lunes, abril 29, 2024
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A Propósito de la Estabilidad Institucional

Foto: Fotógrafo en campaña

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*En homenaje a la memoria de José Tohá.

Las fuerzas sociales y políticas, los países y sus liderazgos protagonizan, viven y sufren luchas y tensiones de las que emergen las transformaciones sociales que en ocasiones cambian notablemente la realidad institucional imperante, a veces la alteran lentamente, pero también se generan terribles retrocesos, como en Chile, en 1973, con el derrumbe de la democracia y la instalación de la dictadura. Ahora se inicia un nuevo periodo histórico y hay que estar alerta.

La tarea de la conducción política es actuar en la complejidad en que transcurre el devenir de las naciones, para avanzar en las etapas necesarias o para resguardar las conquistas sociales, derechos y libertades que son amenazadas por las fuerzas regresivas. En Chile, desde la Independencia y, en especial, desde hace medio siglo, bajo la dictadura, dado el proyecto de dominación excluyente de mayoritarios sectores nacionales, hay un duro forcejeo entre el afán autoritario de la derecha ultraconservadora y el proyecto democrático de cambios sociales de las fuerzas de izquierda y centroizquierda.

Así, hace décadas se vive una dura brega entre la extensión y profundización de la gobernabilidad democrática por una parte, y, por la otra, el proyecto ultraconservador que propugna la constante restricción y cercenamiento de la institucionalidad, llegando incluso a la dictadura para hacer imposible el ejercicio de los derechos y libertades democráticas.

En efecto, dada la puesta en marcha del proceso de reforma agraria, la activación de la sindicalización campesina y el fortalecimiento del movimiento obrero, factores que potenciaban una opción de reformas “no capitalistas” en los comicios presidenciales de 1970, aún antes de la elección del Pdte. Allende, se precipitó un primer intento de golpe de Estado, llamado “el tacnazo”, en Octubre de 1969, su jefe fue el gral. ultraderechista, Roberto Viaux. Fue un motín golpista pensado para quebrantar el régimen democrático con la excusa de una “reivindicación gremial” de mejoramiento material de las fuerzas castrenses que pretendía deponer al gobierno del Pdte. Frei Montalva.

En esa situación, a pesar que Viaux manipulo y usó torcidamente un sentimiento corporativo de postergación y desatención de la autoridad civil hacia el estamento castrense, el Ejército fue leal al mandato constitucional y la asonada fracasó aunque llegó a la sublevación del regimiento Tacna, en la parte Norte del parque O’Higgins a escasas cuadras de la sede de gobierno. No sirvió la demagogia militarista del general golpista porque el mando institucional rodeó el amurallado regimiento, aislaron la sublevación y forzaron la rendición de los amotinados.

Los conspiradores

Esa peligrosa intentona golpista activó, tanto en la izquierda y el movimiento popular como en la DC y amplios sectores, la preocupación que en los militares había conspiradores profundamente reaccionarios con activas ramificaciones civiles, en esos contactos predominaban intrigantes agitadores de la oligarquía ultraconservadora furiosa por el aumento de la fuerza electoral de la izquierda y por la puesta en marcha de la reforma agraria, un cambio social y una conquista histórica del pueblo chileno que fue el comienzo del fin de anquilosados latifundios que frenaban el sistema productivo y oprimían el campesinado.

Ante el clima de cambios la oligarquía se desplazaba hacia el fascismo e incubaba la opción que promovía la instalación de una dictadura militar a través de brutales caudillos castrenses como Viaux y, más tarde, Pinochet. Esa vez, Octubre de 1969, el régimen democrático no pudo ser derribado. Las fuerzas de izquierda y centroizquierda cerraron filas apoyando al gobierno legítimo del Pdte. Frei y la democracia chilena resistió, pero la crisis socavó la autoridad del mando castrense en ejercicio.

Por eso, apenas derrotada la asonada, el Presidente Frei Montalva nombró como Comandante en Jefe del Ejército al general. Rene Schneider, hasta entonces en la región austral. La doctrina de mando del general René Schneider, señaló como la cuestión esencial, el irrestricto respeto al mandato constitucional en medio de las intensas controversias políticas y las contradicciones que conmovían Chile al calor de la campaña presidencial de 1970.

