Sebastián Piñera, Presidente de la República de Chile, Santiago.
Lamentamos profundamente escuchar el cómo ha debido tolerar en su vida
situaciones de maltrato debido a conductas que para Ud. fueron imposibles de
controlar, como ocurre a los niños en su proceso habitual de desarrollo y
aprendizaje, con o sin la presencia de trastornos mentales a la base. Pero lo
más triste para todo nuestro país, el cuál usted y su equipo tienen la
responsabilidad de dirigir, es el que dicha violencia de los adultos para con el
Sebastián niño, hoy sean normalizadas por Ud., considerando, por ejemplo, que
“una patada en el traste” sea algo terapéutico, eficaz y eficiente (comparado al
costo de los tratamientos habituales hoy en día). La presente misiva surge en
nosotros a propósito de su relato y se ofrece desde la más natural empatía,
movilizados por el complejo trasfondo que se devela ingenuo y tremendo, que
como sujetos de esta cultura, también hemos asimilado de manera permanente
y en la mayoría de las ocasiones desatendida.
En primer lugar, establecemos que la violencia nunca será una herramienta
terapéutica ante ninguna necesidad de ayuda, ya que ésta no busca la resolución
de la temática en cuestión, sino que persigue, a través de un acto abusivo, el
establecimiento de un orden propio del que ejerce la fuerza, provocando
necesariamente dolor (tanto físico como emocional); la historia de la salud
mental es prolífica en terribles ejemplos de cómo ésta “estrategia” solo ha
generado estigma, exclusión y dolor.
En segundo lugar, a diferencia de su impresión, “una patada en el traste” o al
menos lo que esto representa, no es gratis. Sus consecuencias, en especial
cuando se ejercen de un progenitor a un hijo y de una manera validada por su
comunidad más cercana, son de un alto costo, ya que su huella permanece y se
reproduce reverberantemente en cada uno de nosotros. Creemos que el otorgar
esta cándida investidura al acto violento, disfrazándolo de ayuda y apoyo, es el
reflejo de una cultura que ha validado de la misma manera a la violencia como
una estrategia oportuna y cotidiana de enfrentamiento y resolución de sus
problemas, con desastrosos efectos para todos nosotros y nuestra salud mental.
Más aún, cuando reemplazamos la ayuda de un niño que necesita de nuestros
cuidados por un acto abusivo, violento, estamos dejando a ese niño solo, sin
cuidados, sin tratamiento, sin comunidad. Arrojamos a ese niño-adulto, niño-
padre, niño-vecino, niño-presidente a tratar de encontrar una respuesta a ese
dolor en soledad, finalmente lo justifica y lo valida como una alternativa a
quedar excluido de ese sistema familiar, en definitiva, de su comunidad, de
“nosotros”.
Lo terapéutico, señor Presidente, es lo contrario a la violencia, al hablar de
terapia hablamos de relaciones de ayuda, apoyo, cuidado y confianza frente al
dolor, bajo ningún punto de vista se ofrece dolor al dolor. No hablamos solo de
una amalgama de estímulos, refuerzos y castigos en temporalidades
contingentes, tiene que ver en ofrecerse entero como alguien para alguien,
como un sujeto en una relación con otro igual, para revisar, entender, y decidir
en relación lo mejor para la persona, la familia y la comunidad.
Estimado Presidente, el camino es largo, nuestra sociedad ha sufrido y sigue
sufriendo los efectos de la violencia y el abuso que fundan gran parte de lo que
hemos considerado significativo de compartir con usted, así mismo, creemos que
en esta misma historia se encuentra el germen de un futuro distinto y mejor, el
estar y compartir un porvenir juntos, acompañándonos amorosamente y en
respeto mutuo, en comunidad. El desafío avanza por el reconocimiento de esto
último, sumado con el abandono de la naturalización de la violencia y el abuso
normalizado, cuestiones que progresivamente nos llevarán por la construcción
de comunidades donde nuestros hijos puedan criarse y aprender sin temores y
con la confianza de poder padecer y recuperarse en comunidad.
