viernes, marzo 29, 2024
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Ezzati Llegó tu Hora

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De la Iglesia Católica chilena  de la época de la dictadura de Augusto Pinochet, cuando sacerdotes y monjas que vivían en las poblaciones marginales eran capaces de sacarse sus camisas para compartirla con los más pobres y de entregar su único plato de comida a un niño desnutrido, prácticamente no queda nada.

Con el regreso de la democracia,  y por a, b o c motivos, muchos sacerdotes y monjas se fueron de las poblaciones. Desaparecieron. Y los pocos que quedaron siguieron la línea de cardenales, arzobispos y obispos conservadores. No por nada Juan Pablo II y su Nuncio Apostólico en Chile, Angelo Sodano, amigo íntimo del dictador, se encargaron que los nombramientos fueran un retroceso de una iglesia más progresista. Era evidente que, tras casi dos décadas de horror, la oposición de aquel entonces, se ponía de acuerdo para transitar hacia la democracia.

Entonces, con el arribo de la democracia, la agenda valórica reemplazó la defensa de los derechos humanos y la opción preferencial por los más pobres. El divorcio, la diversidad sexual, las tres causales en el aborto, fueron sus leit motiv cuando la sociedad chilena iba en avión y la Iglesia Católica se movía en una carreta de bueyes.

Así los templos se fueron vaciando y las vocaciones sacerdotales disminuyeron ostensiblemente como nunca en seminarios y órdenes religiosas. Pero no fue lo peor. Lo peor vino mucho después, aunque esa basura que escondían bajo la alfombra ya se conocía desde mucho antes: abuso de poder sexual, pedofilia y homosexualidad. Nadie, en su sano juicio, en aquella época oscura en la historia de Chile, podía señalar a la curia local que ese fuera su quehacer. Se hacía la vista gorda ante sacerdotes que dejaban embarazadas a adolescentes; o que mantenían una relación “secreta” con una feligresa conviviendo ante los ojos de su propia comunidad. Todos y todas lo sabían, pero nadie se atrevía a denunciarlo.

Más difícil era que un pobre obrero de la construcción o una empleada doméstica de Cerro Navia pudieran contar lo que sucedía a su alrededor, porque  -aunque moleste- los prominentes sacerdotes y monjas fueron cayendo, uno por uno, porque estas provinieron del barrio alto de la ciudad de Santiago. Al parecer, contar con mayor poder adquisitivo hacía más creíbles dichas denuncias. A los pobres no se les cree, a los ricos sí.

Karadima y su férreo entorno fueron los primeros. Protegidos por décadas por la clase política, eclesial y empresarial, nunca pensaron que las atrocidades que cometieron saldrían a la luz pública. Y el rol de los cardenales Francisco Javier Errázuriz y Ricardo Ezzati  -un tipo considerado abiertamente progresista en la dictadura de Pinochet-, hoy se encuentran formalizados ante la justicia por encubrimiento. Ante los tribunales, ambos prelados han preferido guardar silencio para intentar salir libres de toda culpa, aunque los antecedentes que maneja el Fiscal Arias señale todo lo contrario. El discurso tanto de Ezatti como de Errázuriz no puede ser más contradictorio, porque señalan que están dispuestos a colaborar, pero cuando llega la hora de sus interrogatorios se acogen al mutuo silencio. Sin embargo, lo que más llama la atención a las víctimas de los abusos es la indolencia de los máximos dignatarios de la curia local. El seudo perdón que pidieron fue poco creíble para nuestra sociedad.

No es casualidad que hoy en las encuestas de opinión aparecen como la institución menos verídica de todas, con un magro 37 por ciento de aceptación.

Después que el Papa Francisco I llamara a Roma a todos los obispos y les pidiera la renuncia, cuesta creer que Ezzati siga conduciendo la Iglesia Católica capitalina. La verdad es que el jesuita Francisco no tiene a quién poner en el mando. Ha consultado dos o tres nombres, y todos ellos le han dicho que no. Como corolario, la denuncia de una violación  en plena Catedral Metropolitana vino a refrendar la podredumbre de la ex confiable Iglesia católica chilena.

Hoy esta Iglesia Católica chilena ya no camina junto al pueblo de Dios, traicionó su confianza y será muy difícil recuperarla. Chile necesita pastores, no lobos con piel de ovejas…

Patricio Martínez Torres
Patricio Martínez Torres
Periodista y Director de Página 19.

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