo vio decenas de padres con parvadas de polluelos corriendo velozmente, en su incesante caminata por la puna, enseñándoles a buscar alimentos, evitar a los depredadores y a comer las hierbas, semillas e insectos deleitosos que el padre les indicaba. Caía la noche y el buen padre, recogía sus hijos y juntos pasaban la noche bajo resguardo. Los pollos eran hermanos de padre, pero no de madre, sin embargo, para él todos eran sus hijos. D’Orbigny no podía creer de qué manera tan ingeniosa se enriquecía la herencia. Desde su lejano Paris, y en cada tierra ignota que conocía en sus innumerables viajes científicos veía lo contrario entre animales y humanos. Las hembras humanas sufrían lo indecible bajo el peso de las agobiantes tareas que la conducción patriarcal de la sociedad les imponía. En esa época, algunos eclesiásticos y filósofos hablaban de la Ley Natural justificando esas costumbres, que todos pensaban inamovibles. El acompañaba la investigación científica con una profunda convicción humanista muy adelantada a los convencionalismos y prejuicios de principios del siglo XIX. Como científico, se preguntaba por el origen de esas costumbres del Suri. Aún faltaban al menos 30 años para que Darwin publicara su Teoría de la Evolución y aun no se conocían los mecanismos de la selección natural que pudieran explicarlo. Era simplemente un misterio. Sin embargo, existía y funcionaba bien. Esas aves no estaban extintas sino vigorosas y sanas.

En la actualidad, caminando por la Puna chilena, y viendo el inmenso trabajo que ha costado conseguir nuevos derechos de las mujeres, abatir la razón patriarcal y ganar el futuro, la forma de vida del Suri, es una increíble imagen en la cual es posible ver una parte del bello sueño feminista humano actual.

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