jueves, abril 25, 2024
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Exclusivo para Página 19: Marta Harnecker, Un Sueño por Cumplir

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Salvo jóvenes estudiosos o aquellos inquietos y sedientos de conocimientos, las  nuevas generaciones no conocen ni sospechan quién es y qué significó para la izquierda no sólo chilena, la escritora, psicóloga y periodista, Marta Harnecker.

Distinto es, sin embargo, lo que saben las generaciones que vivieron el gobierno de Salvador Allende y que sobrevivieron a la violencia del golpe militar. No sólo conocen su trabajo. Muchos se formaron políticamente con sus obras. Sus “Conceptos Elementales del Materialismo Histórico” fue el libro siempre presente en la apasionada vida militante que existió en aquellos años en los partidos de izquierda, y que llega ya a las 67 ediciones.

Estudió Psicología en la Universidad Católica de Chile en 1962. Hizo estudios de posgrado en París con Paul Ricoeur y Louis Althusser. A su vuelta a Chile en 1968, fue profesora de Materialismo Histórico y Economía Política en Sociología de la Universidad de Chile y fue directora del semanario político Chile Hoy. Después del golpe de 1973, se exilió en Cuba, donde se casó con el legendario Comandante Manuel Piñeiro y tuvo una hija. La vida le dio otro golpe al enviudar de quien fue su gran amor en marzo de 1998.

Pasaron los años y Marta Harnecker continuó con su carrera acumulando testimonios y experiencias de dirigentes políticos particularmente del continente que luego volcó en escritos y libros que son hoy material de estudios en múltiples universidades del mundo. Entre esas experiencias vividas está la de Venezuela, donde fue asesora del presidente Chávez y del Ministerio del Poder Popular, formando parte finalmente, del equipo de dirección del Centro Internacional Miranda [CIM] en Caracas.  Actualmente vive en Canadá, con su nuevo esposo, el destacado intelectual canadiense, Michael Lebowitz.

Marta Harnecker está enferma. Lucha desde hace años con un agresivo cáncer que no ha podido con ella. Y, sin embargo, nunca ha detenido su pluma para dar a conocer conclusiones, aciertos y errores de los más avanzados procesos políticos del continente. Con este fin fundó en La Habana el Centro Memoria Popular Latinoamericana (MEPLA), para mantener y difundir la memoria histórica de los movimientos populares de América Latina, según explica. Allí recopiló entrevistas a grandes líderes de América Latina.

Entre su prolífica obra se cuentan más de 80 libros, destacándose Pueblos en armas (1983); La revolución social (Lenin y América Latina) (1985); ¿Qué es la sociedad? (1986); Indígenas, cristianos y estudiantes en la revolución (1987); América Latina: Izquierda y crisis actual (1990); Haciendo camino al andar (1995); Haciendo posible lo imposible: La izquierda en el umbral del siglo XXI (1999); Reconstruyendo la izquierda (2006) y Un mundo a construir (nuevos caminos)  (2013).

Probablemente, su trabajo más significativo del último tiempo fue con el Presidente de Venezuela Hugo Chávez, con quien compartió el sueño de una revolución bolivariana cuyo destino aún está por vivirse.

Una historia ligada a chile

En una larga conversación con el antropólogo y doctor en Filosofía, Rodrigo Ruíz hace algún tiempo, la escritora recuerda algunos episodios vividos durante su exilio en Cuba y la búsqueda por  entender lo ocurrido con el gobierno de la Unidad Popular.  Rememora sus tiempos de militancia en el Partido Socialista y sus encuentros con líderes  de esa colectividad de aquel entonces. “Éramos defensores del proceso de Allende, éramos críticos del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR),  pero, al mismo tiempo, la posición de Altamirano era muy semejante a la del MIR con esta cosa de la destrucción del aparato del estado. He perdido la memoria de cuánto estuve comprometida en ese error de la época. Es probable que haya tenido responsabilidad. Habría que revisar la cuestión de la destrucción del estado como la entendía entonces, porque creo haber defendido esa idea en algún texto. Sin embargo yo siempre defendí el proceso”, en referencia al gobierno de Allende.

