Analista.
Jenga es una palabra en idioma swahili que significa construir. Es un juego de sobremesa, de habilidad, que consiste en una torre de 54 piezas de madera apiladas. La dificultad es ir sacando una por una y agregándolas a la torre sin que esta se caiga. El jugador que bota la torre pierde. Es una variedad del mismo juego que en Ghana se llama Takaradi.
Las dos mil comunidades mapuche, más los grupos que se expresan por medio de la violencia armada en La Araucanía, son como un juego Jenga. Llena de modulaciones finas, de intereses contrapuestos y a veces concordantes, contradicciones y lealtades, paciencia y urgencia todo al mismo tiempo. Equilibrios precarios que pueden botar la torre al primer descuido.
Jenga es un juego sutil. Requiere control psicomotor, concentración, paciencia, cultura de dominio sobre sí mismo y, antes que nada, una mirada amplia, una estrategia de juego que respete la estrategia de los demás jugadores o todos pierden, como ha ocurrido. Los jugadores ganadores compulsivos no deben participar. Perderán siempre sin saber por qué y culparán a otros siempre.
Esa sutileza y esa cultura de respeto es ajena a la derecha víctima de su pragmatismo extremadamente ansioso. Resultados y ganancias rápidos y beneficiosos para ellos. El resto no les interesa.
En ese escenario frágil y sutil, Piñera solo pudo dar un manotazo a esa torre de jenga y dejó el desorden de piezas sobre la mesa. Ahora está mirando a los demás jugadores con cara de pregunta y cara de yo no fui. Los juntó a todos en Quillota y prometió, nuevamente, otro futuro garantizado. Por supuesto está lejos de comprender, en profundidad, qué fue lo que pasó y qué hay que hacer en La Araucanía.
Decidir quiénes deben ser convocados a una instancia de negociación en La Araucanía es, antes que nada, un ejercicio de sutileza, comprensión profunda, visualización plena del escenario de juego. Pensar que se debe garantizar un clima de paz para negociar, es correcto. No lo es pensar que para ello se debe aniquilar a los violentos, es pensar que son violentos porque están aburridos y no porque tienen razones comprensibles y respetables, muy de fondo, para comportarse así y algo tienen que ver desde el gobierno en todo ello. Cuando alguien adopta conductas extremas se debe indagar por qué, antes de disparar primero. Los violentistas de La Araucanía forman parte del juego.
Piñera y los suyos no saben que están jugando Jenga. Creen que hay que actuar de modo decidido y directo, mirar la realidad en blanco y negro, buenos y malos, creen que ya han comprendido de qué se trata, creen que ya ganaron y pueden botar la torre a manotazos. Bueno, esa creencia los tiene con el gobierno desarmado y obligados a seguir prometiendo a ver si ahora le creen.
¿Se debe hablar con los violentistas?
A juicio del gobierno eso parece una debilidad intolerable, están convencidos de que se debe hablar con ellos cuando se entreguen. Ellos no aceptarán presiones, negociarán dónde y cuándo quieran.
El gobierno de Colombia negoció con un ejército enemigo. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, no como acá con pequeños grupos de incendiarios. También, esas fuerzas, llenas de complejidades lograron construir futuro. Claro, después de cuatro años de negociaciones, durante las cuales se pudo conocer en profundidad las expectativas, sueños e intereses de los beligerantes y ponerse de acuerdo con avances y retrocesos.
Si Piñera cree que negociar en La Araucanía es salvar a los 33 y pasearse por el mundo mostrando una supuesta victoria en el horizonte de su mandato, victoria para él y para nadie más, está equivocado y demuestra su falta de atributos para jugar Jenga.
Se debe conversar con todos. Eso es sacar la primera pieza de la torre para seguir avanzando. Si no se logra hablar con ellos, es porque están poniendo temas que son inaceptables para la derecha. Los violentistas no son gente ciega de odio sin nada que decir. Tienen harto que decir y escucharlos es un paso adelante y no es un compromiso ni una derrota a priori. Es el comienzo de un juego complejo. Es una demostración de sensatez, inteligencia, habilidad política, dominio de la información profunda, control estricto de la fuerza. Esa conducta haría más fuerte, más creíble la postura del gobierno. Demostrarían que están dispuestos a construir convivencia entre los pueblos, a ayudar de verdad y no solo a defender sus propiedades y sus ganancias. El derecho a negociar debe ganarse y eso es exigible para ambos lados. El que da el primer paso demuestra solidez y comprueba que no teme ni puede ser intimidado.
El sábado primero de diciembre, en un Futa Trawun en Temucuicui, en donde se contó con la participación de lonkos y werkenes de todo el territorio mapuche, se determinaron las acciones y posturas que tomarán como pueblo en materia de autodeterminación y territorio después de un crimen horrendo. Posturas que se han ido cumpliendo rigurosamente en medio de las mentiras de los otros.
Desmilitarizar la zona, recuperar el territorio ancestral, esclarecimiento histórico, es decir, la verdad sobre la ocupación de dichos territorios, libre determinación y mantener la desobediencia
Claramente son propuestas de gran parte del pueblo mapuche, adoptadas soberanamente marcando la extensión y profundidad del escenario de juego. La muerte de Camilo Catrillanca abrió una grieta hasta ahora insalvable.
¿Hay gente con capacidades en el gobierno? Hasta ahora parece que no. Se estaba desplegando un diseño operacional improvisado, dentro del cual se veía nada más que lo inmediato, lo que haría ganar. Decisiones de gran torpeza. No puede haber otro resultado cuando al frente se encuentra un ministro que domina el lenguaje dulce de las palabras y la dureza totalitaria de las conductas.
Es decir, no saben ni pueden jugar jenga.
