viernes, marzo 29, 2024
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Violencia de Barristas o …el Fútbol Chileno y su Propio Laberinto

Crédito Fotografía: Patricio Muñoz Moreno

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Los hechos de violencia ocurridos el domingo 16 en el estadio Monumental de Colo Colo durante el partido entre el local y Universidad Católica, ratifica un fenómeno enraizado en el fútbol nacional desde hace unos 30 años y algo más: la violencia de las barras bravas como uno de los problemas más graves, sino el más, de nuestro balompié profesional.

En el referido clásico, válido por la cuarta fecha de la competencia local de honor, el árbitro Piero Maza decidió dar por finalizado el cotejo tras detectar las heridas en las piernas y el trauma ocular sufridos por el futbolista argentino Nicolás Blandi, quien defiende los colores del club popular. ¿La causa?. El lanzamiento a la cancha de fuegos artificialespor parte de un integrante de la Garra Blanca, la barra colocolina.

Es cierto que el referí del cotejo consignó en su informe que cayeron más objetos de artificio, petardos y bombas de ruido durante el pleito antes del hecho mencionado, pero sólo en el minuto 71 y a raíz de este acontecimiento puntual determinó dar por finalizado el partido, el cual también se dio por terminado este martes 18 por decisión de la Asociación Nacional de Fútbol Profesional (ANFP), lo que significó la victoria definitiva de los cruzados, quienes se mantienen al tope de la tabla de posiciones del torneo.

Lamentablemente. el fútbol es un aspecto secundario en esta materia. No obstante aquello, no deja de llamar la atención que un “hincha” del propio club sea el responsable principal del término abrupto del partido que su equipo estaba perdiendo. “En eso no ayuda en absoluto a Colo Colo”, dijoun hincha pacífico (como lo son la inmensa mayoría de los seguidores del “deporte rey”). La frase, sin embargo, no es más que un lugar común, el que tampoco facilita la explicación de hechos repudiables, como son todos aquellos asociados a la violencia en los estadios de fútbol y en cualquier lugar.

Oportunismo

“No lo vieron venir” tituló en su columna de As Chile el comentarista Cristian Arcos, texto que aludió a lo ocurrido el domingo en la cancha David Arellano. El periodista fue uno de los primeros que efectuó un pertinente análisis sobre el hecho a través de Radio ADN, al igual que su colega Juan Cristóbal Guarello. Ambos minimizaron la relación entre la Garra Blanca y la protesta social, de la que muchos integrantes de la barra dicen sentirse parte.

Guarello recordó que hace algunos años integrantes de la misma Garra Blanca destrozaron el memorial de los ejecutados políticos en la dictadura militar, ubicado en el sector de la galería norte del estadio Nacional Julio Martínez Pradanos, daños que no sólo revelaron insensibilidad en materia de derechos humanos por parte de los barristas, sino que dio lugar hoy a la válida sospecha del oportunismo de éstos respecto de la actual protesta social: si no les duele destruir objetos de alto valor simbólico sobre todo para los familiares y amigos de las víctimas de violaciones a los derechos humanos, ¿por qué debiesen sintonizar con otros dolores de la muchedumbre (bajas pensiones, bajos salarios, precario sistema de salud, educación vista como un negocio, clase política que no los representa, etcétera)?

El  oportunismo de estos grupos llega incluso al nivel del descaro tomando en cuenta que durante décadas han sido protegidos por las directivas de los clubes y por políticos que los contratan en tiempos de elección para colocar propaganda a favor de los candidatos de sus colectividades. Por lo tanto, al manifestarse miembros de estas organizaciones a favor de la protesta social, su contradicción es evidente. En consecuencia, cabe allí la pregunta de rigor: ¿Están realmente en contra del sistema avalado por aquellos que los han ayudado? No está de más puntualizar que la mayoría relativa de los accionistas mayores de los clubes y la clase política que acude a los “servicios” de los barristas, es proclive al modelo económico y a la forma de hacer política …al menos la conocida hasta el 18 de octubre.

Por consiguiente, la muerte del  hincha Jorge Mora (“Neco”) producto del atropello de un vehículo de Carabineros fue una forma de colgarse al referido clamor social. El lamentable hecho ocurrió a la salida del mismo recinto deportivo de Macul después de un partido de la primera fecha de la serie de honor, pero nada tiene que ver el fútbol en sí mismo. Sin embargo, como se trataba de “llevar agua para su molino”, por el mismo motivo la Garra Blanca amenazó con suspender la actividad, tal como lo hizo poco después del 18 de octubre (en efecto el Consejo de Presidentes de la ANFP resolvió terminar la competencia 2019 cuando restaban seis fechas. Católica fue campeón). El sentimiento fue transmitido a otras barras, pero sin lograr todavía que el campeonato actual se suspenda en forma integral.