“Para mí -dice Marta Harnecker- fue una cuestión fantástica ver que había triunfado un gobierno que se proponía transformar a Chile, que quería resolver los problemas de la pobreza, que quería crear una sociedad justa y humanista en que pudiese realmente cumplirse la idea de “amaos los unos a los otros.” Allende significaba la posibilidad concreta de hacer eso”.

Respecto al golpe de Estado, afirma que “nosotros no estábamos preparados ni psicológicamente ni materialmente para afrontar lo que pasó. Luego, uno se da cuenta de todo lo que ha perdido, de cómo se frustra ese sueño maravilloso. Por eso siempre digo que en Venezuela viví lo que no pude vivir en Chile”.

Cuba en el corazón

Aunque el 2004 Marta Harnecker se traslada a Venezuela, afirma sin dudarlo que Cuba es su segunda patria. Vivió el desgarrador “período especial” de ese país, calificando como “admirable la forma como Cuba afrontó la caída del socialismo real al ser derrotado en Europa del Este y la URSS”.

Cuenta que “la dirección de la revolución asumió esa situación explicándole a la gente, preparándola, dándole el ejemplo desde arriba, reduciéndose los niveles de vida de los dirigentes…”

Rememora lo que vivió antes de esa etapa en Cuba y lo que ocurrió después. “En otros países, la gente que tiene recursos alardea que los tiene, se compra automóviles espectaculares, ropa muy fina, joyas, etc. Pero en Cuba, si tenías algo que era un poco diferente a lo de los demás no lo mostrabas, tratabas de ocultarlo para no provocar celos o ansias de consumo. Para mí fue impactante la ética de esta sociedad cuando llegué a vivir allí en 1974. Tú podías dejar el auto abierto y nadie te robaba, y en el hotel no había que dejar propina y si lo hacías iba a un fondo común y los trabajadores al final del año se repartían lo que entraba. Por desgracia eso se perdió después con la venida de las familias de Miami, con el consumismo que produjo esta demostración de la gente que venía llena de regalos, con las tiendas en moneda convertible que empezaron a aparecer”.

“Uno de los problemas que yo veo es que  los niños no fueron preparados para enfrentar una situación de marcadas diferencias sociales. Durante muchos años todos los niños eran iguales. Todos consumían la misma merienda, la misma comida en la escuela, tenían los mismos zapatos, etc. Hoy hay niños que llevan para su merienda cosas especiales que se venden en las tiendas en CUC (dólares convertibles).  A mí me parece que las nuevas generaciones no fueron preparadas para hacer frente a estas diferencias. La moral se ha deteriorado. No estoy diciendo con ello que deba mantenerse el tipo de motivaciones que existía en los primeros años de la revolución. Recuerdo que Kiva Maidánik, historiador soviético, me decía que los procesos revolucionarios eran como el amor, donde había un periodo de éxtasis, de enamoramiento, y luego viene el amor más calmado. No puedes pretender que se mantenga toda la vida el ritmo y la intensidad de los primeros tiempos. Igual sucede con las revoluciones y, a veces, se le ha pedido más a la gente de lo que puede dar en una etapa en la que ya no está en las condiciones de dar tanto. Por ejemplo, lo que pasa con los médicos que van fuera de Cuba en maravillosas misiones solidarias… esa noble misión implica grandes sacrificios, muchas veces separarse por algunos años su familia. Eso es soportable por un determinado periodo de tiempo, pero muchas veces se ha prolongado su misión  y, como era de esperarse, algunos médicos empezaron a cansarse, se debilitó su moral, empezaron a tener su pareja en ese país, y algunos desertaron. Se estiró demasiado la cuerda. Hay que evitar que esto siga ocurriendo”.

