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Mundial de fútbol de Catar y redes sociales: tras la fiesta, reflexiones en frío

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La obtención de la Copa del Mundo por parte de Argentina fue bastante celebrada por estas latitudes, hecho en sí absolutamente explicable: Sudamérica recuperó el trono del balompié del orbe después de 20 años. El campeón anterior fue  Brasil comandado por Ronaldo en la cita de Corea Japón. Recordemos que durante los mundiales de entremedio vimos festejar a los italianos el 2006, a los españoles el 2010, a los alemanes el 2014 y a los franceses el 2018.

Evidentemente las bifurcaciones estadísticas y emocionales que trajo consigo el tercer título mundial de la selección adulta albiceleste, fueron y son muchos más. En el plano futbolístico, Lionel Messi -el mejor futbolista del mundo por veredicto casi sin contrapeso de voces especializadas y no especializadas- logró lo que Pelé y Maradona obtuvieron en 1958 y 1986, respectivamente: el podio máximo junto a su selección. En el plano más sensible Argentina vive la gloria de tocar el trofeo mayor tras tres décadas y media de frustraciones. En materia de sentimientos, también para el mismo Messi el acontecimiento tiene matices especiales.

Respecto de lo bueno, lo malo y lo feo del mundial en general, es factible hablar y escribir largamente. Respecto de lo primero, aportó la enseñanza acerca de la posesión del balón: relevante pero no decisiva, dado que ese dominio pesa más con la frontalidad y la contundencia. Lo demostró principalmente el campeón (ojalá tomen nota nuestros entrenadores, jugadores e incluso los dirigentes más familiarizados con el fútbol). Como añadido: la confirmación de figuras descollantes como el renombrado rosarino y Di Maria por los trasandinos, Mbappé por Francia, Modric por Croacia, Marruecos como equipo revelación y la irrupción de figuras jóvenes, sobre todo en los monarcas. Allí irrumpen nombres como Julián Álvarez, Enzo Fernández o Nahuel Molina.

En cuanto a lo malo, solamente pondré de relieve la imagen entre estigmatizante y gris oscuro del país organizador del mundial. El tema se ramifica en varios aspectos tan complejos que, por sí solos, darían para un reportaje más que para una columna como esta. Y no solamente por verse empañados los derechos humanos en cuanto a integridades físicas y muertes de muchas personas que trabajaron en la construcción de la infraestructura del certamen, sino también por el menosprecio hacia la comunidad LGBTQ+. En resumen, son situaciones que nos invitan a una profunda reflexión y, por concepto de memoria, a evitar circunstancias similares en eventos futuros.

Redes Sociales 

Y, en cuanto a lo feo, una vez más se constata la insoportable escasez de miradas constructivas dentro de la poderosa herramienta que son las redes sociales. No se trata solamente del exceso de troleos, sino de la facilidad para denostar, menospreciar y depreciar prácticamente todo lo que se mueve. Aunque me declaro partidario de la democratización de las masas y, por ende, de la libre expresión de los ciudadanos comunes y corrientes, pareciera que esa misma libertad se transforma en fascismo cuando se trata de opinar de fútbol.

Una vez escuché decir muy asertivamente a alguien que debatir sobre fútbol con un seguidor termocéfalo era jaujaranesco (concepto asociado al famoso colectivo humorístico uruguayo, Jaujarana). No hay respeto, no hay razonamiento, no hay lógica. El sentido constructivo es regularmente reemplazado por conceptos de grueso calibre y el extraño placer de «pelar» (como decimos en nuestro folclor) simplemente por querer referirse mal de alguien o de alguna institución. Un jugador o un equipo puede ser objeto de crítica (nada raro porque algo de subjetivo hay en la apreciación), pero la descalificación extrema está a la vuelta de la esquina en Facebook, Twitter e Instagram.

Y allí pareciera que el ejemplo, en lugar de aplicar la corrección vía respeto, es la audacia bastante mal entendida de responder agresivamente al insulto. Cuando algunos hinchas ecuatorianos se burlaron de la selección chilena en la primera fase, la reacción casi natural de parte importante de la comunidad futbolera de nuestro país fue desearles que no clasificaran, además de exteriorizar una que otra burla nada inocente y poco académica. Abundaron actitudes similares de compatriotas nuestros en contra de los peruanos en la fase de repechaje, de los uruguayos, de los brasileños (nada nuevo: entran en la categoría de «bestia negra») y de los argentinos.

Es difícil apreciar si la tendencia a ridiculizar a los adversarios es propiamente característica de alguna comunidad, país o continente, pero al menos los seguidores del «deporte rey» en Sudamérica hicieron gala de un nivel de chauvinismo que llegaba a «volar por las nubes». Acá no nos quedamos atrás:

Es aceptable cuestionar la legitimidad del triunfo argentino desde el punto de vista arbitral y, de paso, dirigir críticas a la FIFA. Sin embargo, nada tiene de original esa conclusión considerando que al ser el fútbol profesional un negocio multimillonario a nivel global, las controversias están siempre a la orden del día. En todo caso, pese a las polémicas en torno a muchas jugadas, no he detectado vestigio alguno que me revele algún «regalo» evidente al flamante monarca.

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