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Los Fuegos Artificiales Han Muerto

Crédito foto: Yolanda Suen.

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La joven y recientemente electa alcaldesa de Viña del Mar, Macarena Ripamonti, declaró a la prensa que este año será “el último Año Nuevo con fuegos artificiales en la ciudad”. Esta misma autoridad declaraba a través de Twitter: “la pirotecnia genera consecuencias negativas, especialmente en personas con trastorno del espectro autista (TEA), animales y medioambiente”.

Esta decisión no fue la única en esa dirección a nivel comunal, puesto que ya la Municipalidad de Curanilahue, en la región del Biobío, había decidido que iba a reemplazar el espectáculo pirotécnico por cenas navideñas a 400 familias vulnerables de la zona.

A esta tendencia también se han sumado los municipios de Arica, que presentó un lindo espectáculo con luces en el Morro; y también el de Punta Arenas, cuyo alcalde, Claudio Radonich, manifestó que los fuegos artificiales “eran muy lindos, pero muy caros” y que invertir en ellos era “quemar plata”.

Por otro lado, los defensores del espectáculo señalan como positivo el ingreso de turistas. Para el caso del emblemático Año Nuevo en el Mar, la Cámara Regional del Comercio y la Producción (CRCP), el Servicio Nacional de Turismo (Sernatur) y la Corporación Regional de Turismo, produjeron en 2021 la “Encuesta de Ocupación de Alojamientos Turísticos Región Integrada”, cuyo principal resultado arroja que “la ocupación promedio para la noche del 31 de diciembre en las ciudades Puerto y Jardín se sitúa en 75,6%”.

A la luz de estos resultados, no todo sería quemar plata, como lo decía el alcalde de Punta Arenas, pero este discurso encuentra eco en la ciudadanía.

Cuánta plata queman todos los años, me decía mi mamá cada Año Nuevo en el Mar de Valparaíso cuando éramos niños. Sin embargo, su voz era la única disidente en un contexto familiar en que gozábamos el espectáculo, presenciando desde nuestra infancia a un barco que destellaba una cascada fulgurante que cambiaba de color y gigantes mensajes sobre el mar como “CONGRESO EN VALPARAÍSO” o “WANDERERS A PRIMERA”.

Para nosotros cuando niños, el espectáculo de fin de año no era más que la liturgia cúlmine y magnánima de nuestros juguetes: los fuegos artificiales, que eran comprados por nuestros propios padres. No obstante, el costo de esa diversión era bastante alto. No sólo se quemaba plata, sino que también nuestra propia piel.

Un estudio de la Corporación de Ayuda al Niño Quemado (COANIQUEM), señala que antes de la implementación de la ley 19.680 que prohíbe el uso de fuegos artificiales (1999-2000) hubo 77 niños lesionados a causa de los fuegos artificiales. Esa cifra bajó a 10 en el período siguiente (2000 – 2001). La mayoría de los quemados e incluso mutilados, eran niños de 6 a 10 años.

A pesar de que las externalidades negativas de los espectáculos pirotécnicos siempre estuvieron presentes, por primera vez las estamos mirando como sociedad.

El cuidado del medioambiente, los animales, personas en situación de discapacidad, o la focalización de recursos públicos hacia personas socioeconómicamente vulnerables, son preocupaciones más grandes que la fuerza de la tradición en la estridencia de bienvenida del nuevo año.

Es por eso que desde la ciudadanía se empujó a la autoridad para declarar muertos a los fuegos artificiales, ahora circunscritos no sólo a la ilegalidad, sino que al mal gusto, a lo pasado de moda, lo viejo y también típico de microtraficantes o barras bravas.

Pero esta muerte no es un simulacro como el fin de la pandemia, donde nadie mira ni le importa la temperatura para entrar a un supermercado. Los fuegos artificiales realmente han muerto, pues el mundo actual tiene sólo volutas de su humo y cenizas en la infancia.

 

 

 

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