lunes, mayo 13, 2024
OpiniónLa CUT en la Historia de Chile

La CUT en la Historia de Chile

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El 12 de febrero de 1953 fue la fundación de la Central Única de Trabajadores, CUT, un hecho de gran trascendencia en la construcción democrática de nuestro país. Su primer presidente fue el líder sindical Clotario Blest.

La formación de la CUT fue un gran esfuerzo que unió a las principales organizaciones sindicales de la época logrando impedir la división del movimiento sindical que en muchos países se quebró dado la existencia de centrales “ideológicas”, cuya rivalidad debilitó o lisa y llanamente anuló la lucha de los y las trabajadoras por sus derechos.

La unidad se inició en la Confederación de Trabajadores de Chile y el Movimiento Unitario Nacional de Trabajadores que levantaban las banderas de la Federación Obrera de Chile, reivindicando las luchas históricas de la clase trabajadora. La CUT revirtió las profundas y trágicas divisiones de los años 40 y reagrupó sindicalistas de muy diversos orígenes y corrientes de pensamiento, socialistas, comunistas, radicales, anarcosindicalistas, socialcristianos o falangistas, con esa amplitud ganó una activa presencia en el proceso de sucesiva ampliación de la democracia chilena.

Así fue desde el gobierno de Carlos Ibáñez en la brega para implementar la cédula única que atacó el cohecho electoral, en especial, en las zonas rurales, también para la derogación de la “ley maldita” que concluyó la ilegalidad del PC, luego en la lucha por la reforma agraria, bajo los liderazgos de Frei Montalva en su gobierno y de Salvador Allende después, así como, en la brega por la nacionalización del cobre y los cambios estructurales de su gobierno. De ese modo, entre 1953 y 73, la CUT tomó una fuerza decisiva en las luchas sociales y en la defensa de las y los trabajadores.

Su tarea fue violentamente interrumpida por la persecución contra el sindicalismo desatada el 11 de septiembre del 73. A los pocos días la dictadura público la decisión de erradicar la presencia organizada de los trabajadores en la vida nacional a través de un decreto de disolución de la CUT, oficializado el 24 de Septiembre, a menos de dos semanas desde el golpe de Estado.

El régimen dictatorial fue rabiosamente anti obrero porque en su tradición de lucha identificaba la raíz culpable del proyecto de transformaciones democráticas y revolucionarias que llevó adelante el Presidente Allende para avanzar al socialismo: “en democracia, pluralismo y libertad”. De hecho, la clase trabajadora fue el sostén fundamental de su gobierno.

Represión violenta a los trabajadores

Después del bombardeo a La Moneda, la violentísima ocupación militar de los llamados “cordones industriales” y de las poblaciones obreras fue mucho más que un copamiento castrense de la ciudad de Santiago, fue también expresión de la revancha de clase que la oligarquía ultraconservadora había logrado inocular en los mandos uniformados.

La retórica irresponsable de la ultraizquierda dio verosimilitud a la estrategia golpista que instigó un ambiente de caos y desborde institucional para impulsar el golpe fascista, manipulando la idea que los cordones industriales incubaban un “poder popular”, “preparado” con todos los medios y recursos del “marxismo internacional” para destruir las instituciones castrenses.

Esa imagen creada por la CIA, sirvió a la conjura golpista para justificar la metralla contra fábricas e industrias en cuyo interior había obreros indefensos que fueron brutalmente apaleados, apresados y luego exonerados, incluidos en “listas negras” y perseguidos hasta que emigraron o encontraron un nuevo oficio, en suma, la clase trabajadora que apoyó consciente y organizadamente al Presidente Allende, en tareas como la formación de las tres áreas de la economía y “la Batalla de la Producción”, fue asfixiada y excluida por la dictadura. La palabrería ultra revolucionaria fue funesta, pero la juventud y los obreros pagaron el costo.

El plan brutalmente retrógrado y clasista que se entronizó en el Estado significó que el movimiento obrero y popular y sus partidos políticos fueran la víctima privilegiada del terrorismo de Estado. El sindicalismo fue reprimido como nunca. La conjura golpista incitó un odio incubado por la oligarquía largo tiempo, una ira visceral que rompió el acatamiento a la Constitución que las fuerzas castrenses habían jurado respetar y que se volcó sin contención en la violencia ilimitada que aplicó la dictadura militar desde el mismo golpe de Estado. Un terror que muchos creían nunca sucedería en Chile.

Con el presidente constitucional sin vida en La Moneda bombardeada e incendiada, el gabinete ministerial apresado y vejado en instalaciones convertidas en siniestros calabozos, sin la visión y la autoridad republicana del general Prats y de otros generales y oficiales que pasaron a retiro o fueron reprimidos, y con la incitación visceral del fascismo civil se desató un salvajismo castrense que no tuvo freno alguno. En horas fue demolido el régimen democrático que tantas luchas y trabajo había costado edificar.

Los Chicago-boy gracias a Pinochet, usaron la dictadura militar a su antojo para suprimir el movimiento popular, destruir sus organizaciones y su presencia en la vida nacional. La refundación ultraconservadora que ideó Jaime Guzmán, consistió en poner brutalmente de rodillas a la clase trabajadora y se instaló la tecnoburocracia militarista que se apropió de buena parte del patrimonio nacional, a través de las privatizaciones de Pinochet.

La dignidad de las personas fue aplastada, violada y suprimida. Pinochet a traición, asestó el golpe de Estado y desató la barbarie. En la derecha tuvo todo el apoyo porque creen que eso es lo que deben hacer los uniformados cuando se sienten amenazados, porque en su corporativismo de clase piensan que la violencia antipopular es propia de la profesión militar.

Hay que insistir que lo ocurrido en 1973 es una barbaridad que no puede repetirse, la misión de defender la seguridad de la patria no tiene por qué traducirse en una mentalidad que rechaza los logros civilizacionales del movimiento obrero y popular que es parte esencial de la nación chilena, o de la intelectualidad u otros sectores sociales comprometidos con el país, como también en ningún caso pueden apartarse del respeto irrestricto a los Derechos Humanos. Aplastar los legítimos avances del movimiento popular a la postre resulta estéril.

En días de definiciones para el próximo gobierno y en la Convención Constitucional, la consolidación del movimiento sindical como un actor relevante en la construcción democrática es una tarea de la mayor importancia. Su gravitación en una justa distribución de los recursos que el trabajo genera en el país debe ser decisiva. Chile está sediento de justicia social y para lograrla el movimiento sindical es fundamental.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Camilo Escalona Medina
Camilo Escalona Medinahttps://pagina19.cl
Camilo Escalona Medina, Secretario General del Partido Socialista

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