viernes, marzo 29, 2024
OpiniónLa Banalidad del Mal Pervive en Chile

La Banalidad del Mal Pervive en Chile

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Este 11 de septiembre se cumplen 48 años del golpe de Estado de 1973, que derrotó el proyecto histórico de la Unidad Popular, con una contra revolución burguesa y el inicio de uno de los periodos más oscuros de que se tenga memoria en este país, que institucionaliza el terrorismo de Estado para exterminar a los enemigos políticos y “extirpar el cáncer marxista”.  Un periodo que puso de manifiesto lo peor, lo más bajo y horrendo del “alma nacional”, para refundar un capitalismo rapaz que sólo ha beneficiado a unos pocos.

Los hombres y las mujeres (lumpen-proletariado, lumpen-burguesía) que delataron, persiguieron, detuvieron, torturaron de las formas más horrorosas e inenarrables; los que ejecutaron a los miles de detenidos desaparecidos; ejecutados políticos y o víctimas  de la torturas sobrevivientes; fueron sobre todo chilenos y chilenas comunes y corrientes en la mayoría de los casos, movidos por el odio y el miedo de aquellos años; sin valores morales consistentes.

En muchos casos funcionarios del aparato del Estado con tal de “salvarse”, delataron a sus compañeros de trabajo. En otros muchos, simplemente integrantes de las fuerzas armadas, que “cumplieron con su deber” y obedecieron órdenes, dando rienda suelta a la crueldad más ruin y cobarde.

La tarea de esclarecer estos dolorosísimos hechos es una tarea larga y costosa; llevará, todavía,  seguramente muchos años más y acaso décadas hacer justicia, pero será imprescindible llevarla a cabo, pues de eso depende la viabilidad histórica de una sociedad civilizada.

Una dramática muestra “a la chilena” de la banalidad del mal, (un concepto filosófico acuñado por la filósofa Hannah Arendt, a propósito de juicio al criminal nazi Adolf Eichmann, un gris e irrelevante funcionario, sin capacidad de reflexionar por sí mismo, pero sí de obedecer) es decir, los actos de barbarie ejecutados por personas comunes y corrientes, fueron y son, hoy, en este mismo instante, en este mismo momento, una realidad histórica que no ha sido sancionada resueltamente y que pone en evidencia -a través de la relativización de los abusos y violaciones de los derechos humanos- una enfermedad insalvable de toda nuestra sociedad dividida: el egoísmo de clase; el miedo clase; la indiferencia de clase frente al dolor ajeno; en suma, el odio de clase.

Un odio irracional sin asidero, un egoísmo también irracional sin fondo, sin razones –no puede tenerlas-; una emoción primaria, baja, instintiva, como cuando los perros se atacan a dentelladas defendiendo un hueso; Todos aquellos y aquellas que participaron de estos actos inhumanos saben certeramente en sus consciencias, el bajo y miserable destino que les ha tocado “en suerte”. Lumpen de entre lo lumpen de la sociedad civilizada.

El  mismo odio de clase de entonces argumenta a diario –hoy mismo- en los medios de comunicación del oligopolio. El odio de clase conspira, manipula, distorsiona, argumenta de modo falaz, dispara a los ojos; el odio de clase quiere todo este país para sí; el odio de clase no tiene límites ni capacidad de reflexión, de hecho procura la ausencia de pensamiento y conciencia moral del televidente, el odio de clase quiere solo consumidores hasta la náusea. El odio de clase quiere echar abajo el proceso constitucional, entre otras iniciativas que urde.

¿Qué hacer? El único medio es educar, educar de verdad a través de los años y las décadas venideras. Educar las emociones y el espíritu; educar para que las personas se den cuenta, tomen consciencia de sí y del mundo; no para especializarse en una materia determinada, no para ser técnico o ingeniero o burócrata, que ese sistema está operando de maravillas.

Seguro que todos ellos y todas ellas –quienes violaron y violan los derechos humanos- sienten en su interioridad y en sus conciencias una desdicha absoluta que es  y será karma insalvable; y si algún germen de alma pudiere en un momento existir en ellos, ese núcleo, esa molécula de materia fina, ya ha estallado en ellos (y en ellas) sellando cada destino particular tras la muerte que a todos nos alcanza.

Me ha tocado leer cientos de libros en toda mi vida, muchos de ellos edificantes y maravillosos y que han marcado mi destino humilde y sin pretensiones de poder; pero también he leído aquellos que reconstruyen esta historia de horror de nuestro país, y debo confesar que me producen dolor y angustia por días y debo hacer esfuerzos por no inundarme de pensamientos de odio y rogar por comprender, “quiero comprender, quiero comprender” me digo; comprender no con la razón, comprender con la emoción, con una emoción más extensa, más profunda más consciente.

El tema de la violación de los derechos debe ser un tema central en la nueva constitución en los procesos educativos; en el sistema educativo; en cada uno de los lugares, espacios y circunstancias donde se debe formar e informar, instruir, comunicar, enseñar.

No puede tener futuro una sociedad, un país, donde persistan sectores sociales, grupos de personas que sigan soslayando estos asuntos tan sustanciales; donde haya instituciones del aparato del Estado que sigan violando los derechos humanos. No sólo Carabineros de Chile debe ser refundado,  no sólo las Fuerzas Armadas –que se comportan como clan o como secta-, sino muchas otras instituciones, como el poder judicial, el Ministerio Público, la judicatura toda; la clase política ensoberbecida y siempre dispuesta a relativizarlo y negociarlo todo.

Es imprescindible formular un nuevo currículum educativo; una nueva televisión pública veraz, moderna en el sentido más profundo del término; es imprescindible pedirle a las religiones oficiales, a todas las iglesias cristianas –católicas, evangélicas, protestantes, etc., o como se llamen, un compromiso irrestricto con el respeto de la persona humana; un estatuto civilizatorio que les impida justificar con los argumentos que sean (ni mucho menos “teológicos”), la violación de los derechos humanos, como pretenden.

Ciertamente, no somos ajenos al horror que vive el mundo en esta misma hora; no somos ajenos al espectáculo de maldad y dolor durante todo el siglo XX y en lo que va corrido de éste, pero Chile no tendrá futuro verdadero sin justicia, sin verdad.

 “Oh, qué puede esconder el hombre en su interior, ¡aunque sea un ángel por fuera!” (Shakespeare, “Medida por Medida”). Esta debe ser la tarea principal del nuevo Estado que proponga la nueva Constitución.

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