La tensión política creció por la resistencia de la derecha a la victoria del líder socialista Salvador Allende y su programa de cambios en democracia, pluralismo y libertad, que obtuvo la primera mayoría relativa en los comicios del 4 Septiembre de 1970. Grupos reaccionarios, con el apoyo de Nixon en los Estados Unidos, diseñaron un plan cuyo objetivo era que el Parlamento burlara la victoria popular nombrando Presidente al conservador, Jorge Alessandri, porque entonces la Constitución establecía que de no haber mayoría absoluta, el Congreso Pleno decidía entre las dos primeras mayorías relativas. El acuerdo entre la Unidad Popular y la Democracia Cristiana para nombrar a Salvador Allende, Presidente constitucional en la sesión del Congreso Pleno, desbarató ese propósito.

Con la decisión de imponer sus propios objetivos antidemocráticos la conjura golpista, orquestada por la CIA, fraguó un quiebre institucional apoyándose en el incurable golpismo del general Viaux y en la traición del general. Camilo Valenzuela, Comandante de la Guarnición de Santiago, inserto entre los conspiradores. Así lo ratifica el Informe que sobre la materia entregó el día de su renuncia el ex Comandante en Jefe, gral. Ricardo Martínez.

Con el objetivo de quedar la estabilidad institucional, ese plan ideó el secuestro del gral Schneider, firme defensor de la lealtad a la Constitución, para generar una crisis y obligar al Ejército a intervenir y precipitar el golpe de Estado; sin embargo, el grupo operativo de civiles de ultraderecha no contaba con la resistencia del máximo jefe castrense y le acribilló dejándole mal herido en el vehículo que lo trasladaba, trasladado por su chofer y asistente al Hospital Militar, falleció dos días después.

Un general intachable, René Schneider, fue asesinado por la aventura de un puñado de oligarcas. Chile se remeció, pero los conjurados fueron desarticulados. El Congreso Pleno, por el voto de los Partidos de la Unidad Popular y la Democracia Cristiana, eligió Presidente de Chile a Salvador Allende para el sexenio 1970-76. En la lucha entre democracia y dictadura prevaleció el régimen democrático. En tan decisiva coyuntura estratégica, el Ejército mantuvo su lealtad a la doctrina Schneider, respeto a la Constitución y la ley, y no fue arrastrado a la aventura golpista que habría significado una masacre del pueblo movilizado en respaldo al Pdte Allende.

Asumió la Comandancia en Jefe, el general Carlos Prats, la primera antigüedad luego del general Schneider, de brillante trayectoria profesional, desmintiéndose la falacia conspirativa que el Presidente Allende iba a descabezar el Alto Mando castrense. Así perduró el régimen democrático, pero no se erradicó el conjunto de implicados en la conjura ultraconservadora los que se replegaron a la espera de un nuevo intento.

La conspiración final

Mirando atrás, al inmenso horror de ultimar a un servidor público sobresaliente y al carácter excepcional de lo sucedido: el crimen del propio Comandante en Jefe del Ejército, no cabe duda que en esas horas en el núcleo rector de la conspiración se fraguó lo esencial de la conjura posterior y del motín fascista para quebrantar el régimen democrático y entronizarse en el poder.

Las fuerzas del cambio social no vieron con la claridad y fuerza necesarias el peligro mortal que se incubaba bajo la superficie. El golpismo logró hacer colapsar los pilares institucionales que sostenían la democracia chilena. El dogmatismo de ultra izquierda cayó en un error garrafal al señalar que la contradicción fundamental era entre reforma, el gobierno popular, versus la revolución socialista, pregonada por sus grupos y publicaciones, desconociendo el carácter revolucionario de la “vía chilena”. Así el rival fue ubicado dentro de las fuerzas populares y la conjura golpista quedó en un lugar subalterno. El viejo divisionismo que esteriliza la izquierda. Ese fue el error esencial.

El proceso de reformas era gradual y no la toma del poder como un acto único, simultáneo en todas las estructuras productivas, sin metas graduales de corto, mediano y largo plazo, según la vía chilena, concebida por el Presidente Allende. Se requerían reformas democráticas paulatinas, de carácter avanzado, de contenido y perspectiva socialista para asegurar las bases institucionales de la transformación del régimen democrático en Chile.