Su experiencia en Venezuela

En 1993 fue invitada a Venezuela por el alcalde Clemente Scotto para realizar un trabajo testimonial sobre la alcaldía de Caroní. Decide hacer también un trabajo sobre la alcaldía de Caracas, cuyo alcalde era Aristóbulo Istúriz. Las entrevistas en relación a las alcaldías  del PT en Brasil y estas de Venezuela fueron reunidas en un solo libro: Haciendo camino al andar. Algo más tarde, ya cuando Chávez había triunfado,  la invitan a exponer sobre el presupuesto participativo y sus amigos le insisten que entreviste al nuevo presidente venezolano. Hugo Chávez  conocía a Marta entre otras cosas por sus libros Estrategia y táctica y el libro sobre el PT en Brasil  y por eso se interesó en que lo entrevistara. Decidió mandarla llamar a Cuba y la entrevista se dio durante 18 horas  distribuidas en varios días… Desde ahí en adelante se estableció una amistad firme y duradera, a veces no entendida por cercanos al extinto Mandatario.

“Logré la entrevista con Chávez. Y como aproveché los momentos de descanso para transmitirle las opiniones críticas sobre el proceso que había recibido en mis múltiples conversaciones con varios dirigentes políticos de izquierda, me invitó a ir a Venezuela a apoyarlo, porque quería tener personas críticas a su lado. En ese momento, yo estaba empezando una relación afectiva con mi actual esposo, Michael Lebowitz, que estaba comprometido con unos cursos que estaba haciendo en Canadá. Yo no estaba decidida a irme a vivir a Venezuela en ese momento, pero si estuve de acuerdo en hacer anualmente varios viajes a ese país”. Finalmente el año 2004 se establece con su esposo en Venezuela.  “Yo veía en la experiencia venezolana la posibilidad de realizar el sueño que no se había podido dar en Chile. Por eso, siempre les decía a los compañeros venezolanos que cuidaran el proceso. No quería que pasara allí lo mismo que en Chile”.

Comenzó entonces a trabajar como coordinadora de un grupo de gente que Chávez quería que lo asesorara. “Mis temas con él eran, fundamentalmente, la participación y cómo enfrentar cosas como la cuestión mediática. Recuerdo que uno de los grandes problemas es que estábamos acostumbrados a hacer prensa de oposición, pero no de gobierno. Hay que pensar en cómo hacer una prensa creíble, no propagandística, que alerte, que critique constructivamente. Además, que informe lo más verazmente posible tanto de lo que hacemos nosotros como de lo que hace el enemigo”.

Dice que Chávez estaba contento con su apoyo, pero el Presidente no se dejaba asesorar. “Nuestra relación terminó siendo un contacto por vía telefónica. Él tenía un teléfono especial para los asesores y los intercambios que teníamos con él se limitaban a mandarle papeles sobre ideas o alertarlo sobre cuestiones que estaban mal, y él llamaba cuando le interesaba profundizar algo y uno argumentaba. Pero Chávez no tuvo lo que creo que hubo en Chile con Lagos, un equipo de asesores que se juntaban con él durante horas a discutir y generar respuestas”.

Después de más de un año habló con Chávez diciéndole que ella pensaba que él necesitaba un equipo asesor más técnico, porque ella no tenía ninguna experiencia de gobierno. A pesar de eso, siguió ahí un tiempo, hasta que se reestructuró lo que era una secretaría de gobierno y se convirtió en ministerio. “Desde entonces yo operaba desde mi hotel, y seguí, escribiéndole, criticándolo, opinando sobre discursos y medidas a adoptar, etcétera.” “De hecho, en algún Aló Presidente, Chávez habló de mí diciendo que le escribía constantemente, mandándole puras críticas. Era un trabajo muy apasionante por el proceso que se vivía. Tú te enterabas en Aló Presidente de cómo iba asimilando las ideas, y podías promover la pauta de los programas Aló Presidente: qué experiencias había que resaltar, a quiénes entrevistar, etc. Luego, fue importante el papel que tuve en el Ministerio de Participación Popular en relación a los consejos comunales, y la idea de que el poder popular no puede ser partidista, que no se podía pasar de la “patrulla” a la idea del “consejo comunal.” Yo me sentí bastante útil en ese tema. De hecho, Chávez decía que yo era la “madre” de los consejos comunales”.

