Analista político y sociólogo.
Hasta ahora, el inicio de tratativas con el gobierno había significado el quiebre de relaciones en la oposición, de igual modo, se producía una especie de parálisis en los negociadores ante la temida acusación de estar “en la cocina”.
De esta forma, la derecha nos dividía y una parte de la oposición se quedaba con la patente de autenticidad y otros con el estigma de colaboracionistas. Este doble tropiezo parece haber encontrado un freno efectivo bajo la conducción de Yasna Provoste. Este freno consiste, nada menos, que en gozar de autoridad.
Lo que hasta este momento se había encontrado reprochable tanto su método como su finalidad. En el pasado ambos se cubrieron de sospechas.
En Estados Unidos se decía que “Nixon puede ir a China”, en el sentido de que alguien tan de derecha como este presidente se podía entrevistar con el líder chino, Mao Zedong, sin que a nadie se le ocurriera que estaba colaborando con el comunismo. En nuestro caso se puede decir lo mismo, pero al revés.
Yasna Provoste es tan evidentemente de oposición que puede entrar a La Moneda sin problemas. En realidad, los que corren riesgos son los visitados porque puede decirles en su cara frases que ya han escuchados: “Si hemos llegado acá no es para salvar a un mal gobierno”. De modo que el objetivo declarado es el objetivo real y por eso las críticas no han dado en el blanco.
También las objeciones se han concentraron antes en el método empleado. Estar en “la cocina” ha pasado a ser algo así como ser sorprendido en la sesión ordinaria de una asociación ilícita. Ya antes, la sola mención de semejante atrocidad ha detenido acuerdos razonables. ¿Por qué no ha acontecido ahora?
Porque se ha llegado a entender que negociar con el gobierno implica un esfuerzo conjunto en dos frentes: con el gobierno mismo y con los actores de oposición en paralelo. En una reunión no caben todos los interesados, pero nadie dijo que tenían que estar todos en la misma reunión y en el mismo instante.
Si el flujo de información es continuo y los objetivos que se buscan concretar se mantienen constantes, se pueden ir observando, casi en tiempo real, los hitos principales del proceso. Si no se entretiene nadie en aspectos secundarios, los resultados finales (para bien o para mal) se obtienen en lapsos prudentes.
Pero si es tan sencillo, la pregunta vuelve a ser formulada: ¿por qué no se hizo antes? Muy simple, porque lo señalado resulta fácil de explicar, pero difícil de ejecutar. Una mayoría ordenada puede conseguir lo que se propone, pero no hay mayoría sin liderazgos generosos y visionarios. Ahora se juntaron los astros.
Hay que tener sangre fría para seguir todo el proceso: identificar objetivos alcanzables, establecer puntos de concordancia, saber cuándo se consigue todo lo factible, conceder a los otros contraparte parte de lo que piden para que puedan sostener el acuerdo, asegurar los respaldos previo a celebrar antes de tiempo y explicar durante y después los alcances de lo conseguido.
Una buena negociación es el éxito de ambas partes, se pueden congratular por lo conseguido. Pero lo mejor es que se ha encontrado un antídoto. Cuando se hace buena política el populismo sale sobrando. No teníamos que llegar a la cornisa para darnos cuenta de eso.