¿No lo han querido ver?

La labor social que dicen realizar las barras también queda minimizada tan sólo con mencionar que Pablo Escobar, el mítico y controvertido líder del Cartel de Medellín, también hacía labor social. Ese atributo no justifica el destrozo de estadios, las quemas y roturas de butacas y de sanitarios, las batallas campales (como la del estadio Elías Figueroa, hace algunos años), la actitud intimidante ante otras personas cada vez que hay partidos tanto en el trayecto a los recintos como tras sus salidas (en el Metro, en la movilización colectiva y en la calle en general), enfrentamientos forzados con la policía y amenazas con “penas del infierno” a jugadores y entrenadores por el simple “delito” de no llenarles el gusto, entre otras acciones reñidas con o abiertamente fuera de la ley.

Por si fuera poco, algunos se pasean como “Pedro por su casa” en dependencias de los clubes, les han facilitado estacionamiento, ingresan muy sueltos de cuerpo fuegos artificiales al estadio cada vez que se juega, etcétera.Evidentemente no se trata de generalizar. En el caso específico de los partidos de fútbol, tal como lo expusieron los conocidos comentaristas, se trata de grupos de no más 20, 30 ó 40 sujetos (la cantidad depende del tipo de partido) quienes hacen desmanes. Según Arcos y Guarello, son conocidos por los propios hinchas que acuden regularmentea los partidos. Integrantes de “Los de Abajo”, la barra de Universidad de Chile, encajan en un perfil similar. En el caso de “Cruzados”, la barra de Universidad Católica, por ser menos no han sido visibilizados lo suficiente como para sacar conclusiones más acabadas.

Pero es importante poner de relieve que el hincha común y corriente, el sufrido seguidor que acude a ver los partidos de fútbol como espectador y apoyar a su equipo (el fin noble de quien se considera hincha) no entra en esta categoría y, por tal motivo, es incomprensible que ellos sufran, junto a sus pequeños hijos, todo el rigor del control, con las humillaciones de ser revisados de pies a cabezas cada vez que están a punto de entrar al recinto deportivo a ver un encuentro de fútbol, mientras que partes de las barras que ingresan en patota no son objeto de esas revisiones y hasta entran con fuegos artificiales. Podríamos centrar la atención en la eficacia de la seguridad privada que contratan los clubes para estos partidos, como también en la seguridad pública dentro del recinto y en los alrededores, pero los responsables intelectuales de la falta de control no están allí.

Harold Mayne-Nicholls, dirigente albo, y el ex arquero del cacique y campeón de la Copa Libertadores 1991, Daniel Morón, han repudiado a nombre de Colo Colo (Blanco y Negro S.A. y el Club Social y Deportivo, respectivamente) lo ocurrido el domingo, hicieron una mea culpa y han realizado las gestiones para que los barristas involucrados no vuelvan a ingresar a presenciar un partido de fútbol en un estadio. El intendente subrogante y el responsable de Estadio Seguro, a nombre del gobierno, criticaron la forma en que Colo Colo organizó la realización del último clásico. Por su parte, el presidente del Sindicato de Futbolistas Profesionales (Sifup), Gamadiel García, espera que haya un pronunciamiento constructivo por parte del ente rector del balompié en el sentido de garantizar la seguridad de los jugadores.

Todos los argumentos aquí referidos restan fuerza a cualquier clase de aprovechamiento político. Cabe allí una curiosa, pero no por eso menos asertiva, definición del futbolista argentino Luciano Aued (autor de uno de los goles de la UC el reciente domingo): expuso que intentan crear un “microclima” para que el fútbol no se juegue. Y es verdad: esto no tiene que ver con la protesta social (sólo cabe añadir como vinculante con ésta los duros gritos en masa en contra del Presidente Sebastián Piñera en varios partidos. Pero ésa es otra historia).

La violencia en el fútbol asociada a las barras es un cáncer, una situación crítica quizás en su punto de ebullición, algo así como un laberinto edificado por la propia regencia del fútbol en más de tres décadas (el fenómeno de las barras bravas, de hecho, tiene su origen en forma paralela a la fase agonizante de la dictadura). Y, como antivalor agregado, la clase política instalada en los sucesivos gobiernos y parlamentos en democracia, ha sido incapaz de enfrentarlo eficazmente. Dicho de otro modo, se ha cosechado lo que se ha sembrado. Tal como se infiere a modo de pregunta en la última columna de Arcos al cierre de aquella (y en cierto sentido como deliberada contradicción al título de la misma: “No lo vieron venir”), “¿no lo han querido ver?”.

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