Guillermo Williamson Castro, Doctor en Educación y Académico Universidad de La Frontera.
Fue la pregunta que un periodista hizo a la Ministra de Educación al inicio de la multitudinaria movilización social actual y que ella no respondió. El presidente de la República había señalado que Chile estaba enfrentado a una guerra entre el gobierno y el resto de los chilenos a los que coloca en un campo de delincuentes y vándalos; llama a la guardia pretoriana de los poderosos a controlar al pueblo, pero el general dice que es feliz y no está en guerra con nadie.
En la calle Piñera ya lleva -por diversas causas, del Estado y otras- más de 20 muertos en esa guerra, cientos de heridos por balas y perdigones, torturados en las calles y cuarteles: una violación de derechos humanos por la represión policial y militar que no se había visto desde la dictadura. Esta lógica patronal y patriarcal entiende que los problemas se resuelven con fuerza y no con diálogo democrático, el que tiene un límite cuando el pueblo, los oprimidos, los excluidos, los de abajo gritan fuerte y se movilizan por su grito.
Pero la pregunta sin respuesta expresa una realidad: la existencia de dos mundos en Chile y en ellos de condiciones bipolares para la educación. No es posible negar que, gracias a los gobiernos democráticos de centroizquierda, el país ha tenido innumerables avances, no soy de los que creen que hoy estamos igual que hace 30 años. Podría dar múltiples datos de mejoría de las condiciones de vida y del avance en aseguramiento de derechos de las mayorías, pero no es el momento, pues también podrían contra-argumentarse muchos de ellos desde otras perspectivas de análisis y no avanzaríamos sino en la discusión -nada de estéril- al respecto, pero hoy se requieren otras acciones para responder a las justas demandas de una población que pasó desde la marginalidad en sus condiciones de vida, a un escalón superior definido por indicadores cuantitativos de desarrollo: tasa de crecimiento y de empleo, mejoramiento de salarios, inversión en infraestructura social, aumento de las expectativas de vida, disminución de la pobreza, aumento de la matrícula en educación superior, baja de las tasas de interés.
Pero una vez alcanzado ese nuevo escalón cuantitativo en el desarrollo, como construcción de una infraestructura social, aunque en el límite para la mayoría, con la población agarrada de “pies y uñas” al nuevo piso, emerge una nueva demanda por subir otro escalón. Sólo que éste es cualitativo, de sentidos, de significados, de valores: más seguridad, más justicia social, más y mejor participación, libertad no sólo para comprar y consumir sino para ser felices, fin a los abusos de los fuertes con los débiles (sean a la escala que sean), mejor distribución de la riqueza producida colectivamente en las personas y territorios, derecho a gozar de la belleza de la naturaleza, de un aire y agua limpios, derecho a envejecer seguros y tranquilos, a vivir sanos y ser apoyados en la enfermedad. Derecho a la dignidad y seguridad. Esta es una demanda total, mayoritaria. Todos quieren vivir en una sociedad cualitativamente mejor ya hoy y con un buen futuro asegurado.
Una cuestión familiar
Hay un factor central que derrotó al neoliberalismo y al conservadurismo: la importancia de la familia en nuestra cultura para el cambio de la sociedad. Sea la familia que sea. La idea que se hizo sentido común es que Chile se había vuelto individualista y por eso no le importaba nada. Lo que veíamos en la Universidad, en las calles, con los peñis aquí en el sur, en las poblaciones, es que no era así: la gente mantenía un sentido social, era la familia el bastión de resistencia a la desigualdad, abuso, riesgo de recaer en la pobreza, el último “nosotros” de la sociedad.
Ha salido a las calles el individuo defendiendo sus propios intereses, pero también los de su familia actual y futura: “por mis padres, por mis abuelos, por mis hijos, por mis nietos”… se escucha en todas partes. La familia ha sido una unidad social que permitió sustentar la ciudadanía, la conciencia política y de justicia, la educación en la memoria de derechos, la dignidad humana y el fin de los abusos. Aunque sea paradojal: la familia en las calles, como colectivo o referencia, está derrotando o abollando al neoliberalismo. Y para ella la educación es clave en la demanda de hoy.
Hay cuestiones educacionales -entre otras- que deben levantarse con fuerza en las demandas sociales actuales, a saber:
- Fortalecer, valorar, apoyar técnica, administrativa y financieramente la educación pública, tanto en su dimensión estatal-municipal, como particular subvencionada por depender de recursos del estado y el carácter de colaborador a éste. Hay que retomar el papel de vanguardia de innovaciones, de calidad, de eficiencia y eficacia, de buenas relaciones laborales y convivencia, de experimentación, de participación, de territorialización de los Sistema Locales de Educación.
- La Formación Ciudadana y la Educación Cívica, la primera (Ley 20.911 y todas las asignaturas, como el Programa de la asignatura Educación Ciudadana) orientada a la conciencia de la formación de la responsabilidad con los otros y con el desarrollo sostenible de los territorios en la construcción de una sociedad libre, democrática y justa; la segunda (Programa de estudio de la asignatura de Historia) educando respecto de la Política, las instituciones, los partidos políticos y sus ideologías, las organizaciones populares y de trabajadores, la organización del estado, la participación ciudadana.
- Fortalecer los Consejos Escolares con carácter vinculante, para las escuelas municipales y particulares subvencionadas, con sus familias, estudiantes, docentes y funcionarios. Hoy son instancias consultivas, formales y decorativas. Los Consejos Escolares deben ser instancias de participación social y comunitaria de los establecimientos educacionales y tienen que asumir un papel activo, decisivo, fiscalizador, vinculante y propositivo.
- Fortalecer con educación específica, apoyo organizacional y financiero, los centros de estudiantes de los establecimientos educacionales.
- Defender, potenciar y privilegiar la educación superior estatal, en particular las universidades estatales, entre otras cuestiones cambiando su sistema de financiamiento actual por uno basal.