Una segunda etapa

Sostiene que se fue de Venezuela por razones prácticas. “El último año pasé mucho tiempo fuera de Venezuela, fui varias veces a Ecuador donde estaba haciendo mi libro sobre la experiencia del presidente Correa y la revolución ciudadana, y estuve viajando a otros países, por lo que estaba poco tiempo en ese país .  La verdad es que el ambiente de algunos ministros y políticos en relación conmigo era difícil. No les gustaba que una mujer, chilena, que tenía un telefonito, le dijera a Chávez qué cosas estaban mal hechas. Muchas veces se trataba de errores que ellos cometían”… Por otra parte, por distintas razones, los proyectos que trató de impulsar en ese país en lo referente a planificación participativa nunca pudieron plasmarse. Aclara que no quiso recibir nunca un salario, “justamente para tener la absoluta libertad para criticar y cumplir mi función”. Recuerda que “fue un periodo muy lindo, pero también fue un poco triste ver cómo se iban deteriorando muchas cosas. Dentro del partido de gobierno había gente que no estaba a la altura del proceso”.

A ello se sumaron los problemas que enfrentó en el Centro Internacional Miranda, que creó junto a su esposo, destinado a buscar asesorías extranjeras en temas en los cuales no había profesionales calificados en el país. Luego de varios años, la dirección de ese centro cambió y también sus objetivos iniciales. “La nueva dirección tenía un enfoque que nosotros no compartíamos, que era hacer del Centro una preparación de pasantes universitarios, que fueran ahí para tener un espacio de formación en investigación y cursos. Nuestra idea no era esa, sino traer asesores extranjeros”.

“Nos fuimos a Vancouver en octubre del 2011, pero nunca paré de mandarle cosas desde Canadá”. La situación era bastante frustrante para Marta Harnecker y decidieron trasladarse a Canadá con su esposo. “Nos fuimos en buenas relaciones. De hecho, yo le seguía escribiendo a Chávez, aunque sin ninguna responsabilidad formal, dándole opiniones. Cuando el presidente fue reelecto, le mandé algunas opiniones acerca de las cosas más importantes que debía realizar durante el mandato y parece que él  se las planteó al equipo de Coordinación Social, porque me llamaron de varias secretarías para preguntar dónde podían encontrar los documentos que Chávez les había recomendado. ¿Qué le proponía yo? Una de las cosas era la planificación participativa descentralizada; otra: los audiovisuales pedagógicos para lograr una formación masiva de la militancia sin tener que depender de profesores; y una última cosa, que viera como en Ecuador manejaban el control del gobierno a través de un sistema informático que le permitía al presidente Correa hacer un seguimiento de lo que estaba ocurriendo”.

Poco antes de partir de Venezuela escribió “Inventando para no errar: El socialismo del Siglo XXI”, que es la primera versión del libro publicado en 2013, “Un mundo a construir (nuevos caminos)”, que ganó el Premio Libertador al Pensamiento Crítico”. Luego empieza a trabajar en su nuevo libro que denomina, por ahora, “Reflexiones sobre la izquierda” y en el tema de la planificación participativa desde abajo.

Fue a Kerala, India, movida por el interés de conocer la experiencia de planificación desde abajo que había estado poniendo en práctica el primer gobierno comunista del mundo que pretendía avanzar por la vía pacífica. Muchas de sus ideas han sido incorporadas al libro que escribió sobre el tema y ha hecho talleres sobre estas ideas en diferentes países.

Aunque su centro de operaciones es Vancouver, ha pasado más tiempo viajando o escribiendo. Y por eso dice que no se ha insertado en la vida política de Canadá, por su compromiso con América Latina. “Acepto algunas invitaciones a Europa y otras partes, pero he preferido siempre aceptar invitaciones de América Latina”.

Y no deja de tener a Venezuela en su mente: “me preocupa muchísimo lo que está pasando en ese país en este momento. Espero de todo corazón que no tenga el mismo fin que tuvo el proceso chileno”.

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