El dilema de Chile no era la instauración inmediata del socialismo, menos de una economía estatal, totalmente planificada, como se propugnaba entonces, la gran tarea era la defensa y transformación paulatina de la democracia chilena a través del pluralismo, el pleno ejercicio de las libertades democráticas y una fuerte área social de una economía mixta, como insistía reiteradamente el Presidente Allende.

Al cabo de 3 años, desde Septiembre del 70 al 73, manipulando y agudizando las contradicciones en las fuerzas de izquierda, separando y dividiendo al centro político de la izquierda, boicoteando la producción y usando como fuerza de choque a los transportistas, los conjurados lograron hacer que tambaleara la institucionalidad democrática hasta que sobrevino el cruento golpe de Estado, el 11 de Septiembre de 1973, no fue un acto único, fueron un conjunto de acciones desestabilizadoras, incluido el intento golpista del 29 de Junio y el plan de socavamiento de la autoridad del gral Prats hasta conseguir que abandonara la Comandancia en Jefe y asumiera Pinochet, en Agosto de 1973.

En décadas de lucha, los trabajadores y sus organizaciones sociales habían logrado importantes conquistas que influían en modo significativo en la distribución de la riqueza y la seguridad social en Chile. El valor del trabajo y el respeto de los trabajadores estaban en el centro de la construcción democrática. La dictadura comenzó su plan de perpetuación en el poder haciendo reiteradas declaraciones demagógicas de que tendría respeto por las conquistas populares tan difícilmente conquistadas.

No fue así. Se instaló un régimen represivo, antipopular y antidemocrático. El movimiento sindical, tanto en la ciudad como en el campo, fue aplastado y el régimen le impuso como voceros en las ceremonias oficiales de adulación al dictador a un grupo de abyectos e incondicionales “sindicalistas”, un puñado de vendidos a bajo precio que se mancharon de sangre y vergüenza siendo cómplices de la persecución y los asesinatos de los dirigentes sindicales que levantaban la voz en defensa de los trabajadores. Chile cayó en el peor régimen represivo de su historia.

El plan dictatorial fue arrasar con el régimen democrático que se venía configurando en Chile durante ya varias décadas. Por ello, la Junta Militar derogó la Constitución de 1925 y nombró de inmediato al reducido grupo de redactores de la nueva Constitución. Al tiempo que el dolor imperaba en los hogares de los trabajadores, la oligarquía festejaba en medio del despilfarro y la soberbia. En la euforia de la implantación de la dictadura, Guzmán y los ideólogos del régimen proclamaron el objetivo de la democracia protegida o bajo tutela militar, con el objetivo de contar a perpetuidad con el respaldo corporativo de las instituciones castrenses.

En el fondo era negar la democracia jurando lealtad y convicciones democráticas. A la postre, ese plan fue derrotado en el Plebiscito del 5 de Octubre del 88, pero el costo social fue incalculable. Las penurias que se impuso al pueblo de Chile fueron inconcebibles. Ese horror nunca debe repetirse.

No olvidar jamás

Por eso, jamás se debe olvidar que afianzar la democracia es una tarea esencial, que nunca pierde actualidad porque los avances sociales y las conquistas populares desaparecen apenas se pierde la democracia. El que en medio de una crisis social aparece o usa el ropaje de salvador providencial ha sido muchas veces un provocador o un aventurero. No hay que jugar con la estabilidad democrática, hay que estar siempre alertas ante cualquier ave de paso que aparezca para sembrar el desprestigio, la confusión y la división en las fuerzas democráticas del cambio social.

Ahora que se instala un gobierno democrático de izquierda hay que tenerlo siempre presente. Las reformas no son un juego. La fuerza de la institucionalidad es un aporte a los cambios, su debilidad una fortaleza de la ultraderecha. Los cambios anhelados tantos años tocan la puerta del pueblo de Chile. Con unidad, amplitud, voluntad y responsabilidad hay que hacerlos realidad. Una nueva frustración sería un golpe muy duro para la democracia chilena.

Camilo Escalona Medina
Camilo Escalona Medinahttps://pagina19.cl
Camilo Escalona Medina, Secretario General del Partido Socialista